Y Mufasa no despierta…


Quisiera abrazar al niño que fui pero no lo encuentro. Se quedó jugando a las escondidas en el baldío cruzando el tapial. Lo hace tan bien que las pistas de los recuerdos no son suficientes para dar con el sitio de su abrigo. Ya busqué en el patio del vecino, y en vez, descubrí que es momento de delatar al pequeño rufián, de admitir que fue él quien ideó pelar la planta de jugosas naranjas en un asalto comando que duró minutos, una tarde de invierno, luego de que las heladas las endulzaran al máximo, teniendo muy en claro que la niñez y la impunidad se llevan de la mano y que el sabor de lo prohibido es tan intenso como un azote en las nalgas.

Se le llama "serendipia" a la cualidad de encontrar cosas mientras se están buscando otras, lo que hace titubear la tenacidad de mi insistencia. Quizás, sea conveniente mantener dormidos ciertos asuntos de la memoria, pero mi obstinación no me dará opción y sé que lo seguiré haciendo. Hasta en los sueños mi inconsciente me entretiene con tramas imposibles de producir estando en ascuas, trayendo al presente la nostalgia con la que abro los ojos y me acompaña hasta cerrarlos.

Necesito contactar a ese niño que decapitaba incólume pollitos escondido en un galpón del campo, pero el mismo que se diluía en lágrimas cada vez que veía a Mufasa morir en El Rey León, sin lograr aceptarlo. Si lo viera, le diría convincente que no se culpe por jugar a las muñecas en horas de la siesta, y que las puede acunar estando orgulloso de sus incipientes instintos de ternura y protección que lo acompañarán por el resto de su vida. Que lo practique sereno, porque pronto tendrá la dicha de hacerlo con bebés "de en serio" y será tan de varón como siendo pequeño. Que tampoco se asuste al incurrir en exploraciones sexuales calificadas de precoces y se sienta un depravado, porque somos seres sexuales desde que nacemos hasta que nos volvemos polvareda, y explorar en esas áreas es tan prodigioso como bendecir los alimentos. Que se ría a carcajadas cuando con mucha suerte la pelota no pegue en el palo, pero tampoco entre al arco ante el reclamo y las burlas de todo un equipo de habilidosos. En un tiempo, los problemas serán más amargos que un 5-0 y se necesitarán otras habilidades de pies, cintura y aliento. Y que no se sienta solo cuando escoja juegos culinarios en vez de escopetas, porque pasarán años y así lo seguirá prefiriendo. Que justamente como será elegido primero por unos en el tan mezquino pan y queso, al mismo tiempo será rechazado por otros, porque no se puede conciliar con todo el mundo, aunque sí con cinco continentes.

No sé por qué me urge encontrarlo. Puede ser, que recurrir a la niñez sea una alternativa salvadora cuando los fantasmas acechan a los adultos y les cierran las ventanas sin dejarlos renovar el aire. Hurgando en la infancia encontramos los porqués de tantos dolores de cabeza cotidianos y sería provechoso agarrar a esos niños y acariciarlos luego de un zamarreo espabilante. Para avisarles, aunque ya lo sepan pero no lo asuman, que están viviendo la etapa más maravillosa de la vida, porque la impunidad se esfuma y en ese instante aparecen los remordimientos, cuando se descubren pelos en el pubis y complejos frente al espejo.

Por serendipia, acabo de toparme con el adulto que se sigue estremeciendo al ver caer a Mufasa por el barranco. El mismo adulto al que hace poco le advirtieron que aún le queda un dejo de ingenuidad y sería bueno que no la pierda. Y Mufasa no despierta. ¡Ay, chiquito! ¡Cómo te abrazaría!... si te viera.

Leandro, marzo de 2018.




Leandro Cometto

Periodista - Contador Público - Escritor


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