Volver a Solasso

Jorge Felippa

Héctor Solasso
Héctor Solasso

Siempre fue difícil encontrarlo a Solasso. Porque él vivía al revés. De noche trabajaba, y recién reaparecía cuando caía la tarde. En su "taxi ballenero", con el que paraba la olla. En él, sus mujeres lo madrugaban con el sol de sus escotes, y él, las eternizaba en un poema o se perdían en las esquinas traicioneras del olvido.

Era más fácil encontrarlo en los bares que eran sus puertos ciudadanos. O en el local del partido. Digo, en los distintos locales del PC. Antes de la dictadura, en el de la calle Obispo Trejo. Ese que asaltaron las bestias de la Triple A y asesinaron a Tita Hidalgo. Después, ya en democracia, nos reencontramos en Deán Funes al 1100, si la memoria no me hace trampas.

Pero entonces, Solasso había escrito lo suficiente como para dejar una huella indeleble en la poesía de esta Córdoba, que ha castigado a sus mejores hijos. Son nuestros muertos, desaparecidos, presos y exiliados. Pero no hay peor destierro que el olvido. Y si nadie merece ese castigo, nadie menos que Héctor Solasso.

Silencios que arden

En la literatura, hay muchísimos ejemplos de escritores que escribieron uno o dos libros y luego se los devoró el silencio. Rimbaud, Rulfo, Salinger, Barón Biza. Por decisión propia, o porque la historia se encargó de echar tierra sobre sus nombres. A algunos de ellos, se los llamó "malditos", cuando sus vidas estuvieron signadas por las tragedias personales o familiares. En otros, el "dandysmo" les consumió el talento que insinuaron.

En los países latinoamericanos, las elecciones ideológicas, fueron en muchísimos casos, el justificativo esgrimido por los dictadores y sus secuaces civiles, para la eliminación física de libros y autores. Ahí están las imágenes imborrables en la memoria colectiva de los argentinos, de las piras humeantes de libros secuestrados en los operativos "antisubversivos", ordenadas por Luciano B. Menéndez, o las que en Buenos Aires arrasaron con las colecciones de Eudeba o del Centro Editor de América Latina. ¿Y las que cada uno de nosotros consumó en los patios de nuestros propios hogares, como un último recurso antes de huir en busca de otros horizontes menos terroríficos?

En esos fuegos, se hicieron cenizas algunos de nuestros primeros libros. No es vanidad: es palabra de compañeros que, dolidos por ese acto de sobrevivencia, pedían perdón por una culpa que aún los atenazaba.

Solasso publicó solo tres libros, de los que, hasta ahora, no hubo reedición alguna: Con la poesía al hombro (1975); Diario de a bordo (1977) y Contra la muerte (1979). Eran los tiempos más oscuros de nuestra patria. Luego se llamó a silencio. Las razones, personalísimas, las esboza en el primer párrafo de una publicación que las reunía y finalmente nunca vio la luz. Aún espera de un editor que las rescate.

Un ostracismo que cayó únicamente sobre sus poemas. Eligió, -si es que ese fuera el verbo adecuado tras sobrevivir a una dictadura-, la militancia en otros ámbitos, sin abandonar nunca el estudio, la lectura sistemática del ensayo político, y en ese campo, ha instalado su oficio.

Salir al encuentro

Pero la ciudad que alguna vez fue de nosotros, plural e irreverente, la misma que ya es otra, elevada por la codicia, tabicada en su pretenciosa insularidad, y tupacamarizada por la progenie de cachorros posmodernos, nos puso de nuevo frente a frente. En las calles, y lo digamos de una vez, en las redes sociales, con banderas y compañeros que por un tiempo nos ilusionaron y después trabajaron para el desencanto.

Así lo reencontré a Solasso, al que nunca dejé de citar y recitar, porque siempre creí y lo reafirmo que, en estos tres libros, están algunos de los poemas más representativos y perdurables que se hayan escrito en esa ciudad, la que fue nuestra. Mis elecciones son tan arbitrarias y refutables, como las de cualquier otro circuito o capilla, erigida por las voces devenidas "consagratorias" en la agenda poética contemporánea.

A ver, ¿cómo lo digo sin sonar inmodesto? En estos poemas de Solasso, encontramos los huesos astillados, los minúsculos restos donde podemos extraer el adn que identifica ese tramo de la historia en la que Córdoba era "un lugar en el mundo", un santo y seña en la boca de miles de jóvenes. Sabemos lo que ocurrió con ellos. Casi cuarenta años después, siguen apareciendo sus huesos, y en esos restos recuperamos sus nombres, sus historias y las ilusiones de que hoy son nuevas semillas en brazos de otros hijos. ¿Por qué entonces no recuperar para esos antiguos y nuevos compañeros algunos versos de Solasso? Si son astillas del mismo viento. El que puso a Córdoba en los labios del mundo.

Desde aquel "Mayo del 69":

¡Obrero Mena..! __ gritaban las palomas/ y era una fiesta la ciudad sin miedo/sin olor policial, sin no te metas,/ el rubor de los viejos edificios/ y la virginidad de esquemas y vidrieras.

hasta las palabras que cierran "Final como para un comienzo":

"…volvería a decir lo que ya dije/ recorrería el camino ya andado/ para encontrarme con todo este tumulto/ con toda la sonrisa inaugurada/ con el momento en que digo compañeros/ con tu mano y mi mano, camarada."

Los amores que uno hizo y deshizo en "la ciudad sin vos":

"Esta ciudad tuvo también su historia/ de tranvías, bares, empedrado, ochavas,/tuvo sus barricadas y sus muertos/ hay amigos que están o que estuvieron/ y hubo tus años más jóvenes y míos/ y un montón casi ciego de miradas.
Es claro, yo anduve la ciudad con otros pasos,/ con tus ojos, tus manos y mis ansias/ hace bastante tiempo ya, un largo octubre./ ¿Te acordás la ciudad cuando aún estabas..?"

Y en "Diario de a bordo" está, para mí, la más arraigada visión del mundo que nos deja Solasso para un eterno presente. Entre esos poemas inolvidables siempre elegí "La edad de la razón":

"Y mientras trajinamos/ el hirviente bullir de la ciudad/ sus mujeres queridas,/el tufo familiar de las tabernas,/ la noche y sus misterios, volvemos a sentir/la juventud de nuevos espejismos./ Sabemos que estamos de regreso, sí, pero no nos sentimos vencidos/ apenas, si es posible, un poco más cansados./Algunos encontraron el amor,/ pudieron echar anclas/ y sin embargo, la mayoría de nosotros/ pagó por la razón un alto precio/ el mar nos devoró nuestros años más tiernos./ Y el mar raras veces devuelve su presa/ comentan por lo bajo los viejos marineros."

Estos libros, circularon de mano en mano, en fotocopias, y llegaron a través del correo, -¿se acuerdan cuando escribíamos cartas "de carne y hueso", como decía Fontanarrosa?, a escritores y poetas de la talla de Juan José Manauta, de Daniel Freindenberg, de Humberto Constantini, de Héctor Negro, del Turco Asís, cuando robaba flores en los jardines de Quilmes y antes de hacerse menemista. Y esos tipos, grandes olvidados por la aceleración del consumismo, le escribieron a Solasso para confesarle la conmoción ante sus poemas.

Fueron otros tiempos. Ya oigo las voces cínicas y pesimistas, de los custodios de membresías académicas, o de las páginas obedientes al centralismo porteño. También en estos días, exultantes para unos, crispados para otros, sobran los dispuestos a escribirles el epitafio.

Por eso hay que volver a Solasso. Porque hoy como ayer, su poesía, sigue escribiendo "contra la muerte".


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Comentarios:

- Analía: Gracias por traerme a este poeta, Jorge!! Me encantaría comprar sus libros!

- Cristina:  Gracias por brindarme este soplo de ciudad que tuvimos.

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