Una mujer escrita

10.01.2024
Ilustración: “Troyana”, de Maricel Lóndero (Maló). Artista plástica residente en Colonia Caroya, Pcia. de Córdoba. Facebook: Maricel Londero / Instagram: maricel_lond
Ilustración: “Troyana”, de Maricel Lóndero (Maló). Artista plástica residente en Colonia Caroya, Pcia. de Córdoba. Facebook: Maricel Londero / Instagram: maricel_lond


Felicia, tal como su nombre lo indica, era una mujer feliz. Pero no lo sabía. No se comunicaba con la voz sino a través de notitas. Podía hablar pero eligió ser una mujer escrita.

Escribía tanto sobre su situación financiera como emocional. También sobre sus sueños de seductora cuando alguien le humedecía el deseo en su block de notas. En ciertas ocasiones llegaba a extremos, como cuando le contaron un chiste desopilante y escribió una carcajada tan grande que se escuchó en todo el barrio.

Nunca hacía la lista de compras porque siempre compraba lo mismo: papas fritas y huevos kinder. Y únicamente en el autoservicio de su zona. Evitaba los negocios atendidos por sus propios dueños como la peste. "Hablan hasta por los codos", me escribió una vez. Lo hizo en voz baja. Me di cuenta porque la frase estaba entre paréntesis.

Cuando murió, la jueza de paz encontró debajo de una maceta su testamento escrito de puño y letra. La sorpresa fue grande al ver que le había dejado TODO al autoservicio "porque es al único al que le debo algo".

Y al decir TODO nos referimos a las innumerables notas que había acumulado desde que se había convertido en una mujer escrita. Su alma misma embalsamada en pedacitos.

Yoko Ono le hubiese tirado un balde de agua dándole un cuerpo de cartapesta a su alma escrita y habría organizado una instalación en el Museo de Arte Contemporáneo de Tokio pero en ese autoservicio hicieron una fogata en el fondo del local. "Nunca nos pagó la cuenta, la desgraciada.. y nos deja esta basura..."

En plena quema se levantó un viento sin pronóstico que salvó del fuego a uno de esos papelitos y lo trajo hasta mi patio.Tenía una serie de indicaciones y un plano describiendo al detalle el lugar donde había algo que, si me dejaba llevar por esa cartografía tan bien elaborada, tenía los rasgos biométricos de la bóveda de un banco de las Islas Caimán. Conseguí una bici, un termo con café, una pala, un huevo kinder y papas fritas para ir picando algo, y empecé la travesía como algo cotidiano para no levantar sospechas en el barrio por mi conducta rara. Si bien el lugar estaba en un baldío a dos cuadras de casa, agregarle odisea a tanto cabotaje polvoriento me emocionaba. Y fue entonces cuando mi vida me dejó por otra para siempre.

Encontré alrededor de un millón de dolares. No los conté porque eran billetes de un dólar y las espectativas de vida en esa zona sin agua eran muy cortas. Tenía que optimizar el tiempo. Como el tesoro no era mío y no le encontraba un propósito, hice en mi cerebro un fideicomiso sináptico. Pagué la deuda de Felicia con el autoservicio y el resto lo utilicé para comprarme un exilio en el patio de mi casa y para enmarcar la nota que había desagraviado mi indigencia.

Un dia tuve una epifanía. Tenía que escribir poemas a la sequía si quería la vuelta de las lluvias. Como me había quedado sin anotadores porque ya no salía de casa busqué una finalidad para esos billetes. Y sobre las caritas de Washington escribí versos del tercer mundo a la ausencia del agua.

Y aquí estoy, rodeada de cautiverio y de huevitos aún sin explorar con sorpresitas kinder y paquetes de papas fritas hasta en lugares que no suelen frecuentar... lista para mi muerte en breve porque los triglicéridos me están comiendo viva y no logro armar una minúscula sorpresita y eso me provoca hiperventilaciones. Según mis cálculos renales, no voy a durar mucho más que un año.

Hice mi testamento dejándole todo al panadero que es el único que me dio con todos los gustos. Y "todo" se resume en esa notita enmarcada que pudo huir del fuego y que me dio otra vida y otra muerte.

Teniendo en cuenta que Yoko Ono dejó ya de moverse, y que encima con la sequía no hay agua para una cartapesta y que el Museo de Arte Contemporáneo de Tokio tiene todas las fechas ocupadas y con el fin de evitarle a mi heredero el trabajo de enojarse y quemar la herencia como hizo el autoservicio con las notas de Felicia, hice una fogata en el mismo lugar en que había encontrado el tesoro y quemé los aproximadamente seiscientos mil dólares que le sobraban a la vida nueva que tuve gracias a la mujer escrita. Puse el testamento debajo de una maceta y me senté en el patio esperando al resto de mi vida.

Por un momento recordé que alguna vez había sido una mujer hablada.

Y cuando los poemas se hicieron cenizas asumí que ya no tenía nada que decir ni donde escribir. Y me dispuse a esperar mi muerte o la lluvia. Me iría con la que llegara primero. Y dejé por escrito mi epitafio.

"Aquí yace Felicia, una mujer escrita. La que dio su vida por una mujer hablada." Y me fui con la lluvia tan feliz como mi nombre.




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Comentarios:

- Leandro: Marta García me fascina.

- Patricia María: Lo dicho, La belleza de las palabras y del relato todo, me reconstruye la estructura interior. Que buena falta me hace.

- Hebelen: Hermoso escrito y hermosa ilustración!!!!

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