Un incansable cazador de palabras
Tobías Garzón (1849-1914) fue un profesor de Castellano cordobés que, en 1910 y con la ayuda de la Comisión Nacional del Centenario y de la Universidad de Córdoba, publicó su Diccionario Argentino, editado en Barcelona.
Víctor Ramés
Lápiz y papel en los bolsillos
Allá hacia fines del ochocientos, Tobías Garzón llevaba en los bolsillos papeles llenos de anotaciones, apuntes tomados al correr de las horas, los días y los años de parar la oreja, atento a las expresiones que usaban los hablantes a su alrededor. En cuanto escuchaba una determinada expresión en boca de un amigo o de un desconocido, sea cual fuere el ambiente donde anduviese, se sonreía, sacaba un lápiz y algún papel del bolsillo del saco y agregaba una anotación. La metodología de trabajo de Tobías no se detenía prácticamente nunca, ya sea que recorriera las calles de Córdoba, o desarrollara su vida social, o diera clases de Castellano en el Colegio Monserrat, o bien cuando viajaba a las provincias o a Buenos Aires. Era un investigador sin pausas ni horarios y el objeto de su estudio era eso tan vivo que es la lengua, que sólo puede estudiarse en el habla misma reproduciéndose cada día en los diversos ambientes, en el uso cotidiano que nos rodea y nos atraviesa.
También se nutría don Tobías Garzón de otras fuentes para esa obra que iba armando y desarmando en su cabeza y en sus apuntes, a medida que se extendía su investigación. "He pedido también al diario, a la revista y a la crónica su valiosa cooperación. Ellos son la lengua; ellos son el alma y la vida de las sociedades. Su vocabulario es el vocabulario del pueblo en sus múltiples manifestaciones", escribió en el prólogo de ese libro de 520 páginas que fue el fruto de su minuciosa tarea. El libro incluía numerosos textos que ilustraban el uso de los vocablos en cada una de sus entradas.
"Al principio comencé a formar un vocabulario de barbarismos; pero resultaron tantos y tan generalizados en el país (y me refiero al lenguaje de la gente culta), que empezó a repugnarme el nombre de barbarismos dado a este inmenso caudal de voces, entre las cuales hay un número no insignificante que corren también en las otras naciones de la América hispana. Veía en esto un desconocimiento de la ley ineludible y universal de la evolución de la lengua."
Garzón vio con nitidez que los vocablos que coleccionaba, más que una excepción a una lengua "normal" -o madre-, por su profusión eran la materia misma de la lengua que se hablaba en el país. Cuando publicó finalmente en 1910, el año del Centenario, su Diccionario Argentino que lo ubicó en la memoria cultural, declaró: "En esta obra me he propuesto demostrar el estado actual de la lengua en la República Argentina y que en ella no se habla ya el idioma que hablan en España, si el Diccionario de la Real Academia traduce con fidelidad el uso corriente en la península."
Los casi 6.000 vocablos que forman el repertorio léxico aportado por el diccionario de Tobías Garzón fueron recogidos sin el menor propósito de terciar en las discusiones de la época, ni sugerir la independencia del "idioma argentino" respecto del peninsular. El trabajo se hizo con la intención de hacer tomar nota de esa identidad lingüística viva, que no podía ser obviada dada su riqueza y variedad. Deja muy claro en el prólogo que los vocablos de esa lengua no constituyen "una degeneración del sistema particular en que está basada la lengua española y que la distingue de las demás, sino simplemente mudanza, renovación (que las lenguas son como los árboles, que voltean y renuevan sus hojas, según el sentir de Horacio); enriquecimiento de su vocabulario."
La problemática en la que encajaba la obra de Tobías Garzón, aun sin ser su intención la de terciar en ella, se remontaba a una activa discusión finisecular, que debe ser leída a la luz del proceso de constitución de la Nación argentina, en medio del torrente de culturas aportadas por la inmigración. El entonces llamado "criollismo" en el ámbito del lenguaje, aparece como signo distintivo frente a lo que era percibido como una amenaza de "borramiento" de esa identidad, bajo el peso de las nuevas identidades e idiomas que en forma creciente se iban arraigando en el país.
El Diccionario Argentino de Tobías Garzón fue editado en la Imprenta Elzeviriana de Borras y Mestres, en Barcelona, el mismo año del Centenario en que se concretaba en Buenos Aires formalmente la fundación de la Academia Argentina de la Lengua, correspondiente de la Española, dirigida por Vicente Quesada e integrada por dieciocho académicos miembros de la élite nacionalista, entre quienes no figuró Tobías Garzón. Fue el mismo año en que dicha Academia publicó el Diccionario de Argentinismos, dirigido "a coleccionar y definir las voces y locuciones regionales, para publicarlas en conjunto, e independientemente del léxico castellano, con el objeto de iniciar la formación de un vocabulario hispanoamericano."
Voces halladas en un diccionario
Hojear algunas voces anotadas por Tobías Garzón en su Diccionario Argentino de 1910 ofrece elementos para una perspectiva histórica del habla argentina. Funciona como una guía que conecta con el idioma hablado a fines del siglo XIX y comienzos del XX, en Córdoba y en el país.
Asomarse al diccionario de este cordobés, más de un siglo después, permite notar el paso de los años en:
a) el registro de vocablos que ya no usamos;
b) el de otros que nombran nuevas realidades -ya no tan nuevas para nosotros-;
c) palpar en palabras que aún resuenan en nuestro cotidiano, su longevidad.
De esas operaciones solo dameros una probadita, sin duda una lectura más detallada rendirá un número mayor de ejemplos de ese movimiento del habla en un siglo.
De vocablos añejos
Del diccionario de Garzón podemos detenernos en ejemplos, entre cientos, como titeo, mótorman, pacotilla, sundín o badulaque.
Se decía titeo referido a la acción de "Dar a uno vaya, burla a candonga", o sea burlarse, y la Real Academia Española lo incorporó como argentinismo, quedando allí en la letra, aunque no trascendió en el uso. Entre las citas incluidas por Garzón sobre este vocablo: " Y llegando a las profundidades del «idioma nacional de los argentinos», anda por ahí un famoso titeo, muy campante, que amenazando de desalojo al castizo bochinche, ha invadido ya los dominios de la burla y de la broma, sin que sepamos aún qué derechos tiene, semánticamente hablando, para conducirse así.» (Miguel Cané; Prosa Ligera ; Bs. Aires, 1903, p. 58.)
La palabra mótorman era un obvio anglicismo, definida como "Hombre que maneja el motor del tranvía eléctrico y que conduce éste". Junto al tramway inglés, ya sin caballos, se asentó dicho vocablo moderno.
Nos suena familiar, por su parte, la expresión "de pacotilla", significando algo de poca calidad o valor; sin embargo, no era ese el sentido que apuntaba Tobías Garzón: "Reunión o multitud de personas que de paseo o con el objeto de divertirse, van a caballo, en burro o a pie".
A su turno, un sundín era, in illo tempore, un "Sarao o baile entre la gente del pueblo, que suele darse así de noche como de día y donde se alterna el gato con la zamba y otros bailecitos criollos como los aires, salpicados de esa gracia y sandunga que les son propias y peculiares".
Nuestro último vocablo elegido es badulaque: "Hombre ordinario, grosero, brusco en su lenguaje y acciones".
Nombrar lo moderno
Objetos, productos, aparatos, medios de transporte, oficios, novedades tecnológicas que dieron inicio a procesos de la modernización industrial mundial, hicieron previsible impacto en el habla. Para ilustrar este fenómeno nos remitimos a sólo dos términos entre los registrados en la obra de Garzón. El primero es automovilismo, que el diccionario define como "Profesión del chauffeur. || Ejercicio de esta profesión, y en general manejo del automóvil." La palabra chofer permanece, y conocimos ancianos que aún decían "chaufer", acentuando la última sílaba.
La otra palabra es una verdadera perla. Sabemos que la empresa alemana Telefunken, de fabricación de aparatos de radio y televisores, se fundó en 1903. Garzón incorpora al diccionario tres voces derivadas de esa marca. Telefunken se define como "Aparato alemán de radiografía usado en la Armada", entendiendo por "radiografía" el envío inalámbrico de comunicaciones. Ya es más sorprendente la inclusión del verbo telefunkear: "Transmitir despachos por el telefunken", y un ejemplo de uso: "Le telefunkeé que se pusiera inmediatamente en marcha". Ni hablar del sustantivo telefunkista: "Hombre que maneja el telefunken y transmite y recibe despachos".
Vocablos con tradición
La antigüedad de algunas palabras que todavía figuran en nuestro uso actual, se puede chequear en la obra de Tobías Garzón. Lo vemos por ejemplo en la voz pendejo, un argentinismo vigente en su acepción de "Muchacho de corta edad con pretensiones de grande", aunque también como "Pelo que nace en el empeine y en las ingles". O el tan argentino adjetivo atorrante, que Garzón deriva de atorrar: "pasárselo uno de haragán, desocupado y sin hacer nada". En la voz atorrante, cita un sabroso comentario de Eduardo Wilde, con su propia ortografía de época: «¿Cuál es la razón del desuso de tantas palabras eficientes i sabias que yo oía repetir cien veces por día en mi infancia? — En cambio he visto nacer la palabra atorrante, con su hermosa figura de mendigo sin hogar, que desdeña la intemperie i desafía el menosprecio de los afortunados, luciéndoles su desenfado o sus harapos», dice Wilde. Es sabido que la palabra ha sido insistentemente relacionada al uso de caños de desagüe todavía no instalados, como dormitorios por parte del pobrerío, aunque es hipótesis no comprobada.
También figura ya a principios del siglo XX la palabra patota y su derivado patotero, en las acepciones actuales. Nuestra malicia no encontró, dicho sea de paso, las palabras "boludo" ni "pelotudo" en este Diccionario, algo que en sí constituye un dato de interés.
Actos innombrables
La curiosidad también tiene chance de hallar voces con menor prosapia, como aquellas que denominaban aspectos de la sexualidad, que atravesaban el lenguaje diario y resultan interesantes de hojear.
Una palabra que no usamos figura en la letra M: mino. Su definición es: "Hombre vil que comercia infamemente con su cuerpo, entregándolo, por paga, a otras personas de su mismo sexo, para que se deleiten deshonestamente con él." Garzón la señala como voz "muy conocida en Buenos Aires".
En lo que respecta a mineta es para el autor una "acción infame y propia del minetero o minetera", definiendo a su vez estas voces con la siguiente alusión: "La pluma se resiste a estampar aquí lo que significa esta palabra infame: hombres y mujeres que han llegado a los extremos de la degradación pueden definirla, pues los comprende a ellos". Paralizado de pudor, Garzón no atina a echar mano a cunnilingus, ni a fellatio, que lo habrían sacado de la incomodidad para referirse al sexo oral, y prefiere una referencia moral a una correspondiente definición.
Por su lado, la voz paloma es definida como "el miembro viril del hombre, el pene", órgano con infinitos sinónimos, tantos como los que designan a su correspondiente femenino.
Descargá la nota:
Dejá tu comentario: