To London
Especial para Tierra Media
Marcelo Casarin
Manolo y María viven en Ciudad Real, de la que apenas salieron un par de veces para ir a Madrid y poco más. Tienen una pequeña finca que heredaron y en la que cultivan aceitunas, tal como lo hacían sus padres. Con mucho esfuerzo criaron y educaron a su único hijo, Francisco (Paco para ellos). Les hubiera gustado, a Manolo más que a nadie, que estudiara alguna ciencia agraria y que en el futuro se hiciera cargo de la finca. Pero el hijo les salió medio torcido: al terminar la secundaria, Paco se fue a Londres a estudiar fotografía. Manolo no lo podía consentir y no pagaría ni un duro por esa aventura caprichosa. El muchacho partió de todos modos con un poco de dinero que tenía ahorrado y otro poco que le dio su madre, a escondidas del padre.
Paco se estableció en Londres y trabajó de lo que fuere para mantenerse y pagar sus estudios de fotografía. Mandaba todas las semanas correos a su madre para hacerle saber que estaba bien y que les extrañaba y les quería mucho, incluso a su padre, pero que estaba haciendo su vida. Luego de pasar por muchas privaciones y de vivir en estrechos lugares compartidos (siempre con la ayuda clandestina de su madre), por fin había conseguido un buen trabajo en una galería de arte, para lo que le había ayudado mucho hablar español, el francés que estudió en el liceo y el italiano que aprendió con una novia romana que tuvo.
Después de casi tres años de estar en Inglaterra pudo decirle a su madre que ya no era necesario que le enviara dinero cada mes y que por fin había alquilado un lindo apartamento, amplio y luminoso, con un cuarto separado, y una pequeña habitación adicional en la que estaba montando su estudio de fotografía: casi un milagro en Londres para un joven extranjero.
Y después de todo ese tiempo sin ver a sus padres, les ha invitado a que le visiten. Les ha comprado unos pasajes low cost y una estadía de dos noches en un B&B, muy cerca de su apartamento. Que vengan, que podrán pasear y conocer y que no se imaginan lo hermoso que es Londres.
Manolo no quería saber nada. Ni con el viaje ni con su hijo, al que no le dirigía palabra alguna desde que partió. Pero María supo hacer y a los pocos días aterrizaron en el London Stansted Aiport. Para el padre era la primera experiencia de vuelo y estaba un poco aturdido. Eran cerca de las 19 y ya noche cerrada. Paco no estaría para recibirlos, pero que se dirigieran a Information y preguntaran donde coger el bus que los depositaría en Victoria Station; luego, siguiendo sus indicaciones, le esperarían en un café cercano; y que iría por ellos al salir del museo. En el punto de información María se dirigió a un joven que comenzó a darle explicaciones en el mismo momento en que a Manolo se le taparon los oídos; luego, se dirigió a su mujer y le preguntó desde cuándo ella se entendía en inglés; a lo que María respondió: qué dices hombre, que el muchacho hablaba en español.
Llegaron pronto a la estación de buses y, según las instrucciones de su hijo, salieron y comenzaron a caminar por la acera. Debían cruzar la primera avenida y tomar a la derecha unos metros, donde estaba el bar Charlie y esperarían a Paco. Ya en la calle, con sus pequeñas maletas, la pareja caminaba tratando de orientarse; cuando se detuvieron frente a la senda peatonal para cruzar la avenida, Manolo advirtió la anomalía y comenzó a gritar, un poco descontrolado: ¡Coño, animales, vais contra la mano!
Se instalaron en el bar, en una mesa cerca de la ventana. Al poco tiempo llegó Paco y abrazó muy fuerte a su madre y se besaron; luego, tomó a su padre y le abrazó y también le besó como no hacía desde niño. A Manolo, que estaba mudo, se le soltaron un par de lágrimas y se contuvo. Paco les dijo que estaba muy feliz de tenerlos por allí. Y que ya verían lo bien que la pasarían esos días.
Paco pidió la cuenta y pagó. María atinó a hacerlo, pero Paco les dijo que ellos eran sus invitados y nada tendrían que gastar. Que ellos serían turistas y que él, su guía. Manolo, todavía un poco conmocionado miraba esa escena y se quedó por un instante pensando en quien sería la tía esa que estaba en todos los billetes de allí. Luego, un poco más tranquilo cuando salieron a la calle, unos pasos por detrás de su esposa y su hijo que caminaban abrazados, no sabía que todavía le esperaban emociones fuertes por vivir: el baño compartido del B&B, con un tropel de jovencitas italianas y francesas correteando en paños menores; y el encuentro con la pareja de su hijo, que ya no era la novia italiana sino un hermoso mozalbete ecuatoriano.
De la serie: Pubelicación [furor turístico]
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Comentarios:
- Luis Eliseo Altamira: Qué culeado... ! jajaja
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