Romilio, Romilio...
Especial para Tierra Media
Marcelo Casarin
Cuando nació en 1933, en Capilla del Monte, lo llamaron Ramón Romilio Rivero. Luego, con sed de trascendencia, se propuso ser artista e intervino sobre su nombre: renunció al común Ramón, y se quedó con el singular Romilio; apartó para siempre el Peralta de su padre y se quedó con el Ribero, con la grafía alterada, de su madre: en ese acto, en la modificación de su nombre, quizá se advierta la decisión de hacer de su vida un hecho estético. El Ribero se ha opacado en la memoria que unos pocos guardan de él: es Romilio. Para los íntimos tenía un sobrenombre, Tato; pero dicen que cuando le preguntaban cómo te llamás, él contestaba: me llamo Romilio Ribero, y hacía sonar la b larga estirando los labios, pero me llaman Romilio.
Romilio contaba cosas y hablaba de un rancho en el que nació y pasó su infancia y decía: "Corría, corre aún el Calabalumba… cerca está el Uritorco y mi madre era, fue una extraña serrana". Dicen que su cara de indio, sus ojos rasgados y su pelo negro, grueso, duro y lacio, pero ligeramente ondulado en las puntas, eran rasgos de su madre, que era descendiente directa de comechingones, el pueblo camiare. Y a él le gustaba presentarse así, como descendiente de los indios de aquí, pero también hispánico: decía que la vida biológica le venía de esta tierra, árida y misteriosa, aborigen; pero que ya nacido, su vida se había moldeado en la lengua y la cultura española.
"Encuentro que ya nada puede justificar este destierro. / Se hace noche y día sobre esa tierra de nardos victoriosos / alucinado y hondo país de amapolas, de pájaros, / con sus muertos que abisman mi memoria / en tan remoto fuego. // Aún sigo como el pródigo perdido que ha grabado / su nombre en las arenas / y piensa regresar un día, con sus labios nocturnos / en el viento."
Estos son algunos de los tantos versos que escribió Romilio, el poeta-pintor que se forjó a sí mismo en la lejanía y la indigencia. Sin pudor, se empeñaba en inventar su biografía: con su tonada típica del norte cordobés y su cara de aborigen, solía irrumpir en las reuniones de gente culta y pituca y decía que acababa de llegar de París, donde había estado en tal o cual lugar y se había encontrado y compartido una larga conversación con algún pintor o escritor muy famoso; y contaba todo con tanta precisión, con tanto lujo de detalles y tanta convicción, que convencía al auditorio ocasional.
De pequeño se fue haciendo de una manera muy extraña. Manuel Infante cuenta que cierta vez, en los años ´40, llegó a Capilla de Monte y asistió a los inicios letrados de Romilio: lo descubrió trabajando en un puestito de periódicos que estaba en la terminal de ómnibus. Por aquella época llegaban unos pocos diarios al pueblo y no se vendían de manera masiva… Romilio se aprendía de memoria los titulares y las principales noticias y se paseaba por los hoteles sindicales voceando esas noticias: ése fue su modo de alfabetización y entrenamiento intelectual y, al mismo tiempo, una especie de iniciación actoral: a las noticias las memorizaba, las decía y las actuaba. También vendía algunos ejemplares del diario, por lo que conseguía algunas monedas para llevar a su pobre casa.
Sobre sus comienzos en la pintura, no sé mucho: fue muy amigo del pintor Ernesto Farina, que era de la zona de Ongamira y que quizá pudo haberlo iniciado… pero hay algo muy original en su manera de hacer en la pintura, con más dibujo que color: con algunas obsesiones recurrentes como la serie de las mujeres, de las brujas, de las hechiceras; también tiene una serie que él llamaba de los soles, de las lunas y de los abismos, en donde consigue una suerte de minimalismo figurativo muy metafísico, con criaturas perdidas en la inmensidad, una inmensidad que recuerda la llanura que rodea a Capilla del Monte, y también los grandes socavones y terrones de Ongamira. Se ha señalado alguna influencia de Spilimbergo, pero también se nota en las líneas, en ciertas mujeres, en ciertas imágenes angelicales, que está más cerca de Soldi que de Spilimbergo o de Berni, por nombrar algunos pintores que gravitaban en la época. Hay en él una gran delicadeza: con sus dibujos y sus pinturas logra crear climas, atmósferas muy especiales.
Hablando de su pintura y de su poesía se autodefinía como un traductor de la energía del humus, de la tierra, como el cultor de una estética en buena medida indigenista, pero también andaluza, hispánica y hasta portuguesa… En su época, su trabajo no debe haber sido una cosa menor. Él pintaba y dibujaba para sobrevivir… imposible vivir de la poesía: en vida sólo publicó unos pocos libros, pero dejó una veintena de colecciones de poemas sobre los que trabajaron Susana Sumer, su viuda, y Aldo Parfeniuk, un loco enamorado de su poesía y de su historia: la editorial Alción publicó buena parte de su obra.
Susana Sumer venía de ser locutora en Radio El Mundo, de Buenos Aires, y se enamoró de Romilio y terminó siendo la compañera de su vida hasta el fin, y la albacea y curadora de su obra. Hicieron una extraña sociedad y juntos construyeron el personaje Romilio; ella tenía muchos contactos de su paso por la radio y se encargó de llevar adelante la operación de convertir en alguien a quien su origen le negaba cualquier excepcionalidad. Hay que ver cómo Romilio construyó su obra, su literatura, su pintura, y su vida, desde una marginalidad extrema que incluyó su sexualidad diversa, lo que no era poca cosa para aquella época en Córdoba. A él le gustaba decir que si alguna vez lo hizo, lo hizo como los pobres, que tienen que resolver sus necesidades… como los hombres en la campaña y en los pueblos pequeños. Habría que ver. Susana lo acompañaba y cuidaba su imagen de la mejor manera. En una época habían armado un espectáculo, un dueto, y comenzaron a actuar en "La margarita deshojada", un boliche de Córdoba. Leían poesía y dramatizaban algunos textos, y hacían música. Romilio era también un actor, un performer, un precursor. Fíjense que por la misma época, en otro boliche, "Elodía", a pocas cuadras de ahí, un tal Bonino hacía un espectáculo que revolvía las convenciones de la época.
En sus andanzas por Capilla y La Cumbre, entre la gente rica y acomodada, conoció a una hija de Frondizi; y Romilio vendió que era un noviazgo, lo que le abrió varias puertas: así se acercó a Gilberto Molina, que era intendente de Córdoba, y le pidió ayuda. Molina le consiguió un cargo de maestro y un lugar para vivir en San Vicente, el tradicional barrio de Córdoba. No duró mucho en este puesto; volvió a ver a Molina y le dijo: "yo no puedo trabajar, yo soy un artista y no puedo vivir tan lejos del centro". Entonces, Molina le consiguió un lugar en el teatro Rivera Indarte, en los altos, en una especie de buhardilla… Hay algunas fotos muy lindas de esa época: una de Romilio con un traje a cuadros, muy elegante, en los pasillos del teatro; otra de Susana, también muy elegante en un primer plano y atrás Romilio, en la terraza del teatro. Pero la estancia ahí duró poco: la prudencia que se debía tener para vivir en un lugar público no iba con Romilio. Dicen que solía encender las luces del escenario e improvisaba algo para entretener a sus amigos y divertirse; llegó a hacer una representación desde los balcones del edificio hacia la calle… y creo que esa fue su última hazaña ahí.
Hacia fines de los sesenta, según me contó Glauce Baldovín, habían montado con Susana Sumer una suerte de empresa cultural: ella gestionaba sus exposiciones (él no hubiera podido hacerlo solo). Había conseguido acceder a galeristas importantes, y Susana y Glauce armaban un show: haciéndose las ricachonas italianas, generaban un revuelo durante el vernissage, siempre ponderando los valores de la obra, y conseguían que se vendan algunos cuadros; pero esa misma noche, en el bar de la vuelta de la galería, se gastaban hasta el último centavo. Esta sociedad duró hasta la muerte de Romilio: cuentan que cuando murió, durante el velorio, al que no asistieron más que un puñado de personas, Susana y Glauce brindaban por él y actuaban y recitaban los poemas de Romilio junto al féretro. Eso fue en 1974, no recuerdo qué día de diciembre.
(Una versión de este texto fue publicada en la revista Exordio 7/8, en 2016. En el cincuentenario de su fallecimiento, vale la pena volver a hablar de Romilio Ribero [1933-1974]).
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