Promenade á Père Lachaise
Especial para Tierra Media
Marcelo Casarin
El turismo necrológico tiene su clientela, claro. Marcelo y Giselle son cultores de esta peculiar modalidad del goce posmoderno; y si hay demanda, hay oferta. La pareja llevaba varios días en París: se levantaron temprano esa mañana para hacer un paseo que, de manera un poco arbitraria, combinaría el cementerio de Père Lachaise y las arduas callejas de Montmartre, si el clima lo permitiera (desde el amanecer una lluvia intermitente rociaba la Ciudad Luz).
El cementerio de Père Lachaise tiene un atractivo especial para Marcelo y Giselle que aman el teatro, la literatura, la música, la pintura, y el arte y la pintura en general. Giselle ya sabía que en ese lugar descansaban para siempre varios célebres: Oscar Wilde, Balzac, Bourdieu, Rossini, Jim Morrison, Sara Bernhardt, entre tantos otros.
Llegaron a las 10 en punto, horario de apertura del cementerio, y no podían creer que la entrada fuera libre. Apenas ingresaron los abordó un hombre mayor, elegantemente vestido con sombrero, paraguas y piloto al tono, que con amabilidad les preguntó de dónde eran; Marcelo, sorprendido, le contestó, pero de inmediato se le encendieron las alarmas del turista advertido y pensó que el hombre les quería vender algo. Esa reacción los puso a salvo de la supuesta venta, pero enseguida pensó que su reacción había sido exagerada e innecesaria frente a un hombre tan amable.
Enseguida llegan a una oficina de informes en la que, nueva sorpresa, les ofrecen un mapa gratis en el que están identificadas las principales tumbas. Ufanos, se disponen a visitar las tumbas más importantes o las que más les interesan. Creen que lo mejor es seleccionar y marcar en la lista alfabética y empezar en orden; Apollinaire, primero; luego, Asturias; y así sucesivamente. Pero enseguida descubren que ese no es el método para recorrer un cementerio que tiene 43 hectáreas: Apollinarie está en la sección 86 y Asturias, muy distante, en la 10. Se detienen, se sientan en un banco a trazar un plan de visita. Discuten un poco y se deciden a comenzar por la sección 10, donde está Asturias.
En eso estaban cuando se les acercó otro hombre, también mayor, pero muy desalineado, con un piloto gastado y un portafolios desconchado. Este, sin vueltas, les ofreció ser su guía. Los llevaré a ver a Lafontaine, Molière, María Callas, Proust y muchas más si me pagan € 5 cada uno; Marcelo le agradece y le dice que ellos prefieren hacer la visita a su gusto, hacer su experiencia; y parten con aire de ser conocedores. Llegan a la parcela 10 que, entonces lo advierten, tiene cerca de 2000 m2 y luego de 15 minutos de andar saltando entre tumbas no consiguieron dar con el famoso escritor. Marcelo piensa que quizá no fuera tan conocido en Francia, pero duda porque por años fue embajador de Guatemala en París, premio Nobel de literatura, mimado por la cultura oficial francesa de los años 60 y 70, personaje del boom latinoamericano… Si les había llevado 15 minutos no encontrar una tumba, piensan, hallar los 20 y tantos personajes que habían seleccionado podría tomarles una semana.
Se deciden a contratar los servicios de uno de los guías, el primero que encuentren. Ahí estaba George, el desalineado, vestido casi como un clochard, sentado en un banco, con su piloto raído, sus zapatos torcidos y su maletín. Marcelo se acerca y le pregunta si los € 5 son por persona, a lo que responde que por supuesto y, como si imaginara los planes futuros de la pareja, que ese sería el precio que pagarían en Montmartre por un café. Aceptan y le entregan al guía el mapa con los veinte y tantos muertos que quieren visitar marcados en la lista, apenas un ayuda memoria para el hombre que parece conocer el cementerio en detalle.
Al comienzo, fuera de libreto, George les muestra la tumba fresca de una víctima del reciente atentado en Le Bataclan. Enseguida, una de las tumbas más visitadas del cementerio, la de Jim Morrison; después, la de Édith Giovanna Gassion, más conocida como Edith Piaf. La de Molière y La Fontaine, contiguas: cercanos los dos moralistas, maestros de la sátira humana o animal.
María Callas no tiene tumba, está en un edificio de nichos. Marcelo le pregunta si está ahí por falta de recursos o qué; no, responde George, acá se guardan las cenizas de los que fueron cremados.
Fuera de libreto, y porque George sabe que Marcelo y Giselle son argentinos, les muestra una curiosidad: una tumba, con busto y lápida incluida, de Juan Bautista Alberdi, el autor de la Constitución Argentina de 1853. La compró en vida, les explicó el guía, pero sus restos nunca llegaron a ocuparla.
Enseguida comienza a llover: una lluvia menuda al principio que pronto se vuelve torrencial y George no tiene otra protección que la de su ineficaz portafolio. Por sugerencia de Giselle, Marcelo —que tiene una buena campera con capucha— le ofrece su paraguas seguro de que no lo aceptaría, pero acepta agradecido. Y siguen: George es un baqueano por los tortuosos y resbaladizos senderos de Père Lachaise. Llueve y un grupo de cuervos parece escoltarlos. Ha pasado más de una hora de marcha y la lluvia arrecia.
George sugiere detenerse a esperar que pare un poco y guarecerse bajo un techo en el que ya hay otros turistas. Entonces, ahora que lo tiene cerca y puede mirarlo a los ojos, Marcelo le pregunta si hace mucho tiempo que se dedica a esto; George les confía que desde hace veinte, todos los días, de 10 a 17, realiza la tarea. Veinte años, repite, desde que el mismo día perdí mi trabajo y a mi esposa.
De la serie: Pubelicación [furor turístico]
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