Prólogo de un autor a sus obras completas

Luis Eliseo Altamira


Hay algo que he mantenido en secreto todos estos años y que la publicación de estas, mis obras completas, me da la oportunidad de confesar.

Para 1999 yo era un escritor ignoto. Había terminado El sueño de Butch, la novela que me daría notoriedad, y me hallaba escribiendo un cuento. Cierta mañana, al encender la computadora, encontré el relato bastante más avanzado de lo que recordaba, e inmejorablemente escrito, además (lo que me llamó doblemente la atención porque escribir (bien) siempre ha sido una tarea ardua para mí).

Pensando en un posible problema de memoria, anoté las últimas palabras que escribí aquel día y apagué la máquina. Al día siguiente encontré el relato más avanzado aún. O era yo el que escribía sonámbulo, o alguien lo hacía en mi ausencia. Deseché esto último por disparatado y salí a averiguar los precios de las cámaras de video. Las VHS tenían cassettes de dos horas y yo necesitaba una que me filmara durante toda la noche…

En esas estaba cuando se me ocurrió pensar que el improbable intruso podría haber ingresado a casa, en mi ausencia. Como esas cosas que hacemos a sabiendas de su inutilidad, apuré el paso. Al llegar, corrí a encender la computadora y hete aquí que me encontré con el relato más avanzado aún…

Me puse a releer lo que, ahora sabía, había escrito con ese alguien que con mi estilo, mi inventiva, mi visión del mundo, estaba emulándome. ¿Se burlaba de mí, haciéndome notar que cualquiera podía escribir como yo? (esto último podía ser, pero no era paródica su escritura).

¿Cuál sería entonces el propósito? Conseguir que pensara en él, desde ya. Que lo tuviera en una consideración especial (lo peor para su orgullo debía ser la inocencia de mi desatención). ¿Quién sería?

Para empezar, alguien que tenía una copia de las llaves. Pero, ¿cómo hacía para ingresar sin que lo vieran los vecinos? Y esa tranquilidad... Porque hay que estar libre de preocupaciones para escribir. Y para escribir tan bien, además (continuando lo hecho por otro, ante la constante posibilidad de ser interrumpido por su presencia...).

A todas luces, no me temía. ¿Sería un sicópata? Pero un sicópata no podía tener esas emociones. ¿Las infería de los otros, al punto de reflejarlas como un espejo (lago de forma mía)?

A la noche soñé que estaba escribiendo y sentía una presencia. Levantaba la vista y enfrente tenía a un tipo, apuntándome con un revólver. "Ahora me toca a mí", dijo. Y disparó. Me desperté sobresaltado y fui hasta la puerta de calle, a cerciorarme de que la llave continuara en la cerradura. Después encendí la computadora y me encontré con el cuento terminado. Inmejorablemente terminado…

¿Y si era la computadora la que escribía mientras permanecía apagada? Consciente de lo irracional de la posibilidad, abrí un documento, puse Cuando por arriba gritaba el río, lo cerré y la apagué.

La ansiedad por saber si estaba escribiendo me devoraba, pero conseguí aguantarme. Al encenderla encontré que había escrito una página y media fenomenales. Como dije anteriormente, con mi estilo, mi inventiva, mi visión del mundo. ¿Cómo podía ser?

Al día siguiente Cuando por arriba gritaba el río estaba terminado. Lo leí y releí como un Salieri que podía apreciar sin envidia una capacidad demasiado grande. Supe entonces que tenía una mina de oro entre las manos.

Dije anteriormente que había terminado El sueño de Butch. Pero no mencioné los problemas que tenía por entonces con esa novela. La había enviado a diversas editoriales españolas y ninguna se decidía a publicarla. La figura de Cassidy les parecía atractiva, pero encontraban que la narración se caía cuando el pistolero llegaba a la Argentina

Tenían razón, pero no podía hallar la manera de enmendarla. Así que la dejé en manos de mi amiga. Veintiún días después, el texto con el que ganaría el premio Planeta 2001 estaba terminado (todo lo que figura a partir de la página 52 de la primera edición es de ella, no le cambié ni una coma).

Publiqué muchos libros después. Algunos míos, algunos de ella y otros de los dos (los que escribimos al limón, digamos: yo ponía una oración o un párrafo, la apagaba, la encendía luego, leía lo que ella había escrito y continuaba. Así, hasta terminar).

A veces escribíamos en paralelo. Yo le pegaba el comienzo de un cuento que estaba escribiendo en otra computadora (para impedir que interviniera en mi escritura) y la apagaba. Recién cuando terminaba mi versión, la volvía a encender. A veces publicaba la de ella, a veces la mía…

Tuvo períodos de producción afiebrada ("mi" etapa George Simenon, digamos) y otros en los que tardaba una barbaridad. Poco a poco fue dejando de escribir. Sé que muchos confundirán esto con una broma o una ficción de las mías. Me tiene sin cuidado. El don de la literatura dejará de distinguir a aquellos que lo posean.

Juan Frías


Descargá el cuento:



Leé más notas de esta sección:


Comentarios:

Mario Saieg: Con su inteligencia e imaginación natural, Altamira juega a desafiar la IA. Excelente cuento.

Yamil Galasso: Se podría concluir que en el presente relato germina desde su título un misterio no explícito.

De cualquier manera la afabilidad del autor nos abre de par en par la puerta hacia lo que es una 'trampa inocente' que juega con nuestra ingenuidad de lectores inadvertidos.

Una vez dentro nos dejamos llevar y todo nos resulta distinguible y lógico.

Pero Altamira nos hace una primera advertencia, que obviamente desoímos.

Es cuando su intención muta hacia una mayor profundidad en la casi surrealista solución del enigma en que nos vemos envueltos.

Y la repetición del recurso entonces irrita.

¿Qué es lo que sucede?

Casi como una humorada el planteo del final que se avecina no deja lugar a discusión alguna, aunque intentemos abrir infinidad de hipótesis.

Al más puro estilo Leguin, esto es con la naturalidad de lo imposible, el autor reverbera en la firma final de la narración y nos hace buscar una explicación más lógica.

Pero no la hay.

Simplemente es lo que es, y tal como lo menciona el mismo Luis Eliseo en su relato, un 'fenómeno' Simenon se esparce y termina por concederle la victoria al nuevo prolífico Juan Frías.

Una narración que se deja leer con inocencia para terminar cuestionándonos nuestra capacidad de comprensión, resolución y fantasía; con un guiño que pareciera decirnos... ¿Por qué no?

- Alicia Romero: Un cuento de Luis Altamira que me presenta una situación real, lógica, con incógnitas que me animo a resolver antes que el autor. Pero de pronto una sola palabra me saca de mi comodidad y me encuentro casi identificada con el personaje. Lo acompaño en su camino y cuando lo termina de recorrer también me ubico ahí con él. Por ahora. Hasta el próximo cuento. . .

- Mario Hails: Excelente Luis, como siempre

Dejá tu comentario: