Por el camino de San Vicente

Alberto Cisnero

En la mesa, de izq a der: Daniel Vaca Narvaja, Alfredo Rescia, Nelson Specchia, Diego Brando, Pablo Segui y el autor de la nota, el editor Alberto Cisnero, de Barnacle.
En la mesa, de izq a der: Daniel Vaca Narvaja, Alfredo Rescia, Nelson Specchia, Diego Brando, Pablo Segui y el autor de la nota, el editor Alberto Cisnero, de Barnacle.

Escucho mi nombre y mi apellido (mal pronunciado) por los altoparlantes. Estaba dormitando. Guardo el pequeño volumen que incluye tres historias de un autor nacido en Orel y muerto en el exilio a comienzos de siglo pasado; Roberto Godofredo Arlt lo citaba en su novela más famosa y tortuosa (la del muchacho que debe traicionar para salvarse). No llevo más equipaje que una mochila. Es de madrugada en el aeropuerto. Estoy sin dormir desde hace un día y medio. Tras la cotidiana sesión noctívaga de escritura llegó el lapso de la jornada laboral y seguimos de largo luego de cenar con una pareja de amigos y arreglar el mundo o no tanto. Siempre llevamos un libro para leer (o volver a repasarlo) durante las esperas o durante el propio viaje, es nuestro amuleto lúcido. Son nuestras limitaciones. Nos espera un vuelo directo hasta la Provincia de Córdoba, a la ciudad; con amor me dirían y añadirían que el mote de "Córdoba capital" era una invención de márquetin de cierto político que a su vez fue propalado por un cantante que optó por una existencia ruda y peligrosa; ambos se desgraciaron en sendas rutas. En su momento, de esas noticias retuve difusos informes y no los evocaría sino hasta estos diálogos que refiero. El motivo de este viaje, en verdad el segundo hacia el mismo destino, tiene que ver con algunos libros de compañeros poetas, criollos del suelo. Así que son sus libros el motivo del viaje. Hace muchos, muchos años si me hubieran preguntado respecto de cuáles eran mis sueños habría mencionado entre ellos el de publicar un libro alguna vez. Dormito otro poco. Al llegar al aeropuerto ya estaba ahí Daniel Vaca Narvaja; será el encargado de conducirme por el camino de San Vicente (primer barrio separatista de la República Argentina).

En el año dieciséis del siglo recibí un correo electrónico de un poeta cordobés; quería publicar un libro. Ello se concretaría a los pocos meses bajo el sello que dirijo y sería el comienzo de una larga continuidad literaria para el autor, el editor y la casa editora. Dejo caer el nombre de Pablo Seguí, pues de él se trataba. Luego de un derrotero frustrante (discursos sobre falsas lealtades a empresas del terruño, mutismo ante preguntas concretas acerca de fechas y precios, invitaciones a realizar taller para desnaturalizar los poemas, desaconsejándole el uso del arte del verso medido por inactual, sic) llamando a las puertas de las grandes editoriales locales y de la capital federal, recibió respuesta del infrascrito. Seguí continúa contando las sílabas (dodecasílabo mediante). "Yo soy de San Vicente, / yo soy de la otra orilla" ha escrito en unos versos rantes que por estas horas están en las máquinas, entintándose; la misma noche de mi arribo haría lectura pública de poemas que abarcan el primer período de sus trabajos. Esa candente noche de octubre que nos tocó en suerte fue venturosa y se efectuó la presentación de los cinco autores cordobeses de Barnacle de esta vuelta, algunos de sus libros vieron la publicidad durante este año o en años anteriores y otros supusieron un anticipo del venidero (fue señalada la ausencia de autoras en la mesa: las puertas de Mora Barnacle están siempre abiertas). El auditorio escuchó con atención cada lectura. El editor habló de cada libro como si realmente los hubiera leído; ese comentario fue replicado en el brindis posterior a las lecturas. Me referiré brevemente a esas páginas, como si las hubiera leído realmente, para completar la crónica.

Si me permiten, reitero en el papel una disculpa que hice pública: en febrero del presente año Nelson Specchia me remitió vía guasap el archivo de una novela. En el fragor de los días olvidé ese mensaje. Se traspapeló. Lo usual es que reciba los textos por correo electrónico. No le hice tal mención a Nelson. Y pasó el tiempo. Meses. Un día volvió a escribirme preguntándome si me había interesado su texto ("Los mapas se dibujan en el agua"). Así fue que me percaté de aquel envío y de los innúmeros mensajes que se sucedieron desde aquella fecha hasta la línea de su interrogación. Entonces lo leí y comenté; conformará el catálogo del año veinticinco: "si los dioses tejen desventuras para que los hombres las canten, en la presente novela el narrador busca recobrar el tiempo ido y la imposibilidad más fatal, la de la nombrar la tragedia, la muerte, la desaparición forzada de un hijo. Un largo periplo de voces y nombres en pos de constatar que no está hundido y quieto un corazón todavía, aunque todos los recuerdos terminen igual, cito: Uno es de donde está: los mapas se dibujan en el agua y por donde pasa la canoa no deja huella".

El mismo día conocí en persona a Alfredo Rescia. Lindo nombre para un cantor. Una alegría que me significa mucho. Su libro es un hallazgo. Y ojalá los lectores sepan apreciar la obra de esta persona sabia y mesurada, pero firme en su decir, un alma valerosa y rebelde: si el tiempo no existiese todo estaría permitido; o devendría en simple estadística (Qué hará / el que aún cree en las palabras). "Postales de invierno. Cielos de enero" encierra la emoción más próxima de un hombre y sus ideas en una época ominosa, con las palabras de todos (la muerte / es un pan que no se parte). A quien leyere: si estuvieras lo suficientemente cerca de sus páginas oirías su cantiga.

De Leones no sale nadie. Esa frase supimos escucharla, casi como una amenaza, en un policial chicano en qué remoto verano de nuestra juventud; cuando me enteré que Diego Brando (Alfredo Rescia igualmente) era oriundo de una localidad ubicada al sur de la provincia llamada del mismo modo, volvieron a mi mente las palabras que algún anónimo traductor dobló para el público latino. Ellos desmintieron el aserto. Unas semanas antes había coincidido con Diego en la Ciudad Autómata de Buenos Aires, durante una lectura que organizó la revista Gambito de Papel; esa tarde hablamos poco. En Córdoba pudimos extendernos en los entretelones del evento. Entre parcos nos entendemos. Diego presentó oficialmente un libro que apareció durante la pandemia, "El reino de los peces": si un consuelo de la soledad es imaginarse solo, en el libro de Diego, el amor, cada frontera abrupta, el sentimental arrebol de las últimas poblaciones, confluyen en poemas que encierran en su economía y nitidez, el júbilo y la distancia de quien murmura un nombre ("Qué loca idea fue nacer, madre, / en noche de tormenta y lloviznas. / Algo se quebró desde el principio").

Daniel Vaca Narvaja leyó versos de su segundo poemario. Recuerdo que un día me comuniqué con él, recuerdo que era invierno y recuerdo que le dije que me había gustado leer su libro y haber hallado un avance tan notable en su poesía. Forma parte de los autores argentinos que no vive en una suiza mental, que no omite mirar al prójimo, hoy que la derrota continúa: el fracaso de los sueños, el inconformismo y el desencanto ante la mediocridad de la vida ambiente son los temas sobre los que versan los poemas incluidos en el volumen titulado "Encamino"; y no buscan congraciarse con el desocupado lector mediante la representación de una imagen benévola de la propia realidad que acucia y deslumbra: a veces un niño que nos interpela con sus bolsas negras es todo lo que sabremos del mundo. Como dijo un usurero y prestamista isabelino: el resto es silencio.

Finalmente, Pablo Seguí presentó "Poesía juvenil (1995-2011)"; en este foro ya nos hemos explayado sobre el libro, solo acotaremos que para escribir hay que leer y que esa ardua y solitaria tarea es el vector de su tiempo completo; pude constatar in situ la existencia de siete cuerpos de bibliotecas a doble fila, en variados idiomas, de los que él se enorgulleciera en casuales conversaciones telefónicas (Edgar Allan Poe recibía menos salario que el resto de los empleados del periódico en el que trabajaba porque sus escritos estaban por encima de la media de las capacidades intelectivas del lector que consumía esas páginas, según arguyó el propietario del diario. Sabrán excusar esta nota inconexa; o no tanto).

El Museo Genaro Pérez, donde sucedió la lectura, es una hermosa institución pública en la que hemos sido tratados con amabilidad, cortesía y profesionalismo; esta vez pudimos recorrerlo un poco y apreciar su colección. Nos dan ganas de volver, sensación que le hemos trasmitido a su director. Nuestra gratitud también quiere alcanzar a Valentina Clamer, Silvina Seguí y María Victoria Vaca Narvaja.

En la mesa, de izq a der: Daniel Vaca Narvaja, Alfredo Rescia, Nelson Specchia, Diego Brando, Pablo Segui y el autor de la nota, el editor Alberto Cisnero, de Barnacle.
En la mesa, de izq a der: Daniel Vaca Narvaja, Alfredo Rescia, Nelson Specchia, Diego Brando, Pablo Segui y el autor de la nota, el editor Alberto Cisnero, de Barnacle.

Los días sucesivos depararon encuentros con poetas, largas sobremesas, charlas e improvisada competencia de recitadores de don Luis de Góngora mientras la tarde declinaba, el bullicio del centro (todas las ciudades son iguales hasta en eso de decirse distintas) y la inopinada posibilidad de comprar un lechón que vendía unos de los poetas de la partida (su frase más reiterada fue "Yo tengo un chancho"). Pero no todo es jolgorio, mazamorra bien pisada, los pasteles y el buen vino: la policía nunca enseñará sociología en ninguna parte de estas crueles provincias. Pasamos el retén policial camino de la centenaria república libre de San Vicente cada una de las noches de mi estadía, cada vez que volvíamos del centro: la usual interrogación respecto del documento y las señas, la espera, la mirada escudriñadora a través de la ventanilla del auto y la venia para seguir camino (en Buenos Aires no se consigue). Leímos en un periódico local que se cometen veintiséis delitos por hora, los datos son oficiales del gobierno y se basan en información policial y del Poder Judicial (acaso el celo identificatorio obedezca a tales guarismos); y leímos que representantes del pueblo, hijos de estos lares, hacen que brillen las antesalas de los despachos oficiales del congreso nacional, que los más notorios sacan el lustre llorando ante las cámaras o arrastrándose (acaso les haya faltado el calor de un verso en la niñez). Logramos superar indemnes cada escena del retén nocturno.

El mismo vehículo y el mismo conductor de mi llegada a Córdoba me trasladaron hasta el aeropuerto. Finalmente logré conseguir colaciones, para llevar a mis hijas, en un puesto dentro de ese recinto, "no lugar" lo llama la literatura especializada. Escribí un poema mientras esperaba el avión; y releí un breve cuento triste ruso: durante una fiesta de navidad un niño sustrae del árbol un querube translúcido; había acompañado a su padre; en el pasado su padre fue preceptor de la hija de los dueños de casa; el niño y el padre viven en una precaria habitación junto a otro integrante familiar, la madre; padre y madre son alcohólicos; decidieron atar el adorno con un hilo en la pared de la chimenea, de manera que, aun acostados, pudieran verlo ambos. Si pudieran leer esa página conmigo, leerían: "El angelito, colgado del horno caliente, comenzó a derretirse. La lámpara, que Sachka no había querido apagar, impregnaba la atmósfera de olor a petróleo, y su luz alumbraba a través de la pantalla sucia, el triste cuadro de la destrucción del angelito, que parecía dolorido. Gotas espesas resbalaban por sus piernitas sonrosadas y caían sobre el horno. Al olor a petróleo no tardó en unirse el olor denso a cera derretida".


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Alberto Cisnero

(La Matanza, 1975)

Publicó: "El límite de la materia" (2012) y otros libros; en 2025 publicará "Clase 75", en 2026 "Román paladino", en 2027 "Este libro es para vos"; y así sucesivamente. Vivo o muerto.

Foto: Merlina H. Cisnero


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