Perfil imperfecto de un genio cubano

10.12.2023

Suenan Las Polonesas de Chopin en el SUM del Hogar. Un hombre toca el viejo piano. Nadie lo escucha, ahora yo. El tipo es totalmente calvo, se mueve poco, sus dedos bailan sobre el marfil. El sonido es casi perfecto, vigoroso: un trueno. El instrumento está desnudo y sus martillos saltarines golpean las cuerdas, mientras el hombre calvo para y ajusta unas tuercas con una herramienta fría y tosca, más cercana al cuerpo del ejecutor que a la música ejecutada.

Apenas lo reconozco. La última vez que lo vi tenía el pelo largo, oscuro y un mechón nevado en canas le caía sobre sus ojos verdes.

- ¡Cubano!

- Me llamo Alfredo y soy ciudadano argentino con todo y DNI.

Se puede vivir en muchos sitios, pero se nace en uno solo y Alfredo nació en La Habana. Allí se crió en los tiempos de Batista., en una familia de artistas acomodada económica y culturalmente que, si bien no simpatizaba con el gobierno depuesto, lo prefería al de los "barbudos".

Alfredo tiene razón, es ciudadano argentino como todos los hombres del mundo que quieran habitar en suelo argentino. Ama la isla y quiere volver, pero se enfurece cuando lo llaman por el gentilicio para bajarle el precio.

Tenía siete años cuando la revolución hizo su entrada triunfal en 1959. No recuerda el proceso, pero si el cambio que produjo en su vida. Los Gómez Alonso se opusieron de parto al gobierno de Fidel Castro, sin embargo se quedaron. El éxodo fue tardío. Alfredo y su hermana salieron de Cuba ya maduros y con distinto rumbo. Yolanda se fue para Miami y su hermano a México. Causas y azares trajeron a Alfredo a la Argentina. Cuba sufría el bloqueo y la perestroika, México el efecto tequila y por acá la convertibilidad.

Alfredo se adaptó fácilmente. Bohemio, noctámbulo, sociable, entró rápido en el colectivo culturoso de La Docta.

Cuando lo conocí en el bar Alfonsina lo invité a cenar.

- ¿Alfredo, qué le gustaría comer?

- Yo no como, me nutro - dijo, y pidió una milanesa con papas, huevos fritos y una Coca Cola.

Ácido hasta el ardor, irónico hasta la incomprensión e intransigente hasta la necedad, el Cubano se hizo una huella en la noche, más por su talento artístico que por su forma de ser.

Alfredo llegó con lo puesto y todo el bagaje cultural de sus tiempos antillanos. Allá fue director de sinfónica y docente universitario, por eso no demoró en encontrar trabajo en La Colmena. Formó una generación de músicos virtuosos, pero entre su carácter y la demora de sus documentos, fue despedido.

Flojo de papeles, sin trabajo y alejado se sus amores, consiguió refugio en el Albergue Sol de noche. Vivió un par de años allí y al estallar la pandemia de Covid-19, las autoridades pidieron su traslado al Hogar Padre La Mónaca, la residencia municipal para adultos mayores.

Nos dimos un abrazo enorme y sonreímos. Nos miramos un rato, con el piano como único testigo. Alfredo no parecía triste, ni avergonzado, más bien estaba erguido en su amor propio, como siempre. Estaba enojado porque en el albergue era más libre. En el hogar el "gusano" del director había decretado el confinamiento preventivo. El director era yo.

- Este piano es una joya, lo estoy afinando.

Había desplegado las herramientas en el piso del salón. Me dijo que me fuera o que me quedara en silencio. Auscultaba tecla por tecla con obsesivo cariño. Después tocaba un vals vienés. Volvía a ajustar la palanca y luego un rock de Elvis. Vi que la cosa iba para rato y me fui

- Si querés. cuando termines llegate a mi oficina.

- Si tienes café Dolca, paso en una hora.

Puntual, agotado, mojado en sudor pasó sin golpear. La puerta estaba abierta.

- El café es La Morenita, pero decime qué carajo hacés acá.

- Este café es una mielda.

Un Alfredo en estado puro. Locuaz, sin arrepentimientos por los errores, sin egolatrías por su talento. Con ganas de hablar, de quejarse por la ineficiencia de los funcionarios de migraciones. Agradecido al refugio, al hogar y a la vida por haberse cruzado de nuevo con el hijo de su vieja amiga.

- Siento mucho lo de tu madre. ¡Qué mujer!

Alfredo era un converso. Antes era crítico del gobierno comunista, ahora usaba la palabra "gusano" como un insulto, al igual que sus compatriotas militantes de la revolución. Vivir en la calle con mendigos, indigentes, analfabetos sin letras, ni abrigo ni pan. Gente sin música ni poesía, lo indignaba. Empezó a valorar la educación, la libra de frijoles, el mendrugo de pan, el ron fraterno, las canciones en harapos, la medicina artesanal y gratuita.

Me contó su experiencia en el cine, como arreglador de la banda original de "El Mayor" donde trabajó con Silvio Rodríguez.

- Silvio me regaló el libro Momo, una novela exquisita de Michael Ende. Ensayábamos en su casa. Él no paraba de parir armonías. Silvio es un creador, un inventor de sonidos. Como Mozart, como Lennon.

- ¿Qué pasó con el palacio de Nueva Córdoba, Alfredo, y con aquella señora?

- Rompimos y me tuve que ir. El cubano otra vez en la calle.

Alfredo había roto definitivamente mi rutina. Me había salado la herida de mi madre. Me había vuelto tiempo atrás, en esa dulce tristeza del alma que es la melancolía. Se acabó el café. El cubano fue a "nutrirse" y yo a revisar historias clínicas.

A la tarde llamé a Nelay, un profesor de filosofía amigo de Alfredo y le conté sobre nuestro reencuentro. El profe sabía que el Cubano vive y vive. No se festeja, ni se interpela, ni se reprocha. Anteayer vivía en una casona de La Habana, ayer en un palacete del centro de Córdoba y ahora en una residencia para personas mayores con problemas sociales. Prometió visitarlo y se alegró de que estuviese contenido.

Exrector de la Universidad Mariano Moreno, Nelay es uno de los amigos más fieles de Alfredo. No lo juzga, sólo disfruta de su compañía. Igual que Valerio, dueño del bar Alfonsina.

Me hubiera gustado poder entrevistar también a mi vieja para que me ayude a perfilarlo, aunque ya sé que me hubiese contestado. Isabel hubiera ponderado la condición de mujeriego que los distanció antes del acercamiento.

Valerio me pidió que lo lleve una noche para charlar de la vida. La mesa se ha quedado vacía. Ya se fueron la Mecha, bibliotecario del Colegio Monserrat; Julio Córdoba, pintor de óleos, acuarelas y culitos de vino de la copa; la Isa, filósofa de claustros superiores y cafés baratos.

Ahora Alfredo pelea con los otros residentes del Hogar. Incomprendido por los simples, los complejos y los dementes. Desdeñando a los madrugadores que prenden la radio muy temprano. Protestando con las camareras que dejan enfriar el café, con el médico que no le toma la presión, con la computadora que se tilda mientras arregla una partitura y con el director que no le da el tiempo que merece.

Alfredo va gerundio por la vida: caminando, respirando, protestando, estudiando, afinando, discutiendo; esquivando a la pasión, honrando la razón que no lo deja volar. Sin fe, sin esperanza, sin dios.

Escorpión de octubre cree en los astros y asegura que más allá de la artrosis, la vida está bien.



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