Noticias sobre un homenaje imaginario
En las conversaciones del Café del Plata, en el Club Social, en las oficinas públicas, en los estudios de abogados, en la retreta del Paseo, o en las tertulias domésticas de una ciudad desnuda de radio y de televisión, brotaron risas, sacudidas de cabeza, brillos de malicia, un dedo en la sien indicando que a fulano le faltaba un tornillo. Don José E. Garzón había echado a rodar la noticia de que se hallaba pronto a erigirse una estatua a sí mismo. Su anuncio le tiró una leña al entusiasmo de tener de qué reír, en la Córdoba de 1902.
"Huérfano desde la niñez, acaudalado comerciante, senador provincial y soltero", tal como lo presentaba una página satírica de la revista Caras y Caretas de ese año, el personaje llevaba un apellido cordobés ilustre procedente de Pontevedra, con arraigo de segunda generación en la docta ciudad de entonces. Los portadores de dicho apellido eran parte del núcleo político, económico, industrial o comercial de Córdoba. Basta leer lo que escribía en su diario el director de La Carcajada, en julio de 1905: "¿Qué repartición pública existe donde no esté ubicado algún Garzón? Ninguna, puede decirse, pues el garzonismo está en el gobierno, en la legislatura, en la municipalidad, en el congreso, en la universidad, en los colegios, en las secretarias y bibliotecas, en los hospitales, en los asilos, en los tribunales y....hasta en los conventos."
El gracioso de la larga familia era sin duda "Pepe" Garzón, a quien la veta humorística le calzaba bien, incluso desde antes del episodio de la estatua. Que, por cierto, no prosperó: la humorada alcanzó hasta levantar el pedestal, que allí quedó esperando, en el jardín, ante la mirada de los curiosos que pasaban por la esquina de la casona sobre la Avenida Argentina.
De unos años antes, fines del 1900, data el siguiente retrato hablado de José Garzón. El diario Los Principios publicaba una nota del periodista español José Menéndez Novella, firmada con su seudónimo habitual "Gil Guerra" (un espejo inverso de su rival "Gil Paz", con que Leopoldo Lugones rubricaba sus primeras notas literarias en el diario La Patria). Gil Guerra dedicaba el siguiente juicio a su amigo Garzón:
"José E. Garzón es un original. Un graciosísimo andaluz… americano: un meridional, que diría el inolvidable Daudet. José Garzón hubiera sido en otro país, en otro ambiente y con afición al arte escénico, un gran actor cómico: un Coquelin, un Zamacois. Su cara tiene la movilidad de una careta de goma. Fijaos en su rostro expresivo y movible cuando os habla, y aunque diga las cosas más triviales, aun cuando os relate algún chascarrillo antiquísimo y sin gracia, no podréis contener la hilaridad. Sus gestos, sus ademanes cautivan. (…) Y hay que verlo contar esas historias de aparecidos, esas antiguas aventuras de su juventud. Se levanta, va de un lado a otro, acciona, gesticula, y en su fisonomía y en sus ademanes interpreta el pensamiento completando la palabra y el auditorio se muere materialmente de risa, tratando empero de contenerle en lo posible al ver la seriedad, la convicción, la buena fe, con que D. Pepe relata el suceso creyéndolo, posesionándose por completo de su papel, como haría el mejor de los actores cómicos.
¡Qué gran artista cómico se ha perdido la escena argentina!"
Al momento de comunicar la idea de inmortalizarse con una estatua, a comienzos de siglo, Garzón dio a luz su ópera prima del humor. Así lo sintetizó en 1986 Antonio Salomón, en el catálogo de la Sexta Bienal de Humor e Historieta de Córdoba: "… Si de humoradas cordobesas se trata, hay una originalidad que no creemos haya existido otra en el país. Porque, aunque él lo declarara en serio, promovió sonrisas don José E. Garzón, 'don Pepe Garzón', como todos lo conocían, al colocar la piedra fundamental de su propia estatua, en el atardecer otoñal del 10 de abril de 1902, en una esquina de Nueva Córdoba, con regocijo de salutaciones, cerveza y masitas."
Es muy probable que el hombre que había alcanzado cierta relevancia social -aunque no de la estatura de una estatua- se tomase medio en broma, medio en serio, el gesto que hacía público. Luego de circular en el elenco político, haber ocupado distintos cargos, acabó pasando a la historia gracias precisamente a ese gesto. Si el anuncio de Garzón no prosperó en la vida municipal, y se detuvo en la base de la estatua, hay que agregar que la misma quedó esculpida en risa, y adquirió el cuerpo de un grotesco que acaso desafiaba el ridículo de todas las estatuas, para luego convertirse en un viejo cuento de aldea, con potencial proyección universal, que se transmite oralmente. Hasta pasar a ser parte, con suerte, de esos pedacitos de historia urbana cordobesa que roturan algunos investigadores o escribas y que a veces se publican, como es el caso de estas humildes líneas.
Descargá la nota:
Dejá tu comentario: