Mundo Sapo
Esa noche lloramos todos. Un reencuentro memorable con los muchachos. De todos el que más me sorprendió fue el Pipi por la nueva vida abrazada como una causa. La primera imagen del Pipi en el patio de su casa me sobresaltó. El Pipi miraba a un sapo gordo y viejo entre los cientos que habitaban su patio, sapos que esperaban con desesperación la aparición de un mosquito. El Pipi le hablaba, más bien le susurraba y el anfibio tiraba lengüetazos y hasta parecía sonreír.
El cambio de conciencia ecológica del Pipi sucedió a las orillas del río Paraná, en la Paz Entre Ríos en un bosque de eucaliptos, llamado el Eucaliptal, un tenebroso camping escenario digno para una película de David Lynch. Arboles altísimos que tocaban el cielo y casi no dejaban entrar la luz del sol, un colchón de hojas secas cubría el manto terrestre por donde pululaban cientos de insectos dispuestos a masacrar a los seres humanos que osaran pisar ese sitio. El lugar había sido elegido por unos de los muchachos para una excursión de pesca. El escenario no era cómodo, pero tenía sus encantos, nadie acampaba allí según el Pipi tal vez por los millones de mosquitos famélicos que bajaban desde la costa del río al atardecer.
Esa noche una década atrás, sucedería algo que determinaría un cambio radical en la conciencia del Pipi que hasta ese momento calificaba de putos a los ambientalistas. Si no hubiera sido por la aparición de esa "brigada de sapos" como recuerda el Pipi, esos mosquitos nos dejaban sin sangre esa noche. El Pipi asegura algo que yo todavía pongo en duda, que en el transcurso de un par de horas él había perdido por lo menos un litro de sangre en los aparatos bucales de los mosquitos hembras de la región. También me reveló que un médico que integraba la delegación, Arturo Jaime Luquetta lo puso al tanto de que estos insectos que ya llevan 144 millones de años en el mundo lo habían dejado anémico. En ese contexto, Marcelo Vázquez, el sommelier del grupo aportó una buena cuota de pánico. Se despachó con que no habían previsto nada para tratar la fiebre amarilla, la fiebre del Dengue, la Malaria y hasta un exótico virus del Nilo occidental con que los mosquitos son capaces de infectar.
Entrada la noche, los mosquitos no parecían molestarse por los repelentes ni por el intenso humo que desprendía un fogón alimentado con hojas de eucaliptos. El grupo de muchachones aficionados a la pesca lagrimeaban alrededor del fuego al influjo de la intensa humareda, ya resignados y sin fuerzas para resistir como esperando, en el mejor de los casos, una muerte digna. A medida que los mosquitos nos dejaban sin sangre, contaba el Pipi con dramatismo, fuimos perdiendo las fuerzas para resistir, dejamos de tomar Fernet y entramos a bostezar inmersos en un sueño lento y suave.
- ¿No viste la luz al final del túnel? - lo interrumpió el Negro Bonel cagándose de risa y feliz de haber quedado excluido de la expedición por un compromiso de su actividad teatral.
En un momento se detuvo el viento, detalló el Pipi, asumiendo el modo poético de Armando Tejada Gómez para relatar: solo se oía el chapoteo de los remos de los pescadores en la noche cerrada y fue el Negro Gómez, el cantor riojano, hombre de gran oído quién chistó y nos llamó a silencio cruzando el dedo índice sobre los labios como lo hacen las enfermeras en los carteles de los hospitales. –¡Escuchen, escuchen manga de hijos de putas!- gritó. Y tenía razón Gómez, Desde el corazón del bosque se oyeron tenues ruidos sobre las hojas secas. –¡Son cocodrilos, cocodrilos son!- la exclamación del Oveja, el escritor de la expedición, bastante asustado exasperó a Marcelo. – ¡Acá no hay cocodrilos, boludo, hay yacareces! Fue el doctor Arturo finalmente, el que menos chupado estaba, quien advirtió que la aproximación que oían desde el manto terrestre cubierto por las hojas, era provocado por los saltitos cortos pero seguros de un ejército de sapos. Avanzaban hacia la luz, hacia el fogón decididos como si fuera una acción planificada. Sapos de varios tamaños, más chicos, más grandes avanzaban para ganar el círculo de luz debajo de una rama desde donde habíamos colgado una lámpara portátil.
Fue Ricardo Borggi, abogado e historiador además un profundo conocedor de la vida animal según el Pipi, el que nos hizo abandonar los banquitos donde nos sentábamos e ir hacia la camioneta que se encontraba a unos diez metros y desde donde se escuchaba la voz decidora de José Larralde profiriendo sus verdades. –Los sapos vienen a salvarnos, Pipi, me dijo por lo bajo el Ricardo, profundamente emocionado. Y allá fueron los sapos a lengüetazos limpios a liberar el territorio, recuerdo que con la voz quebrada me contó aquella vez el Pipi. – Ponéle algo de Los Olimareños así estimulan el espíritu revolucionario- sugirió el Oveja que recibió una mirada fulminante del experto Borggi. No tengo una idea cabal del tiempo, pero habremos estado unas dos horas en silencio fumando y dándole al Fernet y observando la tarea quirúrgica de los anfibios. El Ricardo nos hizo ver que poco a poco los mosquitos iban desapareciendo o retirándose hacia sus "madrigueras" a la orilla del río, hasta que -creer o reventar- no quedó ninguno. Ahí nomás el Ricardo se despachó con una clase magistral sobre los batracios y su función en la naturaleza.
Esa noche nadie dijo nada, el Marcelo para distender se puso hablar de vinos y no mucho más, me dijo el Pipi esa vez. Pero estoy seguro que como yo todos empezamos a recordar con vergüenza las atrocidades que le habíamos hecho a los sapos cuando niños. Esa noche nadie confesó por vergüenza los crímenes cometidos. A mi me empezó a pesar la conciencia de ese pasado ominoso, se sinceró el Pipi y creo que de algún u otro modo, a los demás también. Recién al mes, cuando nos volvimos a juntar a comer un asado en mi casa hicimos un mea culpa y hablamos a calzón quitado.
A mi me habían contado algo del cambio manifestado en el Pipi, de su militancia declarada en defensa de la vida de los sapos, y también en lo que se había convertido su casa. Nunca lo tomé demasiado en serio hasta que volví a juntarme con los muchachos para celebrar "el día del sapo" con un asado en la casa del Pipi. Cuando llegué, el Pipi ya estaba medio picado asando en la parrilla todo tipo de verduras. Y cuando el Pipi se chupa, agarrate, me comentó el sommelier Marcelo. En la puerta me recibió Stella, la mujer del Pipi vestida con un mameluco del sapo Pepe. A mi me pareció divertido dado que Stella tenía fama de ocurrente. La sorpresa mayor me la llevé cuando ingresé al patio al acercarme al quincho donde el Pipi, como tantas veces según me habían contado los muchachos, ya había dado riendas sueltas a sus sentimientos de culpa por un pasado que lo atormentaba.
Los demás parecían estar acostumbrados, por lo que mucha atención no le prestaban, y al verme, el Pipi se me vino encima, me estrechó en un abrazo que me dejó sin aire al tiempo que me decía- ¡bienvenido al mundo sapo, hermano! Yo había sido muy amigo del Pipi durante la niñez y el comienzo de la adolescencia y había sido, claro, parte de lo que él llamaba "el martirio de los sapos". En ese momento advertí que el Pipi no me iba dejar ninguna posibilidad de hablar de otra cosa que no fuera de las crueldades que le habíamos infligido a esos bichos. Lo primero que me llamó la atención fue que antes, para este tipo de eventos, para el Pipi era casi sagrado vestirse con una camiseta de Belgrano, y ahora el verlo al igual que su mujer vestido con un mameluco del sapo Pepe, me dejó sin palabras. Bienvenido al mundo anfibio, hermano! Me dijo al oído y sin soltarme prosiguió: ¡mirá qué maravilla es esto, ellos son mis hermanos!
La maravilla a la que se refería el Pipi era una marea de sapos que oscilaba con un tono verdoso y brillante en casi toda la superficie del patio de la casa. Mientras el Pipi me invitaba con una jarra de dos litros de Fernet con coca, relojeando la parrilla y sin mirarme a los ojos se despachó: éramos muy ignorantes, hermano, por eso hicimos lo que hicimos. Y si te cuesta hablar te juro que te entiendo, hay que reconocer que estábamos influenciados por la cultura y los medios, por la música popular, ¿o no cantamos cien mil veces esa canción del Chango Rodríguez "pateando sapos"…? Nos sonaba divertido cantar "voy pateando sapos para el barrio inglés…". No tardé en darme cuenta que la noche iba a ser brava y que no me quedaba otro remedio que prestarle la oreja al Pipi en su intento de acomodar su conciencia mortificada.
Al mismo tiempo que el Pipi hablaba conmigo también lo hacía con los sapos y a algunos de ellos los llamaba por su nombre de pila. Y los sapos parecían comprenderle y como los perros, cuando los nombraba se le acercaban y se le metían a jugar entre las piernas. – Hemos sido muy crueles con los anuros, Emilio; vos seguramente como a mi nos importaba un carajo cuando reventábamos un bufo contra la pared, ni los cuatro mil huevitos qué el había incubado para salvar a su especie, así somos los humanos. No se si para humillarme o solo por estar tan familiarizado con esa especie el Pipi utilizaba términos para mi totalmente desconocidos.
Sin las glándulas parótidas de los bufos nuestra existencia en este planeta hubiera sido imposible, seguía explayándose el Pipi. - ¡hágase el muerto Rafael! Le ordenó el Pipi a un sapo grandote y el batracio se dio vueltas dejando duras las patitas hacia arriba. Le pregunté al Pipi si le había agregado algo extra al Fernet dado que lo que estaba viendo me superaba. –Así se defienden de los enemigos, son más sabios que nosotros tienen más de 300 millones de años en este mundo-, me hizo saber. Le hice notar que la pelea con los mosquitos era sin duda un viejo rencor, una pelea que venía desde tiempos inmemoriales. –¡Saque pecho, Rafael! Ordenó nuevamente el Pipi y el sapo se infló casi el doble de su tamaño. –Es una postura que toma para impresionar a sus rivales- gracias Rafa- le dijo el Pipi mientras le abría como premio un frasquito lleno de insectos.
Mirá, Emilio, yo me avergüenzo de la especie humana, siempre estamos compitiendo por quién la tiene más grande, mirá esa ranita me señaló hacia un cúmulo de anfibios de los que yo no sabía distinguir entre sapos y ranas, ni un escuerzo, hasta que el Pipi gritó- Cuca vení, Cuca! Y desde ese manto verduzco saltó la rana punta de Flecha según detalló el Pipi- Mirála, así tan chiquita como la ves es capaz de matar a un gorila. Si el primate por fanfarrón le hace daño, cuando la sangre del gil este entre en contacto con el veneno de la piel de la Cuca, la Cuca lo deja seco. El Pipi no dejaba de tomar Fernet y tiraba unos lenguetazos para barrer la espuma que le quedaba al borde los labios. A mi siempre me quedó en la memoria, lo tengo todavía acá- dijo el Pipi señalándose la sien- lo que le hiciste a un sapo una noche buena, lo miré desconcertado sin saber muy bien de qué me hablaba, solo atiné a encogerme de hombros. Claro, seguro que no te acordás porque el asesino que hay en todo hombre tiene un particular modo de anular de su memoria aquellos hechos que lo asocian al crimen. En ese momento me salvó Bonel que desfallecía de hambre y lo puso al tanto al Pipi que el asado vegetariano ya estaba listo.
El resto de los muchachos parecía estar habituado al mundo anfibio del Pipi y hasta simulaban reconocer a algún sapo por su nombre y a hacerle comentarios del estilo- Che Pipi, cómo creció el Tincho, está hecho un toro- como le comentó el Gancho Ressónico, que junto a Fabián Pfleiderer acababan de cantar, con la voz pastosa, una versión de la marcha peronista adaptada a la ocasión. Después de comer le pregunté si por lo que hacía él con los sapos, que realmente resultaba muy singular, no se le habían acercado desde la televisión para hacerle algún tipo de entrevista.- Si, siempre aparece un pelotudo con una cámara. La última vez que vinieron fue cuando se murió el Sapo Cativa. Estos sapos no cuentan chistes- le dije a un otario y le cerré la puerta en la jeta. La imbecilidad que anida el mundo del periodismo no está a la altura ni para tomar una sola imagen de mis anuros.
La noche se hizo larga y el Fernet había derribado todas las barreras de la mesura del Pipi y advertí que no me iba a dejar hasta recordarme todo lo que según él le habíamos hecho a los sapos cuando niños. Supongo que quería herirme con esos recuerdos buscando en mi un examen de conciencia. Para ese entonces el Negro Gómez había empuñado la guitarra y le cantaba a ese mar movedizo, "sapo cancionero" ante la emocionada mirada de todos los muchachos. - Yo sé que a vos te gustó el fútbol y a mí también, pero vos bien sabés que al fútbol se juega con una pelota y no con sapos como armaste vos ese partido en el baldío que quedaba al lado de la casa de mi abuela. No te juzgo, capaz inconscientemente te había influenciado esa canción del Chango Rodríguez, capaz por eso te pareció natural y nos convenciste a todos que jugáramos a la pelota pateando sapos, ¿o no te acordás Emilio? Yo me acuerdo como si fuera hoy -prosiguió - diez sapos matamos a patadas en ese picadito, diez sapos que vos trajiste en un balde de plástico con agua. Y acordáte bien, vos erraste un penal reventando un sapo en el travesaño de la canchita. Vos jugabas con botines, lo pusiste al sapo en el punto de los doce pasos, y el sapo pobre se quedó quieto esperando no se que, tal vez la conmiseración, y a su espalda tomaste carrera y le pegaste con tanta violencia que el batracio se destripó contra el caño del arco. ¿O no? Tenés que entender Pipi que eran travesuras de chicos, solo atiné a decir.
Y el mismo Ricardo, que ahora se hace el defensor de la vida animal, me rogó de rodillas llorando como una monja para que no le contara a nadie lo que había hecho con los anuros cuando niño. Vos te debés acordar bien cuando estaqueó y ató con tanza tres sapos en cada rueda de la bicicleta y anduvo así una semana mientras los sapitos agonizaban y nosotros nos cagábamos de risa por tener la única bicisapo del mundo. Por lo que hicimos nosotros tendríamos que estar presos. Esos crímenes no prescriben Emilio, pero claro la justicia se ocupa de garantizar con sus fallos el status quo y los negociados del poder económico. Desde el fondo del patio se oía la voz del Negro Bonel también cantándole con ternura y usando sus dotes actorales a un tenor de los charcos. El Pipi me lo señaló con las cejas, mirálo ahora pero te acordás quién fue el ideólogo de las apuestas? Dale Emilio, hacé un esfuerzo, la apuesta revienta sapo! Había que acertarle con un sapo bajo las ruedas de los autos que pasaban por mi casa.
Carlitos, vení Carlitos ordenó el Pipi de pronto y un sapo bien verde y brilloso saltó del "cardumen" como bromeaba el Fabián y se detuvo a un paso y lo miró al Pipi, a ver Carlitos haga ojitos! Y el sapo lo miraba al Pipi cerrando y abriendo los ojos, viste la mirada que tiene el culiado este, decime si no es una ternura, qué muchacha ojos de papel ni un carajo. En ese instante al Pipi se le cayeron un par de lágrimas tal vez por que se escuchaba al negro Gómez que le cantaba a una rana que se había trepado sobre una de las tantas piedras del paisaje Sapo de otro pozo de los Caballeros de la Quema "no le tengas miedo linda/ a un sapo de otro pozo" susurraba el riojano sensual. El Pipi me tomó del brazo y me llevó lejos del resto y en la oscuridad mirándome intensamente a los ojos como si ese instante fuera a develarme el peor de sus secretos me recordó, pero lo que hiciste vos aquella noche buena no tiene perdón de Dios. Me sentí acorralado y abrumado e intenté desesperadamente dar en mi memoria con ese hecho vandálico de nuestra niñez al que se refería el Pipi pero mi mente estaba en blanco, no logré recordar nada que fuera peor de lo que ya me había narrado. Si se me vino a la cabeza una vez que habíamos puesto a un sapo dentro de un recipiente con lavandina pura o esa siesta que a un sapo con un bisturí le rebanamos las patitas de atrás para ver si podía seguir saltando. Se me apareció también la imagen de un escuerzo al que le metimos en la boca un pucho encendido para que se lo fumara, nada especial solo hechos que yo consideraba naturales entre los mil modos que teníamos para martirizar a los batracios. Me acordé también de esa vez que le dejamos dos sapos entre las sábanas a la hermana del Pipi que le tenía terror o esas cosas que hacemos de pendejos por joder nomás cuando le metimos en la boca un renacuajo a un pibe boliviano que había caído a vivir con su familia a la vuelta de mi casa, todas boludeces, nada más.
Vos fuiste el de la idea, Emilio, dijo el Pipi interrumpiendo mis cavilaciones, algo nunca visto chicos, un sapo volador, lo colocaste al sapo con el culo apuntando a la mesa navideña donde se encontraban todas las viejas emperifolladas y le pusiste en la boca al sapo un petardo de esos bien gordos que explotaban como una bomba lo encendiste y el sapo saltó reventado por los aires en dirección a la mesa, tuviste bien hecho el cálculo hay que reconocer, al tiempo que los restos del sapo bomba caían dentro de la fuente con clericó, otros sobre el peinado que se había hecho en la peluquería esa vieja de mierda que vivía al lado de mi casa y siempre nos pinchaba la pelota cuando caía en su patio. Otros restos fueron a parar dentro de la boca siempre abierta de mi abuela Jacinta que ni se dio cuenta y se los masticó creyendo que era un trozo de mantecol y parte de las entrañas del pobre sapo aterrizaron en el exuberante escote de mi tía Martha que se desmayó de la impresión y clavó la frente en medio de una fuente con trozos de lechón que había asado tu viejo… Pero lo peor de todo, y seguro que no te acordás Emilio, es que nadie supo que habías sido vos el autor del atentado, entre los chicos te cubrimos y lo culpamos al gordito ese, un negrito adoptado por la familia del sodero de la otra cuadra que nos cansamos de humillar tantas veces, hasta que el pobre no se si por nosotros o por no soportar su abandono se colgó de una higuera que tenían los padres adoptivos en el patio.
El mundo se me cayó encima, desde la casa del Pipi se oía la dramática banda sonora del maestro Randy Newman de la película La Princesa y el Sapo, desde una instalación con pantallas que el Pipi había desarrollado en el interior de su casa por todas las paredes donde incesantemente se proyectaba esa película de los estudios Disney, también Tiana y el Sapo, los ácidos monólogos de la Rana René, un arreglo de cuerdas del maestro Newman me arrancó desde lo más profundo del estómago un vómito estruendoso, partido en dos arrojé todo lo que había en mi sobre un manto de sapos inmóviles que con el movimiento de sus respiraciones me hizo sentir que me hundía en un mar viscoso que iba subiendo por todo el cuerpo. Disculpáme me dijo el Pipi tirando lengüetazos cortos y seguidos, yo solo quería contarte algo sobre la vida de los sapos. Perdoname Pipi, le dije, te dejé a la miseria el mameluco. No dejá, no es nada, me respondió, esto se lava y listo.
Comentarios:
- Nacho: Me encanto! buenísimo! el Pipi me ha puesto en evidencia también.
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