Mónica Ambort: "El periodismo para mí siempre ha sido búsqueda"
Comprometida, frontal, generosa, compañera. Protagonista clave del periodismo gráfico cordobés, Mónica Ambort nos deja retazos de su vida y su hacer. "Son tantos años…" aclara, como excusándose de la extensión. Años vividos con intensidad, con entrega, con pasión. Ella, que se encarga de retratar y difundir a tantas mujeres valiosas, merecía como nadie un espacio para conocerla y admirarla más. Una maestra, sin vueltas. De la que no dejamos de aprender nunca.
- ¿Por qué elegiste el Periodismo como profesión? ¿Qué te movilizó?
Ah… Fue fortuito… El mío no es el caso de la niña o la jovencita que soñaba ser periodista… Lamento desilusionar. Nunca supe muy bien qué quería ser… Algune dirá, justamente, ahí está la explicación. No sabía qué hacer… se hizo periodista (risas). Astronauta, presidenta de la Nación, médica, y varios etcéteras en mis fantasías infantiles. Al terminar el secundario en el Jerónimo Luis de Cabrera, (soy perita mercantil), quería estudiar piscología. Me gustaba mucho. Todavía me gusta la psicología. Pero al director de la escuela, a la vez mi profe de contabilidad, le pareció un desperdicio que yo, que me llevaba muy bien con los números, estudiara esa carrera que, no me lo dijo, pero lo pensaría, era una carrera menor. Se ve que no tenía mucha firmeza en mi vocación por la psicología pues la crítica de mi director hizo lo suyo, y renuncié antes de inscribirme. Renuncié y quedé más desorientada todavía. Un día vi una pequeña información en La Voz del Interior, anunciando la apertura de inscripciones en Ciencias de la Información, de la que jamás había oído hablar. Me fascinaron las materias. Esto me interesa, dije, y me inscribí. Nunca quise ser periodista. Aunque, reconozco un antecedente: en segundo año hacíamos un periódico mural en la escuela de Esperanza donde yo estudiaba, y la profe nos puso un diez, con una pregunta: ¿No surgirá en este grupo de seis, un periodista para el futuro argentino? No me sentí interpelada, pero a los años surgió de ahí, esta periodista. Cuando estudiaba Ciencias de la Información, yo quería transformar el mundo, y los medios de comunicación eran parte de ese mundo que no me gustaba. En la Escuela aprendíamos a deconstruir, como se dice ahora, la lógica de dominación de los grandes medios informativos. O sea, no estaba en mis anhelos ser periodista. Pero, en 1980 cuando casi terminé la carrera, entré a trabajar en el diario Puntal de Río Cuarto. Porque necesitaba trabajar. Desde entonces he tenido con el periodismo una relación ambigua. A veces sí, a veces no. Debo agregar, pienso ahora, a favor de mi elección por el periodismo, que tengo una naturaleza muy, muy curiosa. Desde chiquita. Y mucha dificultad para las definiciones terminantes. Siempre dudo, me interrogo permanentemente. Busco. El periodismo para mí siempre ha sido búsqueda. Me gusta conocer. Ver de qué se trata.
- Transitaste la vieja Escuelita de Ciencias de la Información en una época de horror y, en el medio, una historia personal que se replicó por miles en el país. Hablános un poco de ese tiempo de tu vida.
Fue una época muy dura. La dictadura militar de 1976. Lo peor que me pasó en la vida. Ingresé a la Escuela en 1975 cuando las bandas armadas de la derecha peronista la tomaron y nos desalojaron a punta de ametralladora. El golpe era inminente. Y sabemos qué ocurrió en marzo de 1976. En mi Escuela hay 55 compañeras y compañeros desaparecides. A mí me echaron de la Universidad junto con otros 100 estudiantes y me llevaron prisionera clandestinamente a La Ribera. Cuando logré la reincorporación, pude cursar en un clima horroroso de intimidación y espanto. Pero recién con el gobierno de Raúl Alfonsín terminé. Debido al clima de terror de esos años, muchísimos estudiantes de la Escuela no habíamos podido realizar la tesis de licenciatura. El nuevo director de la democracia, Leandro Fernández, hizo una gestión especial ante el Ministerio de Educación y consiguió que se nos permitiera cursar un seminario con un trabajo final para obtener nuestros títulos. Yo ya estaba trabajando en Río Cuarto. Viajaba semanalmente a esas clases, que en mi comisión nos dictaba un gran profe, Alfredo Moyano, con el que yo discutía mucho. Paraba en la casa de mi mamá que nos atendía a mí y a una compañera para que pudiéramos ir a clases. Mi compañera es Adriana Peroglia, que viajaba desde Hernando, con una panza enorme de su primer embarazo. Con Adriana, que ahora vive en Carlos Paz, siempre recordamos esa época. Su embarazo, el seminario, el esfuerzo, mi mamá. Cuando terminamos hubo una colación de grados inolvidable en la Sala de las Américas. Éramos un montón. Que llorábamos sin cesar.
- Militante del periodismo gráfico, sobre todo, ¿Cuál ha sido tu trayecto por las redacciones? ¿En qué medios has trabajado?
Comencé en el diario Puntal, de Río Cuarto, donde estuve casi diez años. Puntal era un diario recién fundado, al que se incorporó mucha gente joven, y, algo novedoso para la época, muchas chicas. Justamente hace poco, cuando el diario cumplió 40 años, hicimos un libro con nuestros testimonios. 'Las chicas de Puntal'. Lo editó UniRío, la editorial de la Universidad Nacional de Río Cuarto. Recién al hacer el libro nos dimos cuenta de la cantidad de chicas que habíamos poblado esa redacción. No las primeras, pero fuimos pioneras. Después hice la beca del diario Clarín en Buenos Aires, cuando comenzaba el menemismo. Aprendí a hacer la pirámide invertida. Volví a Córdoba, escribí un poco para el diario Córdoba (ya había hecho algunas colaboraciones en el Tiempo de Córdoba, muchos años antes). Estuve en La Voz del Interior, y finalmente, un tiempo más largo en Página 12 Córdoba, y Adiario, su sucesor. En Página 12, con la dirección de José María Pasquini Durán, aprendí a escribir. O a intentarlo, que es lo que hago todavía. Lo que aprendí de escribir, fue con la dureza de Pasquini Durán mediante. Nos llamaba a la dirección uno por uno. Una por una. Con los printer de las notas en la mano. Las mías, recontra subrayadas, tachadas, con comentarios al margen… Todas las noches yo volvía a mi casa llorando. Tal vez era muy floja, pero no es un método recomendable. Pasquini, al que amábamos, admirábamos (y yo, temía) fue un gran maestro. Muy exigente. Fundamentalmente en el modo de enseñarnos a mirar la realidad, más allá de lo aparente; a contextualizar. A identificar cuál era el tema que ponía en cuestión la noticia. Agrego por último que escribí muchas notas, ya como colaboradora precarizada, en la revista Aquí Vivimos, y algunos años después dirigí dos revistas entrañables: la Umbrales, que había fundado el Pancho Colombo, querido periodista que murió hace poco. Y El Cactus, que creamos en la Escuela de Ciencias de lnformación durante la gestión de Claudia Ardini, en los años en que la Escuela se convirtió en Facultad. El Cactus fue una experiencia muy linda con varios grupos de estudiantas y estudiantes de quienes aprendí un montón.
- Tienes varios libros editados, ¿la faceta de escritora e investigadora van de la mano con tu rol de periodista? ¿Cuáles son esas obras?
Mi primer libro, 'Juan Filloy, el escritor escondido'. Hace muchísimos años. Trabajaba en Puntal, leía las entrevistas de Mona Moncalvillo en Humor. Quería ser como ella. De una serie de entrevistas que comenzaron en Río Cuarto y terminaron en Córdoba, surgió ese libro con Filloy, una personalidad y un rara avis en Río Cuarto. Tiempo después, 'Córdoba, historias de amor, de locura, de muerte', recopilación de una serie de notas publicadas en la revista Aquí Vivimos. Algunas de esas historias (los chicos desaparecidos del Manuel Belgrano, el crimen de la familia Pujadas), vinculadas al terrorismo de Estado. En pleno menemismo, cuando cualquier referencia a esos años te hacía blanco del macartismo de quienes te acusaban de haberte quedado en los 70. Años más tarde, siempre durante el menemismo, con una compañera de la Facultad, María Inés Loyola y un grupo de estudiantes, hicimos 'Lapa 3142, viaje sin regreso', testimonios de familiares de víctimas y sobrevivientes del avión con destino a Córdoba que se incendió en Aeroparque. Un hecho brutal, que me impactó muchísimo. Amén de que allí murió gente conocida, como la hija de Oscar Garat, secretario general del Cispren y titular de nuestra cátedra, lo viví como el summun de las monstruosidades del menemismo. Rapiña empresaria sin límites. Abandono total del Estado.
Recientemente, como ya te conté, editamos con Titi Isoardi, 'Las chicas de Puntal', un libro de testimonios de la primera generación de mujeres del diario Puntal.
Y en estos días presentaremos en la Feria del Libro, 'Si te dicen que no es cierto. Memorias de la Conadep Córdoba', editado por la Unión Obrera Gráfica Cordobesa. Es un libro de testimonios, en ocasión de los 40 años de democracia. Un libro pensado mucho antes de las elecciones primarias, que a partir de ese resultado electoral adquirió una vigencia extraordinaria por el negacionismo de les candidates que ganaron, quienes reivindican el terrorismo de Estado.
- Fuiste formadora de varias generaciones de periodistas desde las aulas de la UNC, ¿Qué recuerdos podés marcar de esa etapa?
No elegí ser docente. A mí me gusta la producción. A la docencia la hice por necesidad. Sin formación. Para dar clases no alcanza con conocer alguna disciplina. Hay que saber dar clases, y para eso, amén de las habilidades naturales, es necesaria la formación pedagógica. No estuve a la altura de quienes fueron mis grandes profesoras y profesores: María Paulinelli, Manuel Gonzalo Casas, Jorge Pérez Gaudio, Carlos Álvarez Igarzabal… Hice lo que pude. Traté de compensar mis deficiencias respetando a mis estudiantes. Queriéndolos, que siempre las quise y los quise. Defendiéndolos de críticas estigmatizantes de algunas profesoras y profesores. Y tratando de dejarles algo de pasión por el mundo. Sin pasión no podrían ser periodistas, ni nada. Los primeros años me preocupaba que identificaran el qué de la noticia. Era muy estricta en eso. Es que no se trata solo de una cuestión de redacción. Es una mirada frente a los hechos sobre los que deben escribir. Más adelante, puse el énfasis en que se apasionaran y conocieran la ciudad. Y traté de ser democrática en el aula. Escuchar a cada une. Siempre me preocupó no irme de boca por las y los estudiantes brillantes. Traté de alentar a las y los rezagades. En una época dirigí El Cactus, una revista de la Escuela, que hacían estudiantes. Les decía: esta no es la revista de los mejores. Es la revista de quienes quieren estar en ella. Tuve alumnas y alumnos entrañables. Antes de la pandemia comíamos locro en casa. Ya se repetirá. A la Universidad le agradezco eternamente haberme jubilado ahí. Triste hubiera sido mi suerte con una jubilación de periodista precarizada. Siempre estaré agradecida a Cacho Garat y a María Inés Loyola, quienes casi me obligaron a incorporarme a su cátedra cuando volví a Córdoba a comienzo de los 90.
- Has emprendido desde facebook una serie exitosa de retratos sobre mujeres cordobesas, algunas que pelean desde el anonimato, otras con mayor exposición, todas necesarias. ¿Qué te llevó a crear esta serie en constante construcción?
Surgió. No recuerdo si lo decidí. Quería escribir. Comencé con algunos textos algo personales en feisbuk; algunas biografías de grandes mujeres de la historia, y un buen día, estaba escribiendo sobre mujeres de Córdoba. He defendido siempre lo local, la vecindad, les nadies. Me alentaban algunas ideas: que fueran pequeñas historias de vida algo descontracturadas, o sea, con perdón de las escritoras y escritores por la audacia, algo entre el periodismo y la literatura. Un ejercicio de escritura, digamos. Y aunque ninguna mujer está excluida, trato de buscar más allá de las primeras líneas. Muchas de las entrevistadas casi no tienen difusión, o poca. Inicialmente hubo un sesgo etario bastante notorio, pero he tratado de ir buscando mujeres que no fueran de mi generación. Y de todas las actividades. Aunque generalmente, vinculadas a problemas que me preocupan: los derechos humanos y sociales, la militancia humanitaria, el arte, la ciencia, el deporte, el medioambiente, el feminismo. Podría decir que son mujeres que luchan.
- ¿Cómo nos ves a las mujeres periodistas en la actualidad? ¿Qué realidad profesional estamos enfrentando?
Ah… Qué pregunta… Para un congreso. Desde que Graciela Pedraza fue la primera mujer en ingresar a la redacción de La Voz del Interior, hasta hoy, que tenemos editoras de género y secciones que incluyen en los medios las luchas feministas, sin duda hemos avanzado de un modo inimaginable hace 40 años. En La Voz no había baño para Graciela. Solo baño para varones. Pero, a los cargos de dirección siguen accediendo con mayor facilidad los hombres: esto está muy vinculado también a la inequitativa distribución de las tareas del cuidado. Las mujeres crían a les hijes, atienden a las viejas y los viejos de la familia, a les enfermes. A las chicas que hacen televisión, incluida la tevé pública, a pesar de los discursos antidiscriminatorios se les exige un modelo de mujer atractiva, sexi, joven, blanca, y creo que hasta rubia. Ningún medio audiovisual se priva. En los programas de radio, es frecuente que el que conduce sea un varón y si hay una mujer, en muchísimos casos todavía, tiene un rol muy suplementario. Las chicas trans apenas si tienen espacio en unos escasísimos medios. En los temas se mantiene cierta prevalencia de varones para los considerados más importantes (política, economía, internacionales), y mujeres para los vinculados a las tareas del cuidado (educación, salud, sociedad, género). Hemos recorrido un largo camino. Es saludable verlo, reconocerlo, contárselo a las más chicas. Celebrarlo. Por ejemplo, ahora se reglamentó la Ley de Equidad de Género en los medios. Pero falta todavía muchísimo para que la igualdad entre los géneros en el trabajo periodístico deje de ser un asunto pendiente.
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Comentarios:
- Bibiana Fulchieri: Gracias por esta nota, Jackie! Ambort es una grande en el amplio sentido del término. Maestra, aún lo sigue siendo para muches, yo incluida. Su coherencia, compromiso, generosidad, pasión y ansias de justicia ,es encomiable. Felicitaciones a tierra media y a Mónica Ambort, una vez más y como siempre.
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