Mocchi
Enamorar con canciones que te hacen crecer
Arturo Jaimez Lucchetta
El cronista va sin grabador ni lapicera. Conduce por las sinuosas rutas de las Sierras Chicas cordobesas hasta un camino de tierra oscuro y culebrero. Va sin pretensiones periodísticas. Va de oyente. Va atrapado por esa voz distinta que escuchó en la radio, por esas canciones que no se parecen a ninguna, por esa poesía urbana que Mocchi trae desde el Uruguay.
El pueblito se llama Cabana y empieza donde la gente no se da cuenta que terminó Unquillo. Mocchi toca en el Living de la Grinchu, un chalecito sencillo que el Google maps no registra. Se ingresa desde arriba y el senderito de unos veinte metros regala una vista aérea inigualable, un horizonte de estrellas enormes, valles y montañas donde nadie buscaría un punto de fuga.
La Grinchu está cocinando y la artista se transforma en recepcionista. Las transformaciones no asustan a Mocchi, quien antes fue Luciana Mocchi, luego la Mocchi y por fin: simple y complejamente Mocchi. En el porche y al costado de un fogón que apenas ilumina y templa la noche fría, Mocchi habla con todos, se sorprende del microclima que se genera en lo de su amiga Grinchu. El boca en boca que convoca, el ambiente familiar y amistoso, que contrasta con los grandes salones a los que le cuesta acostumbrarse. Desde hace un par de años, Mocchi llena teatros en Montevideo, Rosario y Buenos Aires, sin embargo no se olvida de los patios que le vieron crecer.
El cronista se sorprende ante la sencillez del personaje. Charlan de todo. El expresa su admiración por artistas del "Paisito", incluyéndole por supuesto. Mocchi comparte, aunque no se priva de expresar su amor por esta orilla del río ancho. "Amo a Zitarrosa, canto alguna de sus canciones", cuenta cuando le nombra a Don Alfredo entre sus favoritos. Los Olimareños, Daniel Viglietti, Eduardo Galeano, Mario Benedetti, Juan Carlos Onetti, Idea Vilariño, son parte de la comunión rioplatense. "La literatura y la música nos unen como el mate. Para mí no hay diferencia entre un argentino y un uruguayo. Somos parte del mismo tango", concluye Mocchi en la frase que antecede a la actuación.
Al rato se llena el auditorio, no más de sesenta personas. Sillas y mesas de distintos juegos, sillones, almohadones, paños de telar tirados en el piso y hasta una escalera de destino incierto, se pueblan de oyentes que se dejan al trance de la dimensión Mocchi de la vida. La Grinchu pega un grito para avisar que durante el concierto no habrá venta: "Hagan sus últimos pedidos", vocea. Empanadas, guisos diversos, sanguches variopintos y hasta una opción para veganos que Mocchi exige en todos sus espectáculos. Todo regadito con vino y cerveza artesanal, agua y brebajes serranos.
Artista autopercibido no binario, una guitarra, un teclado, un par de agradecimientos, mucha magia y cerca de treinta canciones:
'Vecina', una historia autobiográfica que pide pantalla. Antes de cantarla cuenta qué le inspiró, cómo la destinataria la escuchó casi en tiempo real, a través de las redes sociales, y también su decepción ante la falta de correspondencia: "Ella todavía cree que es hetero", ironiza y se ríe.
'Días sin vos', la nostalgia de un romance que todos quisieran vivir; una melodía tan emocionante como la poesía: "Hay primaveras que nunca vivimos, cuatro porros y un vaso de vino, ver la luna esperándote a vos. Ya se fue yendo lo que imaginaba, ya no queda tu olor en mi almohada y el recuerdo también se perdió". Una puñalada.
Canciones como novelas: 'Lo mejor que les pasó', tiempo sin tiempo que al cronista le sonó a poema de César Vallejo. "Se conocieron en la cama ocho horas sin querer, una semana después y los lenguajes de los cuerpos se mezclaron fácilmente como nunca pensé... Se soportaron entre vueltas y quilombos como siempre que hay dos... el amor duró como tres meses y fue lo mejor que les pasó y el final duró casi tres años... y el final fue lo mejor que les pasó".
Frases fuertes que derrotan títulos sencillos, acordes que maridan a la perfección. Amores, desamores, revoluciones, cuerpo, alma, metamorfosis. Al fin y al cabo eso es el arte piensa el cronista y se va cantando el estribillo más sabio y pegajoso de la noche: "Me queda tatuada tu frase que dice que te ama quien te hace crecer".
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