Lo que Rad Berria tenía para mostrarme
Luis E. Altamira
En diciembre del año pasado nos reunimos los de la promoción ´73 en casa de Rad Berria, a festejar nuestro cincuenta aniversario. Hacía tiempo que Rad me venía diciendo que fuera a su casa, que tenía algo importante para mostrarme, pero yo, por hache o por be, no iba.
Fui uno de los primeros en llegar, así que me puse a recorrer el living, inmenso y de anchas paredes, en el que me topé con una reproducción de un cuadro de Giorgio de Chirico, un atardecer en una de esas ciudades metafísicas.
Estaba extraordinariamente bien pintada, el lustre de los colores que el paso del tiempo no había afectado… (algo que la hacía más maravillosa todavía). ¿Quién la habría hecho? A la izquierda, en la parte inferior del cuadro, decía: G. De Chirico. Me sonreí porque, obviamente, no podía ser él.
Rad se acercó por detrás.
- Esto es lo que te quería mostrar… - dijo, afable.
- Qué bien hecha que está… – reconocí.
- Sí -.
Y agregó:
- Es que la pintó Remedios Varo.
- ¡¿Remedios Varo?! ¡¿La pintora española?!
- Sí…
- No me jodas…
- Te juro. Y la firma es de Chirico.
Me largué a reír, eran demasiadas cosas increíbles.
- A ver, explicáme de nuevo – le dije.
Rad tomó aire y con el aplomo del que sabe cierto algo que resulta imposible, dijo:
- Es una falsificación de un de Chirico pintada por Remedios Varo, y firmada por de Chirico.
- ¿De Chirico firmó una falsificación de un cuadro suyo?
- Sí.
Contemplé a Rad con decepción: lo creía incapaz de decir semejantes mentiras.
- ¿Y cómo fue que llegó a tus manos? – proseguí, ya sin mucho respeto.
- A las manos de mi viejo, en todo caso. Venite otro día y te cuento.
*
Esa noche tuve que hacer un esfuerzo para no irme antes de tiempo. Estaba indignado. Que un pintor firmara una falsificación de su propio cuadro... ¿Hasta dónde podían llegar los mentirosos en su necesidad de que les crean sus mentiras? Pero el cuadro estaba extraordinariamente bien pintado… Y en la manera en que se había referido a Varo y a de Chirico, había una familiaridad desconcertante…
- Ya sé que es difícil de creer lo que te dije - me reconoció Rad, al despedirnos -. Pero no dejes de venir….
Fui.
*
- En abril de 1941 – comenzó diciéndome Rad - mi padre trabajaba en la marina mercante del Tercer Reich (*). Era ayudante de cocina en un buque petrolero que estaba haciendo puerto en Veracruz, México. El gobierno de Ávila Camacho decidió por entonces incautar los barcos alemanes e italianos que se hallaban en sus aguas, basándose en el derecho de angaria, y condujo a sus tripulaciones a una cárcel muy particular: la ciudad de Guadalajara, donde podrían circular libremente, pero de la que les estaría prohibido salir.
Los agentes de inmigración pasaban todos los días a tomarles asistencia. Una vez se cayó al domicilio de mi viejo un agente enterado de que era hijo de españoles. El tipo se presentó como Juan Pérez Vizcaíno. ¿Te suena?
- No…
Rad se sonrió.
- Sigo – dijo, dejándome con la intriga -. Viendo que papá hablaba bien el español, le preguntó si sabía leerlo. Papá le dijo que sí. Al otro día el agente se cayó con un cuento de su autoría. El cuento era buenísimo y, al parecer, papá le hizo muy buenos comentarios porque el tipo lo invitó a tomar un café. Rulfo, el apellido artístico con el que se conocería mundialmente al cana años después…
- ¿Rulfo? ¿El escritor?
- Mmjj…
- ¿Me estás diciendo que el agente era Juan Rulfo?
- Sí
Yo sabía que Rulfo había estado internado en un orfanato de Guadalajara, pero que fuera agente de inmigración, o sea, policía, ya era otro disparate. Rad siguió como si nada.
- Ya en el café, Juan…
¿Juan?, pensé con sorna.
- …quiso saber cómo veía mi viejo al nazismo, siendo hijo de españoles. Por aquel entonces, papá lo vivía con una mezcla de orgullo y orfandad, digamos. Orgullo porque era alemán, había nacido en Alemania. Y orfandad, porque cuando salía a flote el sentimiento, sus compañeros del buque o sus amigos de Wilhelmshaven (los que estaban al tanto de su ascendencia española, en definitiva), no lo incluían, no lo consideraban.
Algo de eso le habrá dicho, no lo sé. El caso es que, cuando regresó al departamento, encontró a sus compañeros bastante inquietos. Querían saber qué habían hablado, le recordaron las precauciones que había que tener con la policía mexicana…. Mi viejo les dijo que ellos eran solo marineros, nada sabían de algo que les pudiera interesar a los mexicanos. Tal vez el capitán, los oficiales, pero no ellos. Esto, y el posterior desinterés que mostraría Juan por averiguar nada, iría disipando las sospechas.
*
Juan le fue haciendo conocer Guadalajara, su gente, sus costumbres y, entreverados, algunos aspectos de su vida. En los cafés le presentó a Juan José Arreola y a otros escritores e intelectuales. El decía que no era un intelectual, que se había criado entre campesinos que hablaban del Chivo Encantado; gente que no aparentaba ninguna maldad, decía, pero que traía la violencia que les había dejado la revolución mexicana (uno de ellos había matado a su padre por un conflicto de tierras, cuando él tenía ocho años).
Y entonces se produjo el ataque a Pearl Harbour y el ingreso de Estados Unidos en la guerra, al que México acompañó. Los ciudadanos del Tercer Reich y de la Italia fascista pasaron a ser considerados potenciales enemigos. Los horarios en que les estaba permitido circular por Guadalajara se restringieron, hubo zonas a las que no podían ingresar y el dinero que les suministraba el estado comenzó a escasear. Juan le informó de la posibilidad de que alemanes e italianos fueran trasladados a la cárcel de Perote, en Veracruz. Entonces…
- Disculpá que te interrumpa, Rad – dije, un tanto impaciente -. Pero, ¿qué tiene que ver todo esto con el cuadro?
Rad se detuvo y pensó.
- Sí, tenés razón – reconoció -. Me fui un poco de tema. Veamos, entonces: la guerra terminó en abril de 1945; papá manejaba por entonces un taxi…
- ¿En Guadalajara?
- Sí, siempre estuvo en Guadalajara.
-¿No lo metieron preso?
- No. Las cosas se habían relajado y, bueno, finalizada la guerra, los marineros de las tripulaciones recuperaron la libertad. Algunos volvieron a Alemania o a Italia, y otros prefirieron quedarse en México. Es el caso de mi viejo. Rulfo, que se había puesto de novio con quién sería su esposa, Clara Aparicio, quería casarse y sabía que con el sueldo de agente no podría hacer mucho. Así que se fue al DF y allá consiguió trabajo en la Goodrich Euzkadi, una fábrica de neumáticos.
Primero estuvo en el departamento de publicidad y después lo mandaron como viajante, a recorrer el país. Ahí fue cuando lo propuso a papá - un marinero alemán de padres vascos, les dijo – y los de la Goodrich aceptaron. Papá no dudó un instante en trasladarse al DF, porque el sueldo era muy bueno. Empezó como acompañante de Juan y en el primer viaje éste le dijo que había una pintora española que lo quería conocer.
Al regresar al DF, fueron a la casa de Remedios Varo. Y bueno, se ve que la Varo lo estudió a papá, le dio confianza y empezó a contarle de su paso a Francia tras la finalización de la guerra civil española, la pobreza en la que habían quedado sumidos con Peret…
- ¿Qué Peret?
- Benjamin Peret, el esposo.
- ¿El poeta surrealista?
- Sí... No me digas que lo conocés…
Me puse a recitar de memoria una poesía de Peret que aparece en la antología surrealista de Aldo Pellegrini. Rad me escuchaba admirado.
- Bueno – retomó Rad-, ahí fue cuando de Chirico, consciente de su situación, le propuso falsificar sus cuadros, poniendo la firma de él. La cuestión es que, con la venta de uno de los cuadros, pudieron huir de Francia cuando fue invadida por los alemanes, llegar hasta México y vivir unos meses.
- Y bueno - parece que le dijo la Varo, señalando unas pinturas que estaban en el piso - : me quedan estas tres.
Mi padre la miró sin entender.
- Me explico – le dijo entonces la Varo -: hace dos meses que tengo un sueño en el que Benjamín me denuncia ante las autoridades mexicanas por falsificación de cuadros. Sé que él es incapaz de hacer una cosa semejante, pero como el sueño se volvió recurrente, estoy temiendo lo peor. ¿Podría usted guardarme las pinturas? Juan me ha dicho que es de su absoluta confianza.
Papá le dijo que sí. Las tuvo hasta que a la Varo se le pasó la persecuta, digamos. Y fue entonces que le salió la propuesta para venirse a la Argentina. El día antes de la partida Juan le organizó una despedida en la que Remedios, en agradecimiento, le regaló el cuadro. Eso es todo.
*
Viendo que no terminaba de convencerme, Rad abrió una caja de cartón que había sobre la mesa en la que estábamos conversando y empezó a sacar fotos de su padre con Rulfo; cartas que Juan le había enviado desde el DF; un ejemplar de la revista América con un relato que no incluyó en su libro de cuentos; una publicación de la Goodrich Euzkadi con fotos sacadas por Juan cuando trabajaba como viajante; ejemplares de la primera edición de El llano en llamas y Pedro Páramo…
Yo no la podía creer; estar frente a semejante tesoro. Entonces se abrió la puerta de una de las habitaciones que dan al living y entró Rulfo, sonriente, seguido de Remedios Varo, que me dijo:
- Hacía tiempo que queríamos conocerte.
(*) El padre de Rad se llamaba Wolfgang Berria. Era hijo de una pareja de españoles emigrada a Alemania y había nacido en Wilhelmshaven.
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Comentarios:
- Mario Alberto Saieg: Mucho trabajo, investigación, la dilatada formación intelectual de su autor y su afilada imaginación, dan como resultado este formidable cuento.
- Luis Eliseo Altamira: Muchas gracias, Mario, por tu constante apoyo. Un abrazo
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