Lecturas de verano en medio del caos

Baal Delupi

Estas dos semanas han sido de renovación: del cuerpo, de la mente, de la existencia misma. Leer en vacaciones, lejos de las ataduras de exámenes y la burocracia, tiene otro sabor. Es un acto distinto, un ritual lento y placentero, donde las historias, guardadas como tesoros en esos pequeños objetos adorables que llamamos libros, se disfrutan con mayor profundidad.

En contraste, nuestras vidas contemporáneas están atadas a una explotación laboral marcada por la incertidumbre, orquestada bajo la lógica algorítmica del tecnofeudalismo. A esto se suman los nuevos dispositivos tecnológicos que, sin caer en tecnofobia, debemos admitir que afectan actividades placenteras de antaño, como la lectura y la escritura. Así lo señala Fernando Peirone en su reciente libro El fin de la escritura, al caracterizar el momento "poslogos" que nos toca vivir. Leer, entonces, se ha convertido en un privilegio que se ve constantemente interrumpido por la necesidad de scrollear en redes sociales, lo que dificulta sostener la atención en una actividad concreta.

El diagnóstico es claro: cada vez hay menos tiempo para permitir procesos profundos. Byung-Chul Han, en La crisis de la narración, sostiene que hoy abundan los cúmulos de información, pero no las narraciones. Incluso rituales como los velorios, que antes eran momentos para despedir a nuestros muertos, se ven comprimidos por una lógica capitalista que mide cuánto tiempo uno "merece" dedicar a ese adiós.

Contrario a este panorama, dediqué las dos semanas de las fiestas a un acto de resistencia: leer. Fueron cuatro libros intensos que me acompañaron en la reflexión sobre nuestro tiempo: Popol Vuh, Cometierra de Dolores Reyes, El fin de la escritura de Fernando Peirone y Los llanos de Federico Falco.

El Popol Vuh es una reliquia del pueblo maya k'iche', repleta de enseñanzas de vida que deberíamos revisitar para comprender mejor la naturaleza y el comportamiento humano. Cometierra, por su parte, se volvió tristemente famoso tras la censura impulsada por el gobierno de Javier Milei, que calificó su contenido de inapropiado para adolescentes. En sus 176 páginas, hay una única escena de sexo narrada con el lenguaje vulgar que suelen emplear los jóvenes. Pero lo que realmente incomoda es su mirada de género, que desafía las estructuras patriarcales.

El libro de Peirone nos invita a reflexionar sobre las transformaciones en la escritura. Aunque podría parecer que la inteligencia artificial está revolucionando este ámbito, el autor muestra que los cambios en los modos de escribir han ocurrido antes: desde la lucha contra los papiros hasta la invención de la imprenta. La diferencia actual es la velocidad de estos procesos.

Finalmente, Los llanos, finalista del premio Herralde, se centra en la incertidumbre y la pesadumbre, temas que la sociedad actual tiende a evitar. Falco construye un mundo introspectivo que, aunque denso, logra interpelarnos profundamente.

¿Qué ecos resuenan de estas obras tan disímiles en estilo y trama? Una certeza: si el fin de la humanidad aún no ha llegado, necesitamos inventar y reinventar, una y otra vez, una ética de la sensibilidad. Sólo así podremos enfrentar el horror sin perder nuestra potencia como seres humanos.

Y un aprendizaje más urgente: aprender a habitar la espera y aceptar la incertidumbre como un valor preciado. En tiempos de aceleración que parecen devorarlo todo, esos "pequeños" actos de ralentizar se convierten en resistencia. Como dice Falco: "Un tiempo para aprender a esperar el paso del tiempo". La gran pregunta es: ¿ese tiempo aún existe?


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