Lecturas de aquí, este mundo sin muros

Dos libros de relatos traídos a cuento brindan parte del imaginario local, por sus autores -una autora y un autor- que, hablen de lo que hablen, lo hacen desde Córdoba, sin importar dónde transcurran las escenas.

Gabriel Abalos

El cuento y el arte de hablar

En estos cuentos resuenan voces. Puede tratarse de una voz que no pretende solo hacer oír unos sucedidos, sino hacerse oír contándolos. Esto, y otras varias claves de escritura de la autora se encuentra en la lectura de las diferentes propuestas que ha reunido Soledad González, reconocida dramaturga, en este su primer libro de relatos titulado "Mándese a mudar". Su contenido se amplía debajo: "Cuentos telúricos y fantásticos". La alusión a la textura de la propia voz que los cuenta (narradoras diferentes) tiene que ver con parte del encanto de esta novedad editada por Daniela McAuliffe, de Buena Vista editorial, con ilustración de tapa de Liliana Menéndez. 

Nadie discute la jerarquía que poseen las líneas que los actores deben hacer suyas en una pieza teatral, monólogo o diálogo, y de eso sabe mucho Soledad González, una protagonista constante de la producción escénica local, desde todos los ángulos y con indudable amor al teatro. La escritura, en ella, es natural y en los relatos que leemos en esta obra narrativa se ponen de manifiesto unas resonancias, o mejor, unos sonidos incorporados, que son a la vez resultado de una transcripción de expresiones orales cuya partitura ha sido trasladada a la narración. Hay relatos como "Ella lo siguió", contado por alguien participante en la acción, con una voz y con unas palabras situadas en una cultura popular y tal vez en un tiempo en extinción -o esa es la impresión que emite esa voz-. Que además cuenta, como si marchase agitada, los hechos que se van desenvolviendo por metros, hasta revelar una historia maléfica, hermafrodita, animal. En medio, alrededor, la vida pueblerina, donde se teje el aura de leyenda.

Lo animal respira en los cuentos, lo femenino también late en todos ellos. La voz que narra puede absorber lo coloquial y mantenerlo a lo largo del relato, y desdoblar su monólogo en algunos insertos donde los otros personajes asumen sus líneas, como ocurre en "Julia salió volando". Allí la narradora relata una noche sin Navidad donde lo único masculino son las cenizas del abuelo, y asoma un pase grotesco en que ha derivado su abuela, una suerte de Bernarda Alba que se suicida lentamente con morfina.

"Estela y lo jabalíes" trata sobre el momento mismo de atravesar el límite de la cordura para unir el destino de la narradora a unos animalitos poco domésticos que han invadido el barrio y a quienes ella se propone salvar. Es también un intento de salvarse en manada huyendo del curso insípido de su propia vida. 

Otra vez un grupo de mujeres que se reúnen a comer masitas horneadas por la madre de la narradora, en casa de esta, son multitud para el único actor masculino: el fantasma encogido del padre de una de las invitadas. Se trata del cuento-título "Mándese a mudar". La narradora habita el reino del cuento, todo lo que ocurre sugiere ser de otro tiempo y lugar, hay una aparición, y por lo visto ni los muertos pueden parar de trabajar o cómo se llame lo que hacía el incorregible personaje llamado Palincho. Pero ellas juntas saben ponerle freno. Juntas y sororas pueden incluso merendarse al hombrecito simbólico.

Lo fantástico -y lo animal- retornan en "Enriqueta está cerca", y asimismo una voz femenina retoma la oralidad para este largo monólogo que es relato, que es reflexión de una mujer decidida y consciente de los hechos, y también últimas instrucciones al padre. Varias de las notas del estilo propio de la autora y de sus visitas a los géneros confluyen en este cuento en el que se narra la convivencia de personas "normales" de algún pueblo pequeño con ciertas habitantes provistas de branquias; aquí el conflicto de especies sustituye al conflicto social y resulta en lo mismo: persecución, denigración, odio, hostilidad. Todos los personajes que aparecen son mujeres, a excepción de uno, el padre de la narradora, receptor silencioso e inmóvil de la crónica de los hechos y de los propósitos finales de la hija frente a una inminente calamidad.

Fuera del puñado de patrones sugeridos, el relato final se inscribe en una búsqueda poética narrativa, una poesía medida y rimada puesta a hacer progresar un relato: "Acolmillada y Andariega de Araucanía a Alaska". La autora elige el octosílabo y acomoda los versos de a ocho, especie de octavilla, mientras lo narrado cede acción y hechos a la forma y el texto adquiere tono manifestante, ambas tendencias insertas en los orígenes de la poesía llamada gauchesca. Si de ritmo y sonoridad se trata, incluso confieso oír no tanto la métrica hernandiana, sino que me remite a un antecedente aún más antiguo: por momentos asoman notas tejedianas, no creo que paródicas, ni imitativas; el decir de los textos refuerza esa idea cuando, como en el poeta del siglo XVII cordobés, asoman en las figuras algunos matices de alegoría.

Soledad González es traductora, Doctora en Letras, docente y periodista cultural, y ha editado obras poéticas, dramas y artículos. Ha sido convocada frecuentemente a integrar jurados por el Instituto Nacional del Teatro, Fondo Nacional de las Artes y la H. Cámara de Diputados de la Nación.

La bienvenida al volumen de cuentos "Mándese a mudar" se hizo hace pocos días, el pasado viernes 7 de marzo, en el Teatro Real, donde acompañaron a la autora -colegas y sororas- Andrea Guiu, Jesica Orellana y Daniela Mac Auliffe. Puso sus canciones la también teatrista Mariela Serra. Unas cien páginas de lectura muy para recomendar.


La mesa del café, ese círculo mágico

"Lo contado y lo vivido – Crónicas de bares" es un buen libro de relatos que su autor, Juanchi González -histórico y experimentado periodista cordobés- entreteje en la forma de conversaciones e historias que le ocurrieron a gente no tan común, y que necesitaron de una mesa de café para ser formuladas.

Veinticuatro historias, algunas vividas, todas contadas, forman esta constelación de relatos emparentados con la crónica periodística, y que brillan en un entorno de bares. Bares situados en muchas ciudades del mundo, porque no existe ninguna que no los tenga. Lo importante en este conjunto es el culto de la conversación, y los bares suelen ser el ámbito perfecto para contar historias, sucedidos, opiniones y entablar todo tipo de diálogos.

Juanchi González le ha dado forma a este libro donde se puede asistir -como un tercer testigo mudo- a los relatos que se prodigan, todos los cuales conectan con personalidades de las letras, músicos, pintores, editores, nobles, estrellas, cuyas historias y vidas son evocadas y a quienes muchas veces no se nombra, pasándole al lector el encargo de deducir de quiénes se trata, por algunas pistas sembradas. El autor remonta el origen de esta colección de historias a dos amigos también cordobeses junto a quienes ejerció por años el arte de conversar en mesas de cafés: el poeta José Viñals y el filósofo Emilio "Moro" Terzaga, fallecidos ambos en España, a quienes homenajea.

En varios momentos el oyente es el periodista/cronista y quien pone, por ende, la curiosidad y el interés de oír la historia, y a su vez se vuelve intermediario entre la historia y el lector. El narrador puede ser una personalidad reconocida, o bien un interlocutor casual que logra atrapar la atención del oyente. En la narración los cuentos tienden a acomodarse a la estructura de monólogos apenas interrumpidos por la situación, o por alguna intervención del interlocutor.

El hotel Gran Bolívar de Lima, el bar Bernini en la Piazza Navona de Roma, el bar Cantine già Schiavi de Venecia, el bar Alfileritos de Toledo, el bar restaurant Vander de Manhattan, el bistró L'assiete, en el boulevard Voltaire de París, el Café Comercial de Madrid, un bar carromato en Río de Janeiro, el Café Gijón de Madrid, son algunos de los escenarios de estas conversaciones dignas de su paso a las páginas impresas. Tienen también protagonismo una parrilla en la ciudad de Córdoba, Argentina, el bar Sorocabana de la misma capital, un bar sin nombre en la ciudad punillense de Cosquín, el bar Central de Unquillo, el bar del aeropuerto de Córdoba. Son partes del rompecabezas de un libro que ofrece referencias constantes a la patria chica del propio autor, y también de algunos de los personajes referidos en los relatos, o del narrador que los enuncia, o bien por hechos vinculados a esta provincia en las historias narradas.

Muy bien construidos, con un carácter de unidad que se sostiene a través de la variedad de las historias, por la persistencia del lugar público donde ocurren las conversaciones, sin que varíe demasiado -salvo cuando cobra importancia como escenario- el lugar del mundo, lo urbano o rural del entorno, o la cantidad de parroquianos.

Pueden ocurrir, en efecto, que el local no solo sea el marco de la conversación, sino también de los hechos, como cuando el periodista y el poeta Juan Gelman, en un bar de Córdoba, coinciden ambos en identificar a un servicio que los está vigilando; o cuando tres ex detenidos argentinos se conocen emocionados en un bar de Madrid. Puede tratarse de alguien que recuerda lo dicho por alguien en una conversación pasada, como cuando la voz y la palabra de Piglia, siempre valiosas, son evocadas por una narradora que fue interlocutora en el encuentro original. O puede tratarse de una infidencia sobre la historia personal de un criollo taciturno de las sierras, hecha por un relator en la construcción de adobe que hace las veces de boliche. O de la historia de dos bisabuelos, ambos artesanos del Zar de Rusia, y cómo trataron de salvarse de una matanza de judíos que se avecinaba, junto a sus familias, y por diferentes trayectos y circunstancias, llegar a la Argentina y lograr reencontrarse. O del tropiezo en el mismo colectivo urbano de Córdoba, entre un guerrillero y un policía que se veían por segunda vez y estaban ambos armados. El narrador es el guerrillero, muchos años más tarde, y refiere cómo logró salir estratégicamente de la situación sin que hubiese un intercambio de disparos. O del recuerdo de la periodista y cronista de guerra uruguaya, Aglae Masini, en labios de un reconocido escritor español que fue su amigo y colega. O de una detallada referencia al gramático español Antonio de Nebrija, autor en 1492 de la primera y monumental Gramática Castellana, hecha por un descendiente suyo, librero, en un bar toledano.

El género es atrayente, hay algo tan social, tan humano en la conversación en bares, a los que la tradición ha convertido en marco privilegiado para el intercambio a mitad de camino entre lo íntimo o privado, y la charla casual o superficial en espacios públicos. En "Lo contado y lo vivido", Juanchi demuestra la importancia de tener buenas historias para compartir, alimentadas con afluentes reales e imaginarios, e hilvanadas por escenas que justifican el subtítulo del libro: "Crónicas de Bares". Se trata de historias siempre interesantes, reveladoras, curiosas y, como ya se dijo, referidas a personas reales reconocidas, entre ellas Jorge Luis Borges, Juan Gelman, Daniel Moyano, Atahualpa Yupanqui, Héctor Bianciotti, Ricardo Piglia, Chico Buarque, Arturo Pérez-Reverte. Una danza de hechos que ocurrieron o que pudieron haber ocurrido, de presencias, de cosas dichas o reveladas con delicadeza a la altura de los interlocutores; de encuentros amables, de culturas en diálogo, y cumplidos literarios. La porción de realidad y la porción de relato que constituye su versión, se vuelven una sola cosa cuando los hechos se han desvanecido, cosa que ocurre a cada segundo y minuto mientras podamos contarlos.

El libro tiene cien páginas y sale por el sello Narvaja Editor.


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