La tía Nicotina y El hombre sin bigotes

Marta García

Gretel Istillarte y sus títeres. Forma parte junto a Teseo y Sofía Koconos de una emblemática familia de artistas titiriteros de nuestra provincia. Investigan, estudian, difunden y recorren el país y buena parte del mundo con el Teatro de Títeres “Paradiso”. Gretel, además de ser ganadora del Premio Provincial de Teatro Siripo 2024, nos recordó con su actitud en esta foto junto a Yuyo, el perrito de la derecha, otra tía, otro perro y otro mundo.
Gretel Istillarte y sus títeres. Forma parte junto a Teseo y Sofía Koconos de una emblemática familia de artistas titiriteros de nuestra provincia. Investigan, estudian, difunden y recorren el país y buena parte del mundo con el Teatro de Títeres “Paradiso”. Gretel, además de ser ganadora del Premio Provincial de Teatro Siripo 2024, nos recordó con su actitud en esta foto junto a Yuyo, el perrito de la derecha, otra tía, otro perro y otro mundo.


Se llamaba Cristina. Le gustaban los títeres y los ñoquis cuatro quesos. Tenía un pichicho mordedor que odiaba a la humanidad. Sobre todo, a la que habitaba en mi casa sin permiso de residencia. Amábamos a la tía Tina a pesar de Nico, ese perro diminuto que nos dejaba fluorescentes con sus mordiscos radiactivos. Le decíamos "tía Nicotina" porque siempre estaban juntos. Eran opuestos complementarios. La tía Tina, pura dulzura de alfajor tricapa con dulce de leche recién instalado. Nico, una piraña alfa recién traída por una creciente brasileña fuera de punto.

Un día apareció la tía Nicotina en una moto con sidecar. Ya la amábamos sin ella. Pero desde ese día fue la diosa de nuestro ateísmo con acné. El barrio se revolucionó con esa mujer morena plagada de rulos, tan dulce y loca, y sus polleras al viento y ese picho en el sidecar con cara de espanto pero fiel a los gustos de quien lo había rescatado del maltrato.

Cuando la tía Tina murió, Nico se deprimió y no comió por muchos días. Hasta que mamá tuvo la ocurrencia de ser genial.

-A ver vos que ya te hiciste mierda con una Vespa y que sos la única que sabe manejar motos, como el culo, pero tenés alguna idea, subí el picho al sidecar y dale unas vueltas en el patio a ver si se le pasa la viaraza.

La mirada que me dedicó Nico aún hoy me da escalofríos. Como que te quieren desde el odio que te tienen. Te recontra quieren en contra. Desde ese día, me dedicó toda la ternura de su rabia. Con él aprendí que el amor y el odio son dos extremos de un mismo desequilibrio existencial.

Vivimos durante cinco años con Pánico. Nico se hizo amigo de papá. Pá y Nico se unieron como partículas subatómicas huérfanas y desesperadas. Y un día Nico murió. Papá perdió los escrúpulos del parentesco y ya sin la sobrecarga eléctrica del pichicho, se deprimió, se afeitó el bigote y dejó de ser él. Me pareció que si lo llevaba en el sidecar a dar unas vueltas en el patio, le harían el mismo efecto que a Nico. Pero papá no estaba por ningún lado. Ni él ni su kilométrico Rambler Classic con ese tanque de combustible del tamaño de un iglú.

-Má, ¿adónde se fue?

-A lavar el auto… y eso que lo lavó ayer… no sé qué le pasa a este hombre desde que se afeitó el bigote...

El hombre sin bigotes se había ido a llorar a Nico lejos de una sociedad patriarcal que no se lo permitía y de un gineceo atolondrado que intentaba interpretarlo y que no le dijo nada al verlo llegar con el auto reluciente de lavadero automático de última generación y sus ojos llenos de venitas rojas artesanales de último llanto. Pero no aguanté.

-Pá, ¿no querés dar unas vueltas en el sidecar?…

Lloró sin lágrimas. Al dorso. De espaldas a la pena. Pero no me pudo engañar porque yo conocía los mecanismos para esconderme dentro de mí misma y más adentro, sin ser invadida por cualquier estúpida alegría de esas a las que todo el mundo le quiere sacar fotos. Nos cansamos de dar vueltas en el patio hasta que se terminó el gasoil y mamá nos llamó a almorzar. A las 9 de la noche. Esa vez, ella entendió todo.

Y al bajarse del sidecar, frente a todas nosotras, el hombre sin bigotes lloró.



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