La prueba

10.08.2024

Luis E. Altamira

En el año 2019 fui a España a visitar a mi hija, que vive en Vegas del Genil. Unos días antes de pegar la vuelta, regresé a Madrid para conocer la ciudad y, de paso, ver el documental sobre Piazzolla que mi vecino Daniel Rosenfeld estrenaba en el DocumentaMadrid. La conserje del hotel me habló entonces de la biblioteca humana que, en el marco del festival, habían abierto en una dependencia del ayuntamiento.

- Los libros son personas de carne y hueso a las que uno puede consultar e, incluso, retirar – dijo con una sonrisa.

Fui hasta el lugar. Un empleado me explicó los requisitos y me entregó un catálogo donde figuraban los "títulos" con sus correspondientes sinopsis. Había trans de los dos sexos, un veterano de la guerra de Irak y un judío converso al islamismo, entre otros. Todos con las reservas agotadas. Entre los disponibles se encontraba un documentalista argentino que sobrevivía en Madrid haciendo trabajos temporarios. El reverso de Daniel, pensé. Lo pedí.

El tipo no tardó en aparecer. Era un hombre de unos sesenta años, alto y delgado, que ingresó al recinto con expectación. El empleado nos presentó y Miguel (Miguel Delibes se llamaba) me propuso tener la charla en algún bar. Salimos.

Con un interés hacia mi persona que por momentos rozaba la indiscreción, Miguel comenzó diciéndome que había venido a Madrid en el 2017, a presentar un documental sobre los años en que Butch Cassidy estuvo en la Patagonia. La película había obtenido buenas críticas y un canal español le había comprado los derechos.

Ufano, salió a recorrer el país. En Campos de Criptana, donde están los molinos de viento que enfrenta el Quijote en la novela, fue testigo de la omnipresencia de unos galgos pequeños que los criptanenses emplean para cazar liebres. Recordó entonces las palabras de Cervantes: "En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, rocín flaco, galgo corredor…".

No tardó en caer en cuenta que se hallaba ante una tradición de siglos y ahí nomás decidió que sería el tema de su próximo documental. Regresó a Madrid, pletórico.

El caso es que el dinero empezó a acabársele y llegó el día en que debió mudarse al departamento de un matrimonio amigo, donde tuvo que agarrar el diario.

- Entré en un declive económico – precisó – y las personas con las que me vinculaba comenzaron a ralearme…

Hizo un silencio y agregó:

- No he perdido la esperanza de vender el documental de Cassidy en otro países, ni de encontrar un productor para el de los galgos pero, por lo pronto, he pasado a ser un espectador deseante de la vida que venía viviendo.

- ¿Eso es todo? - pregunté con involuntaria, insolente desilusión.

Miguel se sonrió.

- Sí, eso es todo. Ahora, contame un poco de vos... ¿Cómo te fue con tu hija? Vive en Vegas del Genil, ¿no es cierto?

Lo miré extrañado.

- ¿Cómo sabés eso?

- Porque está escrito…

- ¿Escrito? ¿Dónde?

Miguel sacó un libro de tapas blancas de su morral y me lo entregó.

- Andá a la página 13, el cuento que está al comienzo...

En el cuento aparecía yo con mi nombre, la razón por la que me encontraba en España, mi regreso a Madrid días antes de pegar la vuelta y el encuentro con Miguel (con la transcripción ¡palabra por palabra! de lo que habíamos charlado hasta el momento en que me había entregado el libro). No podía ser…

Me fijé en el nombre del autor.

- ¿Lo conocés? - me preguntó.

No conocía a ningún Juan José Rodríguez. En la solapa figuraba el año de su nacimiento, que era de Lomas de Zamora y los libros que había publicado. Busqué la fecha de impresión: noviembre de 1995, en los talleres gráficos Sur, Talcahuano al mil y pico… Por entonces mi hija estaba en la escuela secundaria y ni se le cruzaba por la cabeza la posibilidad de vivir en España...

- Quizás no exista… - arriesgó Miguel.

- ¿Por qué decís eso? – pregunté.

- Porque me cansé de buscarlo por internet. A él, al libro, al cuento, a los otros libros que figuran en la solapa. Nada. Pregunté en las librerías y tampoco. Nadie lo conoce.

- Bueno, pero, ¿cómo es que lo tenés, entonces? Porque de algún lado lo sacaste...

- Sí, lo encontré en la Casa del Libro hace unos meses atrás. Yo acostumbro, o acostumbraba a ir a leer ahí, de ojito. Y un día lo encontré. Lo primero que me llamó la atención del cuento fue que estaba ambientado en el 2019 y la mención al DocumentaMadrid. Después, la sinopsis del documentalista argentino y, bueno, la edad, la descripción física y el nombre: ahí estaba yo, contando lo que te acabo de contar...

Miguel se sonrió.

- Evidentemente, este Juan José Rodríguez tenía que ser alguien conocido o allegado a alguien que estaba al tanto de mi vida, acá… Busqué la fecha de impresión: noviembre del 95... Abrumado, lo compré.

Ya en casa, me puse a buscar información sobre el tipo, sobre el libro, sobre el cuento. Nada, como te dije. Fui a otras librerías y tampoco. Pensé entonces en la Casa del Libro: si ahí lo tenían, tranquilamente podían tener otro ejemplar. Uno de los empleados lo buscó en la computadora. Nada, no aparecía nada.

- Pero si usted me lo vendió los otros días… – le dije casi con desesperación – Mire, es éste.

El tipo lo miró y dijo:

- Desconozco…

Después lo busqué en las bibliotecas, pregunté a mis amigos de Argentina… Fui ingresando en un circuito obsesivo del que espero salir algún día... En un momento puse tu nombre en el buscador. Nada. Puse bibliotecas humanas, de las que desconocía su existencia, y me apareció toda la data. Ahí supe de la convocatoria para presentarse como libro en la biblio que se abriría durante el festival.

Un día dieron a conocer la grilla y entre las películas figuraba la de Rosenfeld. La intriga por saber si se produciría el encuentro del cuento me ganó por completo. Me inscribí. Cuando me llamaron hoy para decirme que un argentino con tu nombre estaba esperándome, sentí la ficción encarnando en la realidad, algo extraordinario que duró hasta que comenzaste a leer el cuento.

¿Lo habrías leído? Enseguida me di cuenta que no. Varias veces estuve tentado de hacerte saber lo que estaba ocurriendo, pero me había propuesto cumplir a rajatablas con el relato (entre otras cosas, por temor a que un descarrilamiento del devenir produjese consecuencias irreparables).

Ahora creo que no podría haber hecho otra cosa. Porque algo dijo por mí durante la conversación, algo determinó mi actitud con un rigor invencible… Solo la mente conservaba su independencia. Y vos ahí, haciendo tu parte con inocencia…

Dios o no sé qué - concluyó Miguel - me eligió para que fuera testigo anticipado del transcurrir del tiempo... El estar siendo de aquellas palabras, ¿no? Ahora, ¿por qué a mí? ¿Por qué a nosotros? ¿Con qué propósito?

Nos despedimos. Al llegar a Buenos Aires busqué al libro, al autor, a la editorial. Fui a Talcahuano al 1600 (1613, para ser preciso): no había una construcción con ese número y nadie recordaba que hubiese funcionado una imprenta por la zona. Quise informar a Miguel de las novedades, pero ninguno de los Miguel Delibes que aparecieron en el facebook era él. Aclaro que conservo una fotocopia del cuento.



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Comentarios
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