La historia de la sombra
Para Andrés, Julián, Paula Jorge y Nenona
Después de almorzar nos íbamos con mis primos a la plaza. Nos tirábamos en el pasto, a la sombra de las araucarias, a esperar que mis tíos se levantaran de la siesta. A esa hora no había un alma en la calle, por lo que escuchábamos nítidas nuestras voces, interferidas cada tanto por algún auto desvelado.
Corría el aire y hablábamos de a dónde iríamos esa tarde, por ejemplo. Ir al mar era ir en el Peugeot; dejar atrás Viedma, trasponer el puentecito ferroviario e ingresar a la ruta. Mi tía prendería un Particulares 30, el aroma incomparable de la primer bocanada, el viento ingresando por el techo corredizo, la expectativa de divisar el mar (jugábamos a ver quién lo vería primero; cuando avistábamos el faro, ya nos disponíamos).
La ida al río no tenía auto, no tenía ruta, no tenía faro, no tenía mar. Y llegábamos enseguida, ya que estábamos a tres cuadras. A mí me gustaba ir por la mañana, comernos un sandwich de jamón crudo en el bar de la costanera, acompañándolo con alguna gaseosa, las yemas de los dedos entumecidas, el cuerpo tiritante, aguardando que el sol lo calentara.
Río o mar, la alegría compartida permanecía donde estuviéramos y no exagero. Me parecía entonces que lo más vivo se identificaba con nosotros y, a veces, lograba ser parte nuestra.
*
Lo que quería contar ocurrió en el verano del 71. Mis primos se habían ido a Neuquén y nos habíamos quedado solos con mi tío. Muchas veces él tenía que trabajar en el estudio o viajar a Patagones o a Guardia Mitre, por lo que no íbamos al río o al mar con la misma frecuencia.
Pero las siestas siguieron siendo sagradas. Yo aprovechaba para cruzar a la plaza y distenderme en la dulce quietud del afuera de las casas. Fue por entonces que vi pasar a la sombra.
Era una sombra redonda, de la que ni me pregunté de qué podía ser (sombra).
La sombra volvió a pasar al día siguiente. Retrocedió antes de llegar a la Irigoyen y se detuvo ante mí. Miré para ver qué podía estarla proyectando y no encontré nada. La sombra me saludó entonces con el pensamiento.
Yo le respondí, también con el pensamiento.
- ¿De dónde sos? – quiso saber.
Como no la escuchaba bien, me fui a sentar al cordón de la vereda. Le dije de dónde era.
- Siempre venís a la siesta… – comentó-. ¿No querés dar una vuelta?
- ¿Cómo dar una vuelta?
- Sí, en mí.
- ¿Cómo en vos?
La sombra se deslizó bajo mis pies, que se precipitaron dentro de ella… Asustado, me apuré a sacarlos.
- No tengas miedo, no te voy a hacer nada – dijo en plan tranquilizador.
Vacilé un momento y volví a meter los pies. La sombra se mostró complacida.
- ¿Cómo puede ser? – le pregunté.
- ¿Cómo puede ser, qué?
- Que seas hueca… Que nada te proyecte, que hables… Que pases bajo mis pies…
- Bueno, primero que todo, soy hueca si quiero ser hueca...
- ¿Cómo si querés?
- Sí: sacá los pies y volvé de meterlos…
Obedecí. Al bajarlos, los pies se toparon con la dureza del asfalto. Me quedé mirándola, atónito. La sombra se rio.
- ¿Y hasta dónde podés ser hueca? – pregunté.
- Hasta donde yo quiera. Igual que con el diámetro.
- ¿Cómo con el diámetro?
- Sí, puedo reducirme hasta ser un punto invisible o ensancharme como un cráter lunar. ¿No querés dar una vuelta? – insistió.
- Dale…
Me paré sobre ella. La sombra descendió hasta que mi cintura estuvo a la altura del asfalto y salimos a dar una vuelta. Después nos fuimos para el mar.
*
Anduvimos por las calles de arena de La Boca, donde el viento doblaba los tamariscos hasta hacerlos arder, y seguimos hacia Playa Bonita. Las largas rectas vacías, interrumpidas cada tanto por algún auto que vislumbrábamos en la lejanía... La sombra se apresuraba entonces para alcanzarlo: nos poníamos a la par un trecho, dejando boquiabiertos a los pasajeros (yo me divertía saludándolos) y los perdíamos.
Así llegamos a la reunión anual de sombras que se estaba celebrando en el cementerio de puntas de flechas de indios de Bahía Creek. Sombras de animales, de yuyos y de personas (anónimas o conocidas, como la Añera o la de Lucky Luke, perforada a la altura del corazón). Sombras de todo tipo, independizadas de quiénes las habían proyectado.
La tarde comenzó a caer y yo tenía que regresar, por lo que pegamos la vuelta. El paisaje expresaba ya sus secretos intraducibles.
Al llegar, encontré a mi tío muy angustiado. Había estado buscándome toda la tarde y quería saber adónde había ido. Empecé a contarle y entonces caí en cuenta que no iba a creer lo que estaba por decirle. El insistió en que le contara.
Al principio me oyó con fastidiada decepción, pero poco a poco se fue serenando hasta quedar absorto por el relato
- No debo creer nada de lo que me dijiste… – concluyó, fascinado -. Pero es evidente que tenés una imaginación extraordinaria.
A la mañana siguiente me insistió en que le contara la verdad. Le dije que ésa era la verdad, y que fuéramos a la plaza después del almuerzo, a esperar a la sombra.
*
La sombra no apareció esa siesta, ni a la siguiente, ni nunca más. Pero todos los veranos, en algún momento, volvían a pedirme que les contara la historia de la sombra.
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Comentarios:
- Miguel Darío López: Muy bueno el cuento luis!!!!un fhasss
- Guillermo Blanco: Excelente cuento fantástico, Luis, gracias!!
- Tato Ferral: Hola Luis, en cuento me pareció encantador, veo que tu creatividad y tu vuelo no se detiene, se carga de una poesía sutil e inocente, es un vuelo., que invita a sumarse en tu fantasía,. Gracias
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