La extraña muerte de Pablo Bemol y su padre

10.07.2024

Alejandro González Dago

Como muchas otras cosas de las que nunca se sabrá cuándo comenzaron ni por qué motivo, la carrera artística de Pablo Bemol, considerado en todo barrio Yofre Norte como el más grande cantante de boleros de todos los tiempos, tampoco tiene registros y ni siquiera testigos vivos que puedan dar testimonio y contribuir a develar el misterio.

Pero como la vida del cantante transcurrió en la ciudad de Córdoba de Argentina, donde pueden ocurrir los sucesos más extraños e incomprensibles para las personas y las máquinas, se descuenta que la ausencia de seres humanos que lo conocieran y de papeles que acrediten sus éxitos y su existencia fue lo que lo llevó a cargar con el seudónimo de El Anónimo.

Toda la gente, y en especial quienes nunca lo vieron en persona, escuchó y coleccionó sus discos.

A decir verdad, en Yofre Norte y en los barrios cercanos, nunca nadie vio a Pablo Bemol, el Anónimo, ni siquiera en foto.

En la portada de sus discos decía Pablo Bemol, Boleros I o Boleros II y así sucesivamente hasta Boleros XV, pero en lugar de su foto aparecía una guayabera floreada o una fruta tropical. Quizás ese aspecto vegano y frugal de su historia también hizo que alguna gente lo idolatrara.

Al igual que su vida, y para guardar cierta coherencia con su destino, su muerte también puede considerarse extraña y anónima.

Una muerte denominada extraña, como se comprenderá, puede ser una extraña muerte. Pero una muerte anónima, sólo puede confirmar la duda de que haya sido verdadera. De hecho, nunca se encontró su cuerpo.

Al decir de algunos sociólogos y varias pitonisas de la calle Wilson, en Yofre Norte, estas dos denominaciones – extraña y anónima – deben ser consideradas en realidad conclusiones, ya que un grupo de individuos trasnochados y malolientes, de bares con tango, billares, loba, porotos para los tantos y lengua bola al hablar, según la ingesta de fernet, al ser consultados dijeron con absoluta certeza: - Pablito despertó los fantasmas dormidos de la gente del barrio.

Algunos vecinos juraron que Pablo Bemol nació y vivió hasta que fue muchacho en la calle Chachapoyas al mil y pico - más o menos - de Yofre Norte porque cuando era apenas un niño al salir corriendo de su casa siempre le gritaba a su madre: - ¡¡¡Máma, me voy a la plaza!!!, en clara señal de que vivía a unas cuadras de la plaza y no cerca o enfrente, porque si su casa hubiera estado a metros de la plaza, Pablo Bemol hubiera gritado: - ¡¡¡Máma, me cruzo a la plaza!!!.

Que a su madre le dijera máma, acentuando la primera a, y no mamá acentuando la segunda a, era otro misterio. O tal vez la comprobación fehaciente de sus genes transerranos, como afirmaron algunos contribuyentes morosos oriundos de Luyaba y de Villa de Las Rosas radicados desde algunos años en Yofre Norte.

También como misterioso recuerdo de su niñez, se dice que cierto día en que Pablo Bemol paseaba por Yofre Norte con su padre que era ferroviario y quería que su hijo fuera médico como el doctor Esteban Laureano Maradona, antes de llegar a avenida Altolaguirre y señalando una casita ubicada al lado de un taller de motocicletas, su padre le dijo: - Mirá Pablito, en aquella casa de allá, la de puerta gris con aldaba, hace muchos años vivió Cristino Tapia, el hombre que le enseñó a vocalizar a Gardel.

Cuando Pablito le preguntó a su padre qué cosa era vocalizar y quién era ese tal Gardel y, para responderle, su padre le contó la historia y quién todavía seguía siendo Gardel, ese día Pablito tomó la decisión de ser cantante:

- Cuando sea grande, seré cantante como Gardel, dijo, pero en lugar de tangos se puso a cantar boleros que también tienen raíces de la Habanera.

El primer bolero que Pablo cantó cuando todavía era Pablito fue Tú me acostumbraste, del cubano Francisco Manuel Ramón Dionisio Domínguez Radeón. A ese bolero, su padre lo había escuchado por Lucho Gatica y por Olga Guillot, pero a El anónimo le gustaban las versiones de Luis Miguel y sobre todo la de Natalia Lafourcade.

El segundo bolero que cantó Pablito fue La Barca, de Roberto Cantoral. El tercero fue Caminemos, del brasilero Heribelto Martins interpretado por Los Panchos, y el cuarto Camino Verde, del músico español Carmelo Larrea.

Sin embargo, fue el quinto bolero el que le arrancó la cabeza.

Su tío Cacho que vivía en Calera le había regalado un disco de Los Nocturnos, el trío nacido en la ciudad de San Francisco provincia de Córdoba, donde venía el bolero Historia de un amor, del panameño Carlos Eleta Almarán, a quien le decían D´artagnan.

Por ese bolero, y sobre todo cuando Pablito cantaba; -Ya no estás más a mi lado, corazón… fue que el verdulero de la esquina de su casa lo contrató para que le cantara porque le recordaba a su mujer que lo había abandonado para irse con un policía.

El verdulero lo contrataba a Pablito Bemol por la verdura semanal y unos pesos para que sábados y domingos le cantara en su casa ese y otros boleros mientras él se emborrachaba y se ponía hasta los bujes hasta babearse.

A partir de esas primeras actuaciones caseras tipificadas para mitigar dolores del alma o justificar oscuras curdas, la gente de Yofre Norte empezó a contratar a Pablito para que cantara serenatas para decirle a cierta gente lo que ellos no se animaban a decir. Total que en lugar de serenatas románticas para aniversarios, cumpleaños, o declaraciones de amor, Pablito sólo cantaba para despechos y rencores por mentiras o engaños. Se especializó en dolor, como se dice.

Cuando cumplió los 12 años y empezó a cambiar la voz, Pablito descubrió que el odio le dejaba más plata que el amor. Ahí fue cuando El Anónimo incorporó a su repertorio varios tangos reos que aún cantados con la dulce y melosa cadencia del bolero igual eran puñaladas traperas en el bajo vientre.

Por Reloj no marques las horas, cobraba diez pesos. Pero por el tango Yira yira o por Mano a mano, cobraba cien. Entonces el verdulero de la esquina de su casa lo contrataba para que le cantara sólo tangos y no boleros.

Eran tan fuertes y dolorosos los tangos que Pablito le cantaba, que el verdulero cambió el arremangado tetra Prittyau por un potrillo de vodka sin hielo.

Antes de cumplir los 18 años, tras la muerte de su madre, y después de haber ganado alguna platita y muchos enseres con que le pagaba la gente en tiempo de crisis económica, Pablo Bemol y su padre se fueron del barrio.

Le llovían las propuestas, pero Pablito ya no estaba.

Algunos años después, una mañana de invierno, una vecina de Nueva Italia cayó a Yofre Norte con el chimento de que Pablo se había ido a vivir a Cofico con una mujer mayor que él, y que esa mujer era, nada más y nada menos, que la mujer del verdulero. Entonces el verdulero de la esquina de la casa de Pablo Bemol en el barrio Yofre Norte de la ciudad de Córdoba de Argentina donde nada es lo que parece, encabezó una partida de hombres armados que salieron a buscar al adúltero Pablo para que aprendiera que las cosas que tienen dueño no se tocan y cuando se tocan hay que atenerse a las consecuencias y bancarse la pelusa de ese durazno, mi amigo.

Eran cinco en total los hombres que llegaron al departamentito de calle Lavalleja, pasando Campillo, donde supuestamente vivía el presunto traidor. Antes de tocar timbre, todos cerraron sus puños y prepararon sus armas.

-Muchachos, a la cuenta de tres, dijo el verdulero cargado de odio señalando que en lugar de tocar el timbre había que derribar la puerta.

Contó uno, contó dos, y antes que contara tres se abrió la puerta del departamento en planta baja y aparecieron dos mujeres, madre e hija. Con absoluta calma la mujer madre miró a los desaforados que ya jadeaban ante la inminencia de la acción, y sin que se le moviera un pelo les dijo: -Pensé que eran los músicos que contraté para que le dieran una serenata a mi hija que se recibió de médica, pero veo que me equivoqué. ¿Qué necesitan, señores?, preguntó la mujer, y los hombres bajaron las armas y la mirada convencidos de que ese no era el domicilio que buscaban.

En realidad, ellas los habían reconocido. Pero ellos a ellas, no.

Cuando al verdulero de la esquina de la casa donde vivía Pablo Bemol en Yofre Norte lo internaron en el Hospital Rawson con síntomas de Coronavirus, para tranquilizarlo y mientras le ponía el respirador artificial, la doctora que lo atendía empezó a tararearle un bolero: - Ya no estás más a mi lado, corazón/ en el alma sólo tengo soledad…/ Entonces, agitado por la falta de aire, el verdulero que había reconocido esa voz le preguntó:

- Anónimo, ¿ya no cantás más para rencores y despechos? Y Pablo Bemol le respondió: - Anónima, querrás decir. Claro que todavía los canto por consejo de mi padre que ahora es mi madre, de otra forma no habría despertado los fantasmas dormidos de la gente del barrio.
Y menos de los machistas como vos.

AGD
En la Córdoba de la Nueva Andalucía



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