La cultura del remiendo

10.08.2024

Silvia Barei

Doña Remendá (Autora: Kenia - laindependienterevista.com)
Doña Remendá (Autora: Kenia - laindependienterevista.com)


Se han gastado los codos de un pullover que tengo hace varios años, que está ligado a momentos hermosos y por lo tanto, no quiero tirar.

Compro unos parches al tono, se los aplico a las dos mangas y me queda bastante bien. Uno o dos inviernos más, tira (arriesgo convencida).

Y entonces me pongo a pensar en los remiendos, en las costureras de antes que remendaban y arreglaban, en mi abuela que usaba un huevo para remendar el talón gastado de una media, en el zapatero al que le llamaban "remendón", en el cuento de los hermanos Grimm donde unos duendecillos ayudan a un zapatero pobre y también de paso, traigo a cuenta a la "Zapatera prodigiosa" que parece que era bastante inteligente y se las arreglaba para sobrevivir a un marido viejo y protestón.

Sin embargo, Federico o Margarita Xirgú o el público de Buenos Aires en donde se estrenó por primera vez -o todos juntos- decidieron que ella, después de hacer diferentes intentos, (por llamar de algún modo a su independencia), finalmente estaba muy contenta con su zapatero y remendaron el matrimonio, cosa que ya de por sí es un prodigio pero, ya sabemos, el teatro todo lo puede:

"-Ay, zapaterillo de mi alma!
-Ay, zapaterilla de mi corazón!"

"Zapatera a tus zapatos" me digo entonces a mí misma, porque tengo la mala costumbre de escribir como decía Borges y vuelvo sobre los remiendos, ya que vivimos en un mundo con tantos rotos y descosidos que todo está pendiente de un hilo.

Penden de un hilo, que pocos quieren reforzar, la vida de los niños, la vida de ríos y mares, la de la biodiversidad, la de los ancianos y otras gentes en situación de desamparo, hombres, mujeres, pueblos enteros, excluidos de los derechos humanos más elementales.

¿Es vano recordar que esto sucede por ejercicio y decisiones del poder y los poderosos?.

Una de las caracterizaciones de la pobreza es que alguien "no puede permitirse sustituir ropa estropeada por nueva o bien permitirse tener dos pares de zapatos en buenas condiciones".

Y acá entran de nuevo los remiendos, los zapateros y las costureras y los poderes que cada día parecen acentuar más las formas de percepción clasistas, racistas y discriminatorias.

Un político dice: "La gente de los países vecinos nos quita los lugares en los hospitales públicos y no paga nada".

Un señor consultado en la calle dice: "yo no soy racista pero…"

Un presidente dice: "Una empresa puede contaminar un río todo lo que quiera"

Una muchacha joven dice: "Que se queden en su barrio, acá viene la gente top".

¿Cómo remendamos esto?. ¿Cómo lo remediamos? Es decir, ¿Cómo reparar, corregir, amparar, atender, enmendar tanto estropicio?.

Estamos en un momento en que no sólo se mira para otro lado, sino que además se fomenta esta mirada que desdeña el desafío de pensar una sociedad justa.

Puestos a hablar de películas (como suelo hacerlo en mis notas) se me vienen a la cabeza muchísimas que hablan sobre el tema. Yo empezaría con "El pibe" de Chaplin: un niño abandonado en un contenedor de basura y un vagabundo que encuentra al bebé y se hace cargo de él. La imagen de los dos sentados en un cordón de la vereda es icónica del cine mudo.

Pero para no ir tan atrás, me detengo en un filme que dan muy seguido en el cable, que se llama "El derecho a la felicidad" y se desarrolla en un pequeñito pueblo de montaña de la Italia central.

En Civitella del Tronto, un niño hijo de migrantes y un viejo librero entablan un vínculo entrañable. Los mediadores son los libros y al niño, que se llama Esien, le gustan las historietas. Por ello, un buen día descubre la librería de usados. Es evidente que no tiene dinero y el señor Libero (vaya nombre apropiado) le va prestando primero revistas, luego libros y lo va conduciendo hacia lecturas más complejas prestándole obras que el niño asimila, comenta y hasta disiente con el autor.

El último libro que Libero deja en manos de Esien es la "Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano" de 1789, consciente de que allí se condensa todo lo que debemos saber, pensar, aprender y practicar a diario no como utopía, sino como horizonte cercano a alcanzar, lejos de cualquier remiendo o parche o solución provisoria.

"Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos…"

O sea, nada de remiendos, ni de tajos, ni de cortes y recortes, ni de motosierra, serruchos o tijeras, ni de menoscabos, deslustres, discriminaciones y violencias.

Está perfecto remendar un pantalón o un pullover o un par de botas porque con ello contribuimos a nuestro bolsillo, pero sobre todo a la salud del planeta.

Pero no aceptemos remiendos a la vida, a la verdad, a la palabra plena, a la lucha por la justicia, a la pasión, a las estrellas, a la primavera. Y sobre todo, al derecho a la felicidad.



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