Jorge B. Pilcher, un inglés andado y desandado

Los grandes álbumes de fotografías compiladas por Jorge Briscoe Pilcher (1841- 1909) se pueden considerar el cuerpo más importante del centro de la República realizado durante el siglo XIX. Su valor histórico es notable tanto por su cantidad – más de 500 que ahora se conocen- como por ser las más tempranas que se hayan conservado hasta nuestros días. El legado conocido de Fotografía Inglesa, conforma doce álbumes, pero no quita que puedan seguir apareciendo. La investigación realizada por la que suscribe durante diez años y el libro que finalmente se publicó por Ediciones de la Antorcha (2017) rescatan del olvido una casa fotográfica que trabajó en la ciudad de Córdoba entre 1870 y 1890. Los tres escritos que comparto en los siguientes volúmenes de la revista Tierra Media son parte de las reflexiones que afloran con el tiempo, ya sin la presión de editores, espacios y plazos. Para mayor información y datos precisos de fechas ver mi página enfocadoscordoba.com

Cristina Boixadós


Eres difícil George Briscoe Pilcher

Eres difícil, andariego, escurridizo, Pilcher. Naciste en Liverpool en 1841, llegaste a Mercedes de la República Oriental del Uruguay, para trasladarte a Córdoba en 1870. Fallecías en un viaje en tren de Catamarca a Córdoba en 1909.

Estás en miles de cartes de visite con tu sello de Fotografía Inglesa, con retratos de hijos ilustres de la doctoral ciudad, algunos con armas, otros con hábitos. Tu sello está en cientos de cartes de visite en el Fondo Documental de la Sección de Estudios Americanistas de la Biblioteca de Filosofía y Humanidades y en muchas fotografías ajadas en casas de prosapia cordobesa.


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Verso y reverso de una carte de visite existente en el Fondo de Americanistas (Foto: Leandro Ruiz, 2016)


Tu razón social está en más de 10 álbumes de vistas de diferentes lugares de la ciudad y provincia de Córdoba, pero tres dedicados exclusivamente a las Obras de Riego y a la construcción del Dique San Roque, la obra hidráulica más grande y cuestionada de Latinoamérica.


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Estás en todos lados, pero siempre velado, confuso, como tu tumba en el cementerio de disidentes "El Salvador". Allí fui, en el 2008, a raíz de un llamado de un colega para intentar gestionar un mayor cuidado de las tumbas y lápidas de los primeros masones, de los científicos alemanes que abrieron las ciencias, la exploración y la conquista territorial. Allí estabas también, entre ellos, a la derecha, en las primeras líneas. La lápida de granito negro impide ver las inscripciones grabadas. Una cruz señorea la tumba enterrada, pero tiene su travesaño partido. Un brazo en tierra dejaba leer "LCHER" y el otro cementado escribe tu nombre y la primera sílaba de tu apellido "Jorge B. PI"

Tumba de Jorge Pilcher (Foto: Cristina Boixadós 2008)
Tumba de Jorge Pilcher (Foto: Cristina Boixadós 2008)

Allí están los nombres y las fechas vitales de tu mujer y las de dos de tus hijos, de los once que tuviste con Cesárea Josefa Angelina Fleurquin, hermana de un fotógrafo ya reconocido en Uruguay.

Solo los fantasmas que a uno se le adhieren en cada investigación hicieron posible que leyera tu nombre en esa cruz quebrada y desperdigada alrededor de tu tumba. Volví con el conservacionista Hugo Gez el domingo siguiente para curar ese brazo, para perpetuar tu nombre entre los disidentes. Compramos cemento e hilos y trabajamos con la dedicación puesta al recuerdo de un amante. Regresé con los años, ya alguien había deshecho nuestro delicado trabajo.

No te aceptan en el cementerio, quizá porque declaraste en tu acta de casamiento, que darías religión cristiana a tus hijos.

Fue muy difícil reconstruir tu familia, unos mueren muy pequeños, enterrados en Colonia Caroya y en Jesús María, algunos figuran en las actas digitalizadas de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos días. Solo puedo afirmar que tu mujer falleció en 1901 y que solo tres hijas te sobrevivieron cuando moriste el 31 de agosto de 1909.

A dos de ellas conocí ya mayores, amigas de mi abuela, casi hermanas. Mi abuela y Estela Pilcher, viudas jóvenes, se acompañaron en la casa de Argüello que había heredado de su marido Julio Rodríguez de la Torre - juez penalista de pedigrí cordobés -.

Tengo de vos el diccionario An American Dictionary of the English Language, publicado en 1855, del tamaño de la cruz que quisimos curar, perpetuar. Me lo regaló un librero de calle, Jorge Gauna, ahora amigo, que lo salvó de la hoguera donde la última descendiente política hacía desaparecer retratos, fotos y libros de esa casa veraniega de Arguello, embargada al nieto de Pilcher. Mi amigo me lo obsequió cuando le contaba mis andanzas, mis maneras de reconstruir el derrotero de este inglés que continúa apareciendo de a poco, de golpe. En la portadilla está estampada tu firma masónica.

Esta firma junto con tu autorretrato señorea en una primera hoja de uno de esos albúmenes de vistas de 43 x 32 cm de tamaño. Apenas verte fue recordar las facciones de tu hija Estela, fue fácil ponerte nombre. Te convertiste en mi bisabuelo. Este álbum, junto con otros tres, es parte de un tesoro escondido en una casa particular, cuidados con cierta prevención, donde desconocían quién era el retratado, qué era Fotografía Inglesa y por qué están esas joyas visuales en la casa.

Autorretrato
Autorretrato

En los repositorios también te escurres entre documentos, entre diarios, entre manos oficiantes. Fue difícil certificar tu autoría de la primera panorámica de la ciudad cuando el Intendente cordobés en 1883 decreta obtener una vista de la ciudad desde el norte en dirección de la calle Alvear. Por suerte, me facilitaron en el Archivo Histórico Provincial el diario El Interior, ya a punto de silenciarse para ser digitalizado, y corroboré que te reconocían ese mérito.

En la Dirección General de Catastro me negaban el único documento gráfico que daba fe a tu presencia en el paraje La Pampa, donde habías montado un hotel de 14 pabellones para dar comodidad y confort a 80 huéspedes, habitaciones bien amuebladas –algunas con chimenea- gimnasio, señala el aviso de la Guía General de Córdoba de 1899. Un empleado me reconoció y en tres minutos me trajo lo más valioso que para mí había en ese edificio, en ese momento. En el croquis de la mensura en ferroprusiato, mencionado en uno de los tantos documentos de archivo, se grafican el salón de billar, comedor, baños diferenciados, galpón de monturas, tambo y viñedos, además de los diferentes pabellones con sus galerías y caminos(1).

Pero hasta ahora no he podido entender cómo regenteaste este hotel, cuando ya te habían rematado tus inmuebles urbanos, te habías quedado sin estudio fotográfico y te habían soltado la mano los señores del poder, caídos en desgracia en 1890. ¿Eras el representante de una logia masónica? ¿El testaferro de alguien que como vos también quebró en la crisis de ese año?

Los documentos de archivo no me dan la respuesta, pero sí detallan las tantas veces que trataste de salvar estas tierras serranas para evitar embargos y remates de las 1200 o de las 600 hectáreas (varían según tu conveniencia) que dices tener de las hermanas Fleurquin. Ubicadas entre el departamento Ischilín y Colón, los protocolos notariales mencionan tu estancia San Jorge, cuyo nombre aún se mantiene, con ranchos, corrales y zona de pastoreo bañados por el arroyo La Majadita, en la zona serrana y citan también, en el camino entre Jesús María y Ascochinga, el gran Hotel San Jorge, de grandes construcciones, con su casilla postal, quintas, huerta, frutales y la entrada de piedra demarcada por árboles añosos, ahora secos.

Un viajero, Francisco Scardin, menciona la existencia de este alojamiento en 1906. Pero olvida tu nombre, tu origen. Qué casualidad!

"A la sazón el hotel de San Jorge era atendido por un hombre sumamente original -no recuerdo si inglés o alemán- cuyas felices ocurrencias hacían a menudo el gusto de las conversaciones, pues eran, a la vez que graciosas, muy en relación con las exigencias de una alegre temporada en la soledad, a cerca de mil metros del nivel del mar. Así una vez, se le ocurrió obsequiar a sus huéspedes con la ilusión de que se hallaban paseando en la metrópoli porteña y con ese motivo bautizó, colocando las tablillas con sus inscripciones respectivas, todos los senderos del jardín con el nombre de las avenidas y calles de Buenos Aires".(2)

Ante esta descripción de tanto confort y producción ¿Cómo no encontrar algún resto, algún indicio, de esos enormes pabellones? Me empeñé en tratar de ubicar geográficamente la estancia (de la cual mi madre me contaba que mi abuela había ido de niña) y el hotel. Entre los años 2011 y 2015 rastrillé varias veces los kilómetros entre el hotel de Asconchinga de la Fuerza Aérea y la Estancia San Jorge para ir armando el rompecabezas de tus terrenos, tuve que visitar varias veces esta estancia, encontrar sus dueñas en meses de verano, reconocer nombres toponímicos y vajillas lucidas en vitrinas con el nombre del hotel, obturar los mismos encuadres tuyos, comparar perfiles de sierras para entender tus tomas.

Las memorias orales no me daban la respuesta. No han sentido hablar de Pilcher ni de ese hotel tan grande. La bibliografía regional no aportaba demasiado a mi inquietud. Solo un párrafo leído a las tres de la mañana en una habitación del Hotel de la Fuerza Aérea de Ascochinga, me tiro un rastro. Leí que Augusto Funes había sido dueño de un hotel en el Paraje de la Pampa. Al día siguiente pegué en el clavo; efectivamente, aquella residencia de las hermanas dominicas de Tucumán, ocupan el gran pabellón central y el comedor del gran hotel. En una de sus paredes dice que les pertenece por donación de Jorge Pitt Funes a su muerte en 1965. No está de más decir que este es un heredero de Augusto Funes quien había adquirido en remate del 12 de junio de 1902 la gran superficie de Pilcher "por una base tirada de $ 16.687 que no paga ni las alambradas", dicen los avisos del diario La Patria y de Los Principios.

En fin, Pilcher se borró en la historia y sigue borrado. Mis escritos y mis andanzas reivindicando su presencia no han cambiado la memoria oral ni los escritos regionales.


(1)  Único documento cartográfico que he encontrado de dicho inmueble, realizado por el ingeniero Vega de la Viña y se encuentra en el archivo de la Dirección General de Catastro de la Provincia. Cartografías- mensuras particulares.Y.I.1899.
(2) Scardin, Francisco: "La Argentina y el trabajo, impresiones y notas", Buenos Aires: Imprenta Peuser, 1906, en Segretti "Córdoba, Ciudad y Provincia. Siglos XVI -XX". Junta Provincial de Historia de Córdoba, Córdoba, 1973 p. 546/7


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Solo quedaron en tus álbumes las tomas fotográficas que obturaste de la estancia de San Jorge como prueba de tu paso por esas latitudes. La quisiste salvar a capa y espada, pero solo las fotografías sortean el olvido, el silencio. Lo demás es inútil, tu presencia inglesa, adusta, andariega, no es pertinente en las tierras de los Funes.

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Las rústicas viviendas de la Estancia San Jorge donde iban a pasear la familia de Pilcher y sus amigos. Una de estas se mantiene en pie, donde habitan los caseros de la estancia en propiedad de las hermanas Castellanos y sus descendientes.



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Comentarios:
- Angeles: Me encanta leerte Cristina, y descubrir las historias y personajes de Córdoba. Gracias por el regalo que le haces a la historia Cordobesa.

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