Húngaros
Lo Presti, Flavio, Buenos Aires: El Cuaderno Azul, 107 pp.
Juan Manuel Saharrea
El padre de Lo Presti es el principal protagonista de este compilado de historias. 'El Húngaro'- mucho antes de ser llamado así- tuvo una infancia de niño prodigio, que saboreó la fama televisiva al llamar la atención del célebre ilusionista Tusam. En su juventud, para abordar mujeres adoptó casualmente la personalidad de un extranjero y desde entonces decidió sostenerse en ese papel, a raíz de la eficacia un tanto misteriosa que le permitió abrirse camino entre desconocidos que ofrecieron lugar, viajes y afecto. Si una narración busca profundizar en ciertos acontecimientos o experiencias, Húngaros trata de desglosar las capas que armaron a un tipo realmente exótico al que Lo Presti describe como "un linyera con casa". En momentos clave, y en dos capítulos en especial, la presencia del narrador emerge y tiene una importancia crucial. Vemos entonces al hijo que comprende al padre y busca, sin reproches ni romanticismos, algo propio en dicha comprensión.
Húngaros se compone de relatos publicados anteriormente por Lo Presti; en dos libros de cuentos y otros dos de crónicas. Esa fuente híbrida justifica lo inclasificable del libro que cabe leer como una novela ya que ofrece una trama con un arco narrativo pero que también acepta la lectura separada de siete relatos independientes. La génesis de este compilado demuestra el sello (el estilo reconocible) de la prosa de Lo Presti que acepta un criterio de extracción exigente tal y como lo es "textos sobre el padre". Quien haya leído cualquiera de esas obras previas ha sentido la urgencia por saber más sobre el Húngaro (o sobre ese padre estrafalario). En Los Nombres (el libro posiblemente de mayor influencia de Lo Presti) el padre no figura como tal pero sí hay un personaje recurrente que resulta conmovedor por lo que representa y por cómo vigoriza a la prosa. El Húngaro saca lo mejor de la escritura de Lo Presti: historias conmovedoras que convergen en un punto gracioso, casi paródico. Es ahí cuando Lo Presti echa mano a ironías expresadas en un tono elaborado, lo más alejado posible de todo coloquialismo.
Cabe mencionar que estos textos sobre el padre llamaron la atención de Juan Forn quien convocó a Lo Presti para realizar esta compilación y que, a fuerza de meter su bisturí y su consejo de inapelable editor exitoso, provocó una resistencia en el autor que diversificó el proyecto hasta convertirlo en este segundo tiempo. Años más tarde Juan Sklar re-emprendió la empresa sin tener noticias del proyecto primigenio y logró llevarla a término en esta preciosa edición de El Cuaderno Azul, con fotografía de tapa de Alicia Saife y diseño de Tute Luberto y edición conjunta de Sklar y Luciano Casamajor.
Antes de abordar el libro hubiera jurado que Lo Presti (que sospecho no se apellida de ese modo) tenía ascendencia húngara. Nada de eso. El padre de Lo Presti era de familia rosarina. Si bien el "niño índigo" nació en Córdoba, durante toda su vida alimentó y ejerció un encono profundo hacia cierto aspecto de la sociedad cordobesa. De entrada, cabe atribuir ese enojo a una eugenesia típica de un muchacho "de belleza cinematográfica" pero más adelante ese racismo se matiza con el señalamiento de que el propio Húngaro (que representaba todo lo hegemónico) siempre fue objeto de un odio recurrente por la sociedad cordobesa a causa de su sensibilidad. Ese rechazo se relaciona, en efecto, con ser una persona "excepcionalmente sensible", atributo negativo no compensado por las dotes gringas que en la mayoría de las ocasiones facilitan la aceptación social. Escudado en ese dato uno podría excusar su afán de timador de juventud aunque no de padre estrambótico al que solo logramos querer por los efectos de escritura que vuelven en el otro personaje de esta secuencia que es el propio Flavio Lo Presti. Sobre estos efectos me gustaría ensayar mi reseña.
El Húngaro es un tipo difícil en todo sentido, con cualquier relación. Sin embargo, hay aspectos de su personalidad que se sustraen de una generalidad decididamente condenatoria. Rasgos que no redimen a un tipo que –sospechamos- ha cometido errores imperdonables. Pero esos rasgos son piezas de las que Lo Presti se vale para forjar su escritura. Destaco uno: la capacidad inventiva. El Húngaro no solo inventa para chamullar o para pasar el rato. Como efecto de la invención sostiene la vida. Formula un ars vivendi. Inventar, para él, no es engañar (casi que no le importa la verdad y, como se sabe, a un engañador la verdad le importa y mucho) sino colocarse en un lugar de realización donde puede haber amistades, amores, algo de dinero y experiencias que no podría tener de otro modo.
La invención para el Húngaro significa quizá el único modo de abrirse camino en la existencia. Siempre su genio está en función de un efecto práctico. Por su parte, atar la inventiva con un efecto práctico llevará al propio Lo Presti a resolver una crisis personal que dará como resultado su propio oficio de escritor. Lo que el padre tiene incorporado como hábito desde el minuto uno, el hijo logra reunirlo hacia el final de su formación. Eso hace que en Húngaros la escritura del padre se reúna con la genealogía sobre el propio arte (una escena formidable de Lo Presti en sesión de terapia, con exquisitos diálogos, consagra este maridaje).
Ahora bien, también hay un contraste formidable que explica que ese rasgo paterno haya demorado tanto tiempo en surtir efecto en la deriva del hijo. Lo Presti tiene un rasgo contrario y casi complementario al del padre: la credulidad. Una credulidad conveniente para la lectura, la escritura y para oficiar de oyente y de amigo open-minded de toda clase de gente (especialmente de esa gente que la sociedad puede juzgar livianamente con su ojo eficaz). Sin embargo, esa propensión a la creencia también lo convierte en blanco de estafas, de algunos sometimientos y uno que otro papelón (aunque nunca de rechazos). Esa apertura que no se traduce nunca en una indolencia ante la vida permite comprender no solo los desencuentros con el padre sino el intrincado proceso espiritual/existencial que involucra devenir escritor en las peripecias de este personaje que sabe desde siempre que va a escribir.
A simple vista, Húngaros parece decirnos que la escritura es el padre. A un nivel más sutil, o quizá a ese nivel que mis amigos derridianos llaman 'deconstructivo', el relato muestra que la escritura finalmente no es el padre sino su contrario: la muerte o la superación del padre. La escritura de Lo Presti emerge del orden, de la edición; su escritura es formalidad, es la parodia en la seriedad (y no a la inversa); sobre todo es la valentía de poner en juego el nombre propio y adoptar la propia nacionalidad, de reivindicar la universalidad del propio origen incluso académico (algo del refinamiento narrativo de Lo Presti no puede dejar de relacionarse a lo mejor de la cultura humanística de Letras Modernas de la UNC). El padre, este padre, es un caos que encuentra algunos cauces frágiles, momentáneos que más temprano que tarde desbordan y son solo contenidos por sus afectos: una esposa, hijos y amigos no solo tolerantes con su anormalidad sino contentos con ella. Sin embargo, su esoterismo no da cuenta de su suerte que nunca deja de dispensarle un digno amparo.
La lectura de Húngaros provoca la convicción medio idealista o supersticiosa de que podrá hacerle el bien a quien lo tenga entre sus manos. Este libro abraza en medio de una historia que, pudiendo tocar las teclas existenciales más obvias, carece de todo golpe bajo. Llegamos a comprender al Húngaro y a reconocer en la narración un abordaje del dolor con mucha responsabilidad, con ironías que lo hacen todo más soportable pero que no dan lugar a ninguna edulcorada moraleja aunque sí habilitan en cambio una tristeza catártica, es decir, necesaria.
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