Huellas del cantito cordobés
Nada nuevo que decir sobre la tonada local que no sean unas referencias históricas de ese rasgo en citas de un puñado de autores.
Víctor Ramés
Como lomos de burro que interrumpen la llaneza insulsa de la ruta del habla, uno y luego otro unos metros adelante, y que acaban distribuyendo unas breves demoras en la marcha de la lengua: esa es una versión posible de la tonada cordobesa. Suena a oídos foráneos como curiosidad, y a los nativos como el código lleno de variables para regular la comunicación, exactamente igual a cualquier otro dialecto. Los nativos de esta lengua la aprenden paladeándola y les basta, por lo general, para todo lo que sirven las lenguas. No es que, en sus secretos, el cordobés tenga que ser traducido por completo: hay que definir ciertas palabras, como ocurre con todo dialecto regional. El resto cabe en la generalidad del castellano. Pero, además del léxico, está ese asunto del cantito. Allí es donde anida la identidad provincial que ha sido reconocida y señalada en tantas ocasiones.
Los parlantes de esa lengua se diría que maman, desde la cuna, una especie de tic que define la forma de hablar regional y particular de esta provincia: ese tic parece obligar a sus hablantes, al pronunciar una palabra, a demorarse en la sílaba anterior a la del acento, describiendo un arco melódico hacia arriba o hacia abajo, un glissando, que remarca esa sílaba distintiva. Aquí tic no es una pena que pagar, sino más bien una herramienta que proporciona y exige guiños: un uso melódico particular en el contexto de los cánticos de expresión que entonamos cuando hablamos.
Ese alargamiento melódico de la sílaba indicada, es clave para la identidad, como la nota blue del jazz. Claro que, en el habla cordobesa, el ejemplo se deshace en una sucesión incansable de blue notes que se van tejiendo y que además tienen sus versiones, cuya variedad va de la zona roja a la aristocracia rancia de otrora, que aún habla.
Un solo de cordobés básico bien popular se puede escuchar de un cuidador de autos, un naranjita, por poner un tipo urbano de atributos locales. Contiene una dicción que por momentos puede sonar como a otro idioma, al pronunciar a gran velocidad una frase. Un pariente me da un ejemplo: dice la frase completa y correcta, "vamos a tomar una cerveza", y a continuación la versión hablada que, para ganar en velocidad (y seguramente también como guiño de códigos comunes) sonaría, si pudiese escribirse tal cual, algo así como "Vamtornceervz", duplicando la letra "e" precisamente por el cantito, que ni siquiera en esta contracción se omite. Entretanto, el naranjita va exhibiendo al correr del discurso la serie de orgullosos caantitos enlaazados en lo poosible por un hilo que, si no es la risa, le pasa raaspando.
Acentuar ese cantito puede expresar, efectivamente, un guiño de humor. O también de sorna, lo que en el seno de la oligarquía puede alcanzar una nota de autoridad, de superioridad. Hay un ejemplo histórico que recogió Sarmiento, referido al codificador Dalmacio Vélez Sarsfield en un artículo en El Nacional, enero 11 de 1879. Vélez, nacido en Punilla, era reconocido por su acento, Vicente Quesada lo reafirmó en Memorias de un viejo: "El ilustre doctor don Dalmacio Vélez Sarsfield nunca perdió la tonada cordobesa." Lo que cuenta Sarmiento ocurría en el Senado de la Nación.
"Presentaba el grave Dr. Vélez, Ministro entonces de Gobierno, un proyecto a la Cámara, para la abolición del Enfiteusis y, al leerlo, un Senador no menos grave, o con aires de serlo, pidió al Secretario leyera un papel que se le había dado de antemano. Leyó un dictamen del Asesor D. Dalmacio Vélez, dos años antes, en favor del Enfiteusis.
— ¿Ya concluyó, Señor Secretario? observó el aludido, con su acento cordobés, que exageraba ex-profeso, cuando lanzaba alguna de esas saetas, que se han incrustado en la lengua o en la historia argentina. «¡Dichosos los hombres como el señor Senador, dijo, que opinan hoy como opinaban cuando tenían quince años! Yo tengo setenta y todavía estoy aprendiendo. ¡Esas aguas pasaron!"
Podemos casi oír, gracias a la experiencia diaria del dialecto cordobés, esas sílabas de Vélez: "Yo tengo seetenta años y todaavía estoy apreendiendo. ¡Esas aguas paasaron!"
El solo que enuncia en su esquina el naranjita para algún pasante, u otro que le hace el aguante y contesta un monosílabo cada tanto, podría perfectamente incluir una o dos líneas de Shakespeare; o no, pero solo puede ocurrir bajo este cielo en que se espeja una improbable Córdoba celeste, nada más que proyección y recorte de una porción de firmamento equivalente a la Córdoba en el barro. Especie de toldo a veces protector, otras amenazante, que puede también parecerse a un manto cribado por otros universos. El solo del naranjita es la voz que resuena de una persona particular, a la que oímos hablar, pero valdría también como enunciado mitológico, o incluso como apunte sociológico, tomando lo que un amigo pintor suele referir como estadística de un solo caso. Puesto en el conjunto de los que nacen y se suben cada día al burrito de la tonada cordobesa distintiva a primera oída, la voz de Vélez Sarsfield hace un siglo y cuarto, o la del naranjita ayer por la noche, elevan su sello natal y sus palabras, de allí en más, son literatura con cantito cordobés.
A propósito de literatura, o de estas páginas mismas, sin ir más lejos, hay que decir que resultan insípidas para demostrar el fenómeno que nos compete y que -esto ayuda bastante- es una realidad absolutamente incorporada al ficcionario narrado, al imaginario auditivo, al notidiario, al breviario, al horario diario. La radio, la televisión, el teatro, el radioteatro, el cine, la escena cotidiana misma, han sido y son mejores portadores y transmisores corales de cómo suena la tonada cordobesa, salvo en sus malas imitaciones porteñas. A eso que en este texto solo puede aludirse remitiendo a la experiencia del lector sobre cómo suena el habla cordobesa del sur de América, un audio cualquiera serviría para ilustrar a quienes lo desconozcan.
Pero poniendo límite al tema de trascender esa condena de la palabra escrita para evocar sonidos, aquí nos limitamos a una serie de citas que permitan medir la relativa importancia de la tonada cordobesa como indicadora de una identidad provinciana bien delimitada. El panorama y el contexto de esa tonada solo puede conducir a una red de tonadas regionales que enunciaron y enuncian, cada una, la forma de una provincia en el mapa del interior aprendido en la escuela. En la obra de Vicente Quesada citada un momento atrás, el memorialista rescataba su experiencia en la universidad de Buenos Aires a mediados del siglo diecinueve, y la descripción de su juventud exhibía una inmersión en las identidades regionales: "Verdad es que entonces cada provincia vivía en un relativo aislamiento, y tenía su carácter local propio. El cordobés no podía ser confundido con el tucumano, ni el salteño con el santafecino. Los cuyanos se diferenciaban de los del litoral, como los porteños de los riojanos, y los catamarqueños de los correntinos. Hasta en la tonada con que acentuaban la lengua común se caracterizaban las diferencias.
En la Universidad conocíamos por la tonada la provincia donde habían nacido los estudiantes. Aquella diversidad no podía fundirse en una unidad típica nacional, oyéndolos hablar se sabía que había muchas provincias distintas."
Por este mismo camino de la cita, se puede ya seguir un derrotero historiando reacciones escritas, a partir del siglo diecinueve, ante ese fenómeno particular del habla cordobesa. Es más que probable que la formación del cantito cordobés se remonte al siglo dieciocho, aunque sin datos referidos al habla local de esos años. Al recoger las que aquí se comparten, se levantaron junto con ellas algunos juicios y valores unidos a la percepción que se ha tenido de los cordobeses en general, por lo cual suponen apuntes sobre la identidad. Sin demoras en ese propósito, la transcripción que sigue ha sido muy citada en la evocación histórica del tema. Está tomada de Una excursión a los indios ranqueles, de Lucio V. Mansilla, una experiencia vivida en 1870:
"—Como usía quiera—contestó el Cautivo, con esa tonada cordobesa, que consiste en un pequeño secreto, (como lo puede ver el curioso lector o lectora) en cargar la pronunciación sobre las letras acentuadas y prolongar lo más posible la vocal o primera sílaba.
En haciendo esto ya es uno cordobés. No hay más que ensayarlo."
En otra cita del relato de Mansilla se lee sobre un encontronazo con un gaucho cordobés que termina con la respuesta violenta y autoritaria inherente al militar:
"El gaucho hizo pie y se encrespó diciéndome en una tonada la más cordobesa, con tonada de la sierra:
—¿Y si no sé, por qué no me enseña pues?
—Pues, por esa compadrada, tomá —le dije, y le di algo que solemos dar los militares cuando queremos aventar un recluta que no tiene el instinto de la disciplina y del respeto a sus superiores."
Data de unos años antes el testimonio de Paolo Mantegazza, antropólogo italiano -fundador de primera cátedra italiana de antropología, en 1870- quien vivió en el interior argentino, en la ciudad de Salta, desde 1854 hasta aproximadamente 1867. No se sabe con certeza el año al que se refiere la cita. Su libro Río de la Plata y Tenerife, Viajes y estudios de Paolo Mantegazza, fue editado en Milán, 1876. De allí provienen las siguientes líneas referidas a los habitantes de la ciudad de Córdoba, alrededor de los años sesenta del siglo diecinueve:
"La primera gloria municipal de Córdoba es su alameda, lago cuadrado con una isla y un bote, rodeado de un vial y de muchas plantas, pero todo de tales proporciones, que tierra y agua podrían caber en nuestra plaza de la Scala, en Milán. Allí se reúnen por la tarde los cordobeses, para descansar de los ocios del día.
En esta ciudad se habla el español con un acento que parece un verdadero canto vocal, y que es célebre en América con el nombre de tonada cordobesa. Los habitantes son gentilísimos y renombrados por su gazmoñería. No sabría deciros si las iglesias volvieron santurrones a los cordobeses, o si son éstos los que fabricaron muchos templos, precisamente porque nacieron en olor de santidad. Cuestión etiológica, muy delicada y demasiado difícil para que intente resolverla dogmáticamente."
Se ha citado un par de veces a Vicente Quesada, quien había firmado con el seudónimo Víctor Gálvez sus Memorias de un viejo. El libro, publicado en 1884, comentaba experiencias de juventud yasí caracterizaba el habla de las mujeres cordobesas:
"En efecto, la observación era muy fácil tratándose de la mujer. La cordobesa no pierde nunca el acento, la entonación, el canto al hablar; pasan años, frecuenta otras sociedades, adopta todas las costumbres, pero su acento peculiar persiste sobre todas las transformaciones. Otro acento especial es el de la salteña, que en general es interesantísima y muy culta; pero acentúa de un modo peculiar sus palabras."
En 1890 Giuseppe Modrich un viajero zaratino -nativo de Zara, una ciudad de Croacia ubicada en la Dalmacia central- periodista y escritor viajero, visitó la Argentina. Fruto de ese viaje se publicó en Milán un volumen titulado Repubblica Argentina: note di Viaggio. Da Buenos Aires alla Terra del Fuoco, publicado en Milán en 1890. El viajero croata y escritor en italiano recién llegado a Córdoba, tuvo ocasión de palpar de cerca la figuración y la elegancia que mostraba aquella sociedad oligárquica de 1890, al recibir una invitación para asistir a una recepción en casa del gobernador Marcos Juárez. Lo había invitado para "tomar el té", sin embargo encontró allí una fiesta multitudinaria y fastuosa. Y de esa descripción tomamos nuestro objeto de interés, que se cuenta, para el autor zaratino, entre las notas disonantes del perfil cordobés. Se transitaba el final político del juarismo, y se asistía al envalentonamiento de la Cadena, fuerza de choque comandada por Marcos Juárez, contra los radicales.
"Don Marcos Juárez, el gobernador, había invitado a un encuentro vespertino para una taza de té, a muchos amigos de su provincia y las provincias vecinas. (...)
"Hago notar aquí dos rasgos característicos del pueblo cordobés: uno es una cantilena salmodiante, cuando hablan. En las damas es un hábito adorable: en los hombres parece un afeminamiento, una exageración sentimental que repugna.
Luego, su atrevida actitud aristocrática. Excepto raras excepciones, todos los cordobeses se dan un aire reservado, frío, repulsivo. Si no vienes a Córdoba rodeado de un radiante halo de fama, o no tienes millones de activos, puedes estar seguro de que en todas partes te recibirán bastante mal. No es que recibirás algún insulto, pero en vano esperarás la atención espontánea de un cordobés."
Del lado ahora del siglo veinte, se encuentra publicada en la revista semanal porteña Caras y Caretas, en junio de 1915, una nota firmada por César Carrizo y titulada Camino al Velazco, en la que el viajero viene en tren desde Buenos Aires, rumbo a La Rioja.
"Al otro día, nuestras ansias de llegar a Córdoba, quedan satisfechas, Estamos en la primera etapa del largo repecho que ya de la urbe al interior, o como diríamos, del presente al pasado. (...) Penetramos en la ciudad de los templos y doctores, Las fuerzas con que cuenta el catolicismo son enormes. (...) Penetramos más y más, y nos llama la atención la tonada cordobesa de ritmos prolongados, con arranques y desmayos, como si las palabras entre silaba y silaba tuvieran puntos suspensivos. Así los discursos y antífonas que reza este pueblo tienen esa música de apronte y avanzada del hablar."
La cita siguiente llega a través del norteamericano Henry Stephens, quien pasó por Córdoba en 1916 y dejó anotado algo que tal vez su oído no pudiese captar, y cuya peculiaridad podía haberle sido señalada por alguien: "Sus habitantes hablan con un cantito y se los reconoce por este modo de articulación en cualquier lugar del país donde se encuentren".
Una cita en inglés, curiosa y peculiar, es el aporte del hispanista norteamericano Alfred Coester, en: Some Impressions of South America, documento publicado en febrero de 1919 por el autor. Coester se contó entre los pioneros en la enseñanza y difusión del español en los Estados Unidos. De allí esta traducción:
"En la pronunciación un fenómeno común es la reducción de diptongos a vocales simples, tine por tiene, acite por aceite. Más sutil aún es la tonada de varias provincias argentinas, especialmente la tonada cordobesa de la ciudad de Córdoba, llamada docta por su antigua universidad. El rasgo peculiar de este acento es el alargamiento de la vocal en la sílaba anterior a la acentuada o en la sílaba que lleva acento secundario, como caaballo, o en la frase en que los cordobeses niegan esta peculiaridad del habla - "Noosotros los cordoobeses no caantamos."
Siguiendo el orden cronológico de las citas, Caras y Caretas vuelve a entregar un ejemplo el 5 de marzo de 1921, en un artículo firmado por Francisco Baigorrí, El quichua y la tonada provinciana, donde ese autor postula que en "toda la región argentina en que se habló y se habla aún el quichua, los habitantes tienen una tonada, sobre todo los de las regiones más apartadas, que, aunque con sus modalidades de una provincia a otra, se conserva la acentuación grave más o menos pronunciada". Allí ensaya el autor una descripción no muy feliz de lo que ocurre en Córdoba a ese respecto: "En cambio, la tonada cordobesa varía completamente porque el idioma indígena fue de acentuación esdrújula, conservándose hasta hoy día la marcada pronunciación: Calamúchita, San José de la Dórmida, la chiva'él monte, mientras que en Corrientes es esencialmente aguda debido al guaraní." Lo que Baigorrí llama acento esdrújulo, es en realidad el ya mencionado alargamiento de la sílaba, y el consabido cantito, que este autor no considera.
Con este puñado de elementos históricos se pone fin a la misión elegida, y ni aun un cuerpo de citas más completo agotaría el tema.
Por suerte, la época le permite a un publicación online trascender la mudez de la página escrita, y acceder a ejemplos auditivos del cantito cordobés que lo dicen todo, sin más vueltas. Aquí se dejan unos botones de muestra y, no casualmente, tienden vínculos con el humor, otro rasgo local más o menos hiriente.
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