Hubo 15 días del año 2022
Pasaron algunos años, con pandemia incluida, y un viaje postergado me llevó a Aranno en el Valle Alto del Malcantone, Ticino (Suiza), en el año 2022. Cargaba emocional y físicamente en mi mochila algunas fotografías de la familia Righetti, con rostros ya identificados, ya reconocibles que venía investigando desde 2014.
Bajo la lluvia recorrí los rincones fotografiados 120 años atrás. Mi paragua no alcanzaba a contener las gotas de agua y menos la emoción que me envolvía cuando contemplaba el mismo paisaje, el mismo rincón, que alguien había enfocado un siglo atrás.
Allí en ese paese de 350 almas, convertido ya en un pueblo habitación, modificados sus establos, sus cantinas, sus interiores, llegué a la comuna en los primeros días de mayo europeo para decirle al síndico que una argentina tenía una historia, una historia que les incumbía, que les pertenecía, que era la de los hermanos Righettti, llegados a América en 1869.
Hablábamos y nos entendíamos con el idioma de la emotividad y logré conmover a la secretaria. Ella llamó tres veces a Paolo Righetti. Él no le contestó hasta el último día de mi estadía en Suiza, que, por motivos económicos ya consabidos, solo eran tres. Él me buscó por todos los medios que la tecnología le permitía, sabiendo que la comunicación de internet de Suiza no es la misma que la de los países de la Unión Europea. Su correo, su WhatsApp o msm solo podría leerlos con el WiFi de la casa donde me alojaba. Así fue, el viernes a la tarde - luego de regresar de otro paese, Bigorio, donde también una fotografía familiar me había llevado, entraron todos los mensajes de Paolo.
Quedamos en vernos al día siguiente antes de partir yo para Génova. El tiempo suficiente para comprobar en una hora y media que éramos hermanos de "pelle". A él se le ponía la "pelle d´oca" cuando yo le contaba la otra parte de la vida de sus ancestros en América, que tenía parientes en Córdoba y quizá en Rosario, que Pietro y Mateo tuvieron una yesería en Rosario y en Córdoba, que Pietro tuvo tres hijos: Josefina, Rodolfo y Zulema. Él solo conocía la historia de Santiago, el que vino e hizo la América en Rosario con una fundición que fue creciendo mientras incorporaba empleados calificados, a quien Juan Bialet Massé, en su informe sobre la clase trabajadora, tomaba como modelo de emprendedor pues cobijaba a jóvenes suizos, alemanes, italianos y también criollos, pero también a niños. Sus productos de hierro llegaban al hogar en forma de cocinas, estufas, rejas, y a todo el país en columnas, luminarias y en estructuras de techos para mercados y bancos, con la incrustación del sello de la Fundición Santiago Righetti- Rosario.
Paolo y yo sabíamos que esa empresa prosperó enclavada en una ciudad a medio hacerse; Paolo y yo sabíamos que Santiago recorrió varias veces el itinerario de Aranno a Rosario y que había viajado por el mundo entero tanto como quiso, para descansar, o para asistir a exposiciones nacionales e internacionales. También sabíamos que su muerte había traído la desaparición de la empresa; que su mujer, Elvira, se había vuelto a casar y había regresado a Suiza con sus dos hijos, Albertina y Américo.
Pero yo no sabía que Paolo resguardaba en su casa de cuatro pianos de Aranno, documentos, fotos, cartas, cartolinas, y qué a los 15 días yo iba a estar en una habitación de esa casa, donde el camino (el hogar a leña) había sido el centro de la intimidad familiar mientras se cocían las castañas, los granos para la polenta con fungi o la pasta.
Yo no sabía que los cucúes eran aves y no relojes enclavados en paredes nostálgicas; yo no sabía que su canto acompaña los días de mayo.
Yo no sabía que las fuentes de piedra y la cadencia del agua al caer asisten permanentemente el andar por esas callecitas de cantos rodados, marcadas al azar, sin cordel ni líneas de edificación.
Yo no sabía que las campanas suenan cada media hora y es el único sonido que retumba entre paredes medievales y compite con los otros campanilli de los alrededores.
Yo no sabía que las castañas y las uvas eran los frutos de la tierra que esperaban con ansias para cosechar y poder comer.
Yo no sabía que el frio obligaba a guardar los animales bajo techo.
Yo no sabía que la nieve impedía llegar a la diligencia con cartas esperadas.
Yo no sabía que la nieve y el frio envolvían a sus habitantes, que la nieve trae melancolía.
Yo no sabía que Elvira escribió durante seis años a Santiago en Rosario, diciendo que volviera, que descansara, que ya no reconocería a los niños.
Yo no sabía que Pietro Righetti fue el fotógrafo de estas imágenes que desde el 2014 veníamos investigando.
Yo sabía algunas cosas de esta rama de la familia, pero allí durante 15 días me imbuí de intimidades, de vicisitudes, de sus palabras de afecto, de sus modos de extrañeza.Allí pude adentrarme en la intimidad del desarraigo, allí palpé el latir de los que salieron y vinieron a hacer la América, allí comprobé con imágenes y palabras la dimensión de la pobreza, pero más aún, comprobé que América, en este caso Argentina, les dio de comer a muchos y posibilitó, en algunos casos, el convertirlos en el zio de América
Allí, luego de este aprendizaje, pude escribir entre setiembre del 2022 y enero del 2023, diez "cartas demoradas en el mar" a personajes de esta familia a quienes, aunque no los conocí, les devolví una segunda vida o bien evité su segunda muerte.
Esas cartas están ahora publicadas en un libro que titulé: La intimidad del desarraigo. Entre la magia de la fotografía y las palabras, se compartieron en el Maglio del Malcantone y en el Museo de Curio en septiembre de 2023. La gran parte de los asistentes se preguntan aún por las cartas que no llegaron a sus ancestros. Tomé dimensión de la herida de silencio que dejan los movimientos migratorios.
Cristina Boixadós, 19 de octubre 2023.
Anticipo editorial
La intimidad del desarraigo. Entre la magia de la fotografía y las palabras es el resultado de años de investigar una colección de 600 fotografías de fines del siglo XIX y principios del siglo XX y de doce días del año 2022 examinando documentos resguardados por los descendientes de Santiago Righetti (1847- 1908) en la casa de Aranno (Ticino).
La colección fotográfica encontrada en una calle de la ciudad de Córdoba (Argentina), dispara, en este libro, preguntas, decires. Las palabras devuelven vida a los que ya no están. El retorno de un pasado, acotado pero universal, como es el de los movimientos inmigratorios de las últimas décadas del 1800, se hace tangible en rumores, rostros, cotidianeidades.
Gracias a la magia de la fotografía y las palabras se ha dado lugar a una obra sensible, despojada de datos duros, donde predomina la imagen acompañada de textos cortos escritos en segunda persona. Son cartas demoradas en el mar a diez miembros de esta familia atravesada por el desarraigo, por idas y vueltas, por cartas, cartolinas y sobre todo por la mirada de un fotógrafo familiar.
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