Homero Manzi: hacer letras para los hombres

10.08.2024

Jorge Felippa

Homero Manzi (Caras y Caretas, 2021)
Homero Manzi (Caras y Caretas, 2021)

Con el primer Wincofón que compró, mi viejo trajo dos discos simples: uno de Julio Sosa cantando Ninguna y Nunca tuvo novio, y otro de un muchachito rockero: Sandro y los de fuego. De esa mezcla venimos, sumando nombres, poemas, canciones que primero golpean el corazón y después, solo después, nos invitan a la reflexión.

Quizá pocos como Horacio Salas hayan retratado con mayor conocimiento la personalidad y la poesía de Manzi. En su imprescindible libro El Tango, con prólogo de Sábato, señala algo que vivenciamos muy de cerca. Dice Salas que "con el arribo de la generación del sesenta a la literatura argentina llegó un reconocimiento a su talento. Al aparecer un numeroso grupo de poetas jóvenes que querían elaborar sus textos con datos de la realidad cotidiana, se encontraron con que en las mismas letras de tango que escuchaban en las radios, despreocupadamente como un hábito al que no se le presta mayor atención, era donde hallaban más coincidencias sobre el tipo de poesía que querían escribir. Como consecuencias aparecieron ensayos, críticas, antologías y comparaciones entre los letristas de tango y una poesía que se les aparecía a ellos como un callejón sin salida: la de quienes manejaban la cultura nacional desde hacía décadas". (fin de la cita) Agrego: Grupo Sur, Borges y después…

El aporte de Manzi a la poesía del tango

El crítico Eduardo Romano dijo que Homero Manzi había sido el mejor poeta de los años '40. Romano no hacía diferencias entre poetas cultos y poetas populares, por lo tanto ubicaba a Manzi por encima de todos los autores de su generación: Vicente Barbieri, César Rosales, Juan Rodolfo Wilcock y tantos otros.

Más allá de que la aserción del autor de "Sobre poesía popular argentina", es opinable, lo que nos interesa destacar aquí es que si un prestigioso crítico como él hace una aseveración tan rotunda, es porque la obra de Manzi tiene - por lo menos- valores suficientes como para parangonarse sin desdoro alguno con la producción de los poetas más destacados del período en que le tocó desenvolverse. Lo cierto es que pocos poemas de aquélla o cualquier otra época, puede resistir la comparación con letras de Manzi como las de los tangos Sur, Che bandoneón, El último organito, Ninguna o Discepolín.

En esa posibilidad de creación de una poesía nacional y popular de primer nivel (tarea en la que estuvo acompañado por Discépolo, Cátulo Castillo, Celedonio Flores y Atahualpa Yupanqui, entre muchos otros) radica a nuestro juicio la importancia política de la obra de Manzi, un creador que antes que "ser hombre de letras" prefirió la opción más incómoda de "hacer letras para los hombres".

La FORJA de un poeta

Esto nos ubica en la época: años de la primera guerra imperialista, del sacudimiento histórico de la revolución bolchevique, de la revolución mexicana y a nivel doméstico, de la ascensión al gobierno de don Hipólito Yrigoyen, el gran ídolo político de Manzi durante toda su vida. Aquel de quien dijo en 1935: "Era el jefe porque era el mejor. Era el mejor porque era el más íntegro. Y era el más íntegro porque acunaba en el fondo de su noble conciencia, un pensamiento superior de argentinidad y un impulso insobornable de justicia social."

Esa conciencia, ese pensamiento y ese impulso dominaron también por entero el espíritu de Homero Manzi. La política fue su pasión, más aún, su razón de ser; desde su adolescente militancia en el radicalismo de Yrigoyen hasta su presencia en FORJA y su apoyo final a la revolución nacional peronista. Entonces dijo: "Yo no soy peronista, pero Perón hace todo lo que yo quiero hacer".

Recordaba Cátulo Castillo que su admiración por Homero había nacido antes que por sus dotes poéticas por su capacidad como orador político. "Hablaba del radicalismo, de Yrigoyen –dice Cátulo- con un fervor increíble". Y era sólo un adolescente.

Después, las circunstancias de la vida y del acontecer político argentino llevarán a Homero por el rumbo de la canción y de la noche porteña. Expulsado de la Facultad de Derecho, exonerado como profesor de Literatura, silenciado como poeta, discriminado en el radicalismo por rebelde y antimperialista, Homero Manzione fue convertido en "maldito", pero el poeta que había dentro de él le jugó una mala pasada al sistema.

Si por sus ideas le cerraban el camino a ser hombre de letras, él se dedicó a hacer letras para los hombres, y se transformó de Homero Nicolás Manzione en HOMERO MANZI.

"Manzi se nos perdió en el mundo de la noche" dirá don Arturo Jaureche. Y empezó a ingresar en la memoria afectiva de los argentinos.

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La poesía: de los libros a la canción

Manzi fue un poeta que no publicó en vida ningún libro de poesías. Pero fue el primero en atreverse en echar mano de la poesía más avanzada que se publicaba en libros para crear las letras de sus canciones. Lo que puede parecer paradójico no lo es tanto, ya que se trata de una meditada elección política. El medio de su poética fue siempre la canción, desde los motivos camperos hasta la música urbana, en la que alcanzó su mayor realización.

De esa manera gozó de inmensa popularidad, sin renunciar nunca a sus convicciones de poeta. Apeló a la metáfora, incluso surrealista, pero no avanzó demasiado por ese camino, que quizás hubiera dificultado la comprensión de su mensaje por el hombre común. Tampoco utilizó el lunfardo para expresarse, pese al compromiso popular de su obra literaria. Porque sabía perfectamente que toda jerga, todo argot, cumple en primera instancia, una tarea de exclusión. Y el aspiraba exactamente a lo contrario.

A diferencia de otros grandes autores, sus letras no ofrecen crónicas de la realidad social ni imparten consignas morales. Sus versos suelen estar llenos de nostalgia, como el tango mismo. A través de ellos, Manzi arroja una mirada plena de ternura y compasión hacia los seres y las cosas.

También para Horacio Salas, Manzi fue el primero en convertir las letras de los tangos en poesía. Según él, la aparición de Manzi, coincide con dos hechos. El año 1926 es clave para la cultura argentina. Publican su primer libro Roberto Arlt y Raúl González Tuñón, y Ricardo Güiraldes termina Don Segundo Sombra, y en el tango pasan dos cosas importantes: Enrique Santos Discépolo escribe Que vachaché, la primera expresión de un tango que no es festivo o delictivo sino que da pautas éticas y morales, y, al mismo tiempo, Manzi lleva la metáfora vanguardista del martinfierrismo al tango.

Según Salas, Viejo ciego constituyó una bisagra en la historia de la poesía del tango. Por primera vez se echaba mano de metáforas propias de la vanguardia literaria, que le sirven para envolver en un tono elegíaco los barrios y personajes perdidos. Y la utilización de cultismos o del término baudelariano spleen, nos habla de sus lecturas y de las influencias que ejercían sobre él los jóvenes poetas nucleados alrededor de la revista Martín Fierro.

Aparece la llamada generación del 22 con Girondo a la cabeza. Y Manzi, el gran admirador de Borges, tenía el mismo bichito adentro: el viejo barrio perdido, la pasión por el canto elegíaco. Porque él era lector del primer Jorge Luis Borges, de Nicolás Olivari, y de González Tuñón. También en 1926 Manzi escribe El ciego del violín, que después se va a llamar Viejo ciego, donde aparecen metáforas como "tendrá crespones de humo la luz del callejón" o años después, en Fuimos, escribirá "fui como una lluvia de cenizas y fatigas…"

Lo que definirá su poesía entonces es el uso de la metáfora vanguardista, el tono nostálgico y el tono amoroso. Manzi leía a Dostoievski, pero la más importante influencia que recibe es la del Borges martinfierrista. El que ya había escrito El idioma de los argentinos, y como lo dijimos recién, había señalado como un error el idioma usado por los letristas de tango, por exagerar lo diferente, por ser simuladores. Salas encuentra entre ellos un paralelo temático y metafórico. Para él, Manzi es un martinfierrista que se dedica a la canción.

Y ahí aparece, la clave de su elección posterior: en lo poético y en lo político. Ser un hombre de letras o hacer letras para los hombres. Unos se dedican a los libros y otros a las canciones.

De Darío al Sur

Manzi llegó al mundo de la creación poética cuando aún predominaba el movimiento modernista de Rubén Darío, que cubrió con suntuosos decorados versallescos, su afán evasivo de la cruda realidad latinoamericana. El joven Homero bebió inevitablemente de esa fuente (sobre todo en sus mejores veneros de renovación literaria) pero más lo hizo en el charquito suburbano al que iban a beber "agua de luna" los perros que cantó Evaristo Carriego (el de La canción del barrio), un poco menos en la poesía vibrante y lacerada de Almafuerte, y mucho más en el canto humilde de los payadores, que eran los poetas populares de la época como José Betinoti y Gabino Ezeiza, entre muchos otros.

Con todas estas influencias, más la insoslayable del viejo González Castillo – a quien Edmundo Montagne llamaba "el Paul Verlaine del suburbio"- Manzi va a hacer sus primeras armas en la canción popular, alejándose por igual de la poesía lunfardesca y de la cultivada por los poetas literarios de la época. Continuidad y paulatina ruptura, como corresponde a un hombre para quien los guapos y las costureritas que daban el mal paso, no eran curiosidades de museo, sino desgraciados productos de un medio en vertiginoso cambio, de las miserias que los circundaban dejándolos sin alternativas.

Uno de los más grandes aciertos de la poesía de Manzi se asienta en la temática de la ciudad observada desde una óptica nostálgica en la que reaparecen lugares, arquetipos o personajes anónimos de Buenos Aires, y donde también se advierte un tono metafísico de preocupación por el paso del tiempo, a la decadencia del hombre y de las cosas que lo rodean que desaparecen lentamente, a los personajes perdidos, a los nombres que empiezan a ser olvidados.

No es casual que un escritor como Ernesto Sábato en su obra Tango, discusión y clave, diga que los autores de tango hacen metafísica sin saberlo. Y luego añadirá un pensamiento de Nietzsche quien sostiene que la metafísica está en medio de la calle, en las tribulaciones del pequeño hombre de carne y hueso.

Y nuestro tango, ofrece ejemplos a montones. Manzi la supo descubrir, por ejemplo, en El último organito: Y el último organito se perderá en la nada/ y el alma del suburbio se quedará sin voz".

Homero Nicolás Manzione, como verdaderamente se llamaba, nació de madre uruguaya y padre argentino (se diría que como el propio tango) en Añatuya, un empalme ferroviario de Santiago del Estero, una por entonces casi desértica provincia del noroeste argentino, el 1º de noviembre de 1907. Allí probaba fortuna su padre como discreto hacendado rural. Con siete años Homero ya estaba radicado en Buenos Aires, para comenzar su educación en el colegio Luppi, del humilde y alejado barrio de Pompeya.

Cada elemento de aquel paisaje -desde el largo paredón que recorría camino de la escuela hasta el terraplén del ferrocarril, en una mágica reunión de ciudad y pampa- quedará capturado en algunas de sus letras posteriores, como la de Barrio de tango (de 1942) y la de Sur (1948), con música de Aníbal Troilo, probablemente la obra suprema del género en aquella esplendorosa década, resume el sentido más profundo de su obra.

Manzi también fue uno de los fervorosos promotores del resurgimiento en esos años de la música criolla y del tema rural en la canción popular y en la radio, donde critica el gauchismo comercializado en boga. Comenzará poco a poco a colaborar en películas como Nobleza gaucha y su obra sobrepasará lo bonaerense: comenzará a escribir zambas, vidalas, bailecitos, a reelaborar o recoger coplas folclóricas. Recordará con admiración el rastreo de don Andrés Chazarreta, sus primeras temporadas en Buenos Aires, en los años veinte y señalará: "Era entonces el folclore argentino un tesoro despreciado en las clases cultas del litoral...Mientras Buenos Aires abriendo cada día su puerta a la entrada del alma ajena desoía las voces de la tierra, mientras la pericia de la ciencia oficial creaba un gusto extranjero y arbitrario...pocos eran los espíritus que en lo musical pegaban el oído a la tierra con reconcentrada actitud de rastreadores".

Y ahí lo tenemos a Manzi, el poeta porteño, recogiendo coplas, escribiendo bailecitos. Pero de sus letras rurales solo una alcanzaría el éxito perdurable de sus poesías porteñas o suburbanas. Milonga Triste quedaría como uno de los clásicos de la canción argentina. Casi sin connotaciones locales, aunque con un leve espíritu norteño, Manzi la escribió para la excelente música de corte bonaerense de Sebastián Piana. Esta obra marcará el punto más alto de su idealización romántica de lo rural (entramos en la atmósfera del lied), a la que se une la influencia de alguien a quien admiraba: Federico García Lorca.

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Nosotros, los de entonces…

De aquellos jóvenes poetas urbanos que fuimos en los setenta, se desprendió un grupo que conformó otro taller al que bautizaron nada menos que Homero Manzi. A dos de ellos, Juan Enrique Solá y Jorge Luis Requena, excelentes compañeros de ruta, les pedí unas líneas para este trabajo. Son las que concluyen esta evocación del gran santiagueño: "Debidamente encorsetado por el invasor y vaciado oportunamente de contenido llegó a América el Renacimiento para suplantar o imponerse a fuego sobre todo lo que el pensamiento simbólico y sus formas de expresión representaban en la vida de los nativos. Así desde los cacharros de cocina hasta estatuillas con alusiones a lo divino fueron igualadas en el baúl de los desperdicios.

Aún hoy esa actitud subyace en todos los estamentos. ¿En qué facultad de Filosofía se estudia ese pensamiento simbólico?

Sin embargo, está presente y desoído. Hay que ir en su búsqueda. Homero Manzi escribió en el periódico Línea el 6-5-48: Todo lo que cruzaba el mar era mejor y cuando no teníamos salvación apareció lo popular para salvarnos. Instinto de pueblo. Creación de pueblo. Tenacidad de pueblo. Lo popular no comparó lo malo con lo bueno. Hacía lo malo y cuando lo hacía, creaba el gusto necesario para no rechazar su propia factura y ciegamente, inconscientemente, estoicamente, prestó su aceptación a lo que surgía de sí mismo…

Homero Manzi marca el derrotero de una búsqueda. Puede haber otros sin duda. Pero es el camino a la construcción de una cultura popular y americana, hasta hoy poblada de usurpadores".



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