Corazones sobrecogidos por el roce de la luz
Gabriel Orge, una fotografía empoderada por el acontecimiento
Hay obras de Gabriel Orge en el Palais de Glace de Buenos Aires, en el Caraffa, en el Genaro Pérez y en el Palacio Dionisi, de Córdoba, y en los museos santafesinos Provincial de Bellas Artes Rosa Galisteo de Rodríguez y el Museo Urbano Poggi Rafaela. También coleccionistas privados atesoran fotografías de este artista nacido en Bell Ville en 1967. Orge abrazó el oficio de fotógrafo a principio de los años noventa, y una década más tarde empezó a coordinar el proyecto independiente Manifiesto Alegría, que funcionaba como taller de experimentación concentrado en la producción y en la formación de sus participantes en torno a la fotografía contemporánea.
Gabriel Abalos
En los últimos diez años, su trayectoria personal y la producción de su obra puede decirse que tiene como taller diferentes espacios naturales y urbanos, lo que determina, y a la vez es determinado por un oficio viajero. Los lugares son parte de la materia misma de esa inmensa obra permanentemente en proceso que es el proyecto Apareciendo. Esa producción comenzó a rodar en 2014 y hasta aquí lo sigue llevando a provincias argentinas y pueblos del interior provinciano, y también ha incorporado a sujetos y espacios de otros países, como prenda inalienable de la historia vinculada específicamente a lugares, a culturas situadas. Esas piezas históricas aparecen y son revinculadas por Gabriel Orge -como unidades de memoria- a nuevos lugares que la acción performática visual vuelve fuertemente simbólicos. Con el solo roce de una luz artificial significativa (sellada por su paso a través de positivos de figuras, de rostros, lo propio de la proyección fotográfica) el tiempo es puesto entre paréntesis. Ese roce luminoso se vale del retroceso de la luz natural por las órbitas planetarias, para reinar, con luz propia, en la penumbra de una ciudad, de un bosque, de un desierto, de un río, y detener por un momento el tiempo que se apura hacia el olvido, sosteniendo rostros que fueron, que fueron extinguidos, y que luego quisieron ser borrados. Pero que vuelven a mirar desde un reflejo en el paisaje natural o urbano. A mirarnos, a hacernos preguntas. Chile, Paraguay, Uruguay, México han sido escenarios de revelaciones de algunas historias dolorosas propias, por esta acción estética y política de Gabriel Orge. Dicho proceso se encuadra en la conquista de uno de los más elevados conceptos puesto en la práctica política: el de los derechos humanos. En este caso, el derecho a no ser olvidados. Más cuando ese olvido procede de callar los crímenes del estado, es decir cuando se viola el derecho a la vida misma mediante el uso de la violencia. Privación del derecho a la vida, y luego del derecho a la memoria. Tomando la famosa frase de Heinrich Heine, se puede afirmar que se queman libros y gente.
Hay una vertiente situacionista en la experiencia del oficio de Gabriel Orge, que aparece en su preferencia por la acción, por hacer proyecciones en el espacio público, allí donde el gesto performático y grupal produce algo no planeado; en contraste con la obra expuesta en un museo, sometida a convenciones que le cortan los pasos a lo incontrolable. Aparece, en su preferencia por el poder acontecimiental de la fotografía, en vez de permanecer solo un objeto expuesto. La proyección es en realidad la obra, en este giro estético que desafía los sistemas de representación y trasciende campos semióticos para internarse en la vida: en un acontecimiento que nunca se repetirá exactamente igual, aunque la memoria, el ritual, la emoción puedan tal vez formar parte siempre de la acción, de la experiencia.
Otro elemento vinculado a esa definición del oficio se deduce de lo anterior: lo que irrumpe, aquello que no había sido pensado, pero que llega también como bocanadas de inspiración para próximas obras. A Orge le gusta cuando ciertas historias le disparan búsquedas regidas por la emoción y que conducen a resolver esa especie de vacío de lo que aún no existe, pero que lleva en sí mismo la semilla de las respuestas, las que aparecen por mediación del trabajo. Del oficio.
El trabajo de Orge, es más, la obra, incluso la tarea, ha dado otros reflejos, si los premios y reconocimientos lo son: un reflejo de un juicio social sobre los logros en un determinado camino. El 1er Premio adquisición del Salón Nacional de Artes Visuales 2015 (fotografía) con la obra Apareciendo a López en el río Ctalamochita; el 2do premio adquisición del Salón Ciudad de Córdoba 2010, 2do premio adquisición del Salón de Mayo Santa Fe en 2010. Premio adquisición Bienal Atmósfera en sitio 2021, premio Universidad Nacional del litoral Salón del Rosa Museo Rosa Galisteo Santa Fe 2021, y, otra forma de manifestar el aliento a una obra, las becas de creación individual y grupal del Fondo Nacional de las Artes en los años 2005, 2016, 2017, 2021, 2022.
Vinculado a su oficio y a su obra se cuentan ediciones gráficas sobre su hasta ahora trabajo más significativo, y de aproximaciones ensayísticas a su obra en el libro Latir y revelar, fotografía, arte y memoria (Lote 11 ediciones, 2023), que reúne imágenes y textos nacidos de la experiencia de creación de distintas obras suyas que abordan la memoria. Este libro recibió una mención especial por parte del jurado del Premio Burnichón al libro mejor editado en Córdoba (2022/2023). El libro Memorias de luz, imágenes que faltan (Ocho Libros Editores, Chile 2022) recopila textos de investigadoras chilenas y argentinas que indagan en la obra Apareciendo. Y la publicación (…) Apareciendo. Espectralidad y memoria en la obra de Gabriel Orge (Cuadernos del ICPA-Goethe. Paraguay 2016) que reúne textos sobre la obra Apareciendo.
En torno a aspectos de su reflexión y de su experiencia en el oficio de fotógrafo artístico, en el que su hacer se ha decantado, propusimos algunas preguntas a Gabriel Orge para contar con su palabra en Tierra Media, para lectores y lectoras de este medio. Es lo que transcribimos a continuación.
–Tu trabajo y tu lugar en la cultura, desde la fotografía, remite a la memoria, el arte, el territorio, lo político. ¿Podrías reflexionar sobre lo que te une a ese tipo de cosas? ¿Un sentido de justicia, un impulso de denuncia, una necesidad de resistencia, un deseo de experimentar con el lenguaje artístico, un gesto referencial en tanto actor social? ¿O bien un mosaico de esas motivaciones?
Desde muy joven, desde la adolescencia sentí la necesidad y el deseo de encontrar un canal de expresión. En esos años, entre mediados y fines de los 80s fue en el marco de proyectos musicales de espíritu punk. A partir de mis 20 años convivieron durante un tiempo la música y la fotografía, luego mi elección fue por el trabajo con la imagen. En un principio retratando a jóvenes de mi generación, luego a pibes presos, personas trans, pacientes psiquiátricos, haciendo visible personas o colectivos que transitan ciertos bordes filosos. También trabajé con las costureras de pelotas de fútbol en los barrios periféricos de Bell Ville.
Esa vocación documental de mi trabajo fotográfico atravesó distintos períodos a lo largo de los años y el oficio de fotógrafo se fue cruzando con mi interés por el arte y la experimentación. Esas inquietudes sociales y estéticas, que en un principio se manifestaron en lo musical, se trasladaron a mi práctica artística y aún me siguen acompañando. Y como vos decís, son un "mosaico de motivaciones" donde lo poético y lo político se entrelazan con la vida misma.
–¿Podrías compartirnos algún o algunos hechos relacionados con tu oficio que te conmovieron, que te hicieron cambiar el punto de vista, o te pusieron en un determinado camino como persona y como artista?
Hay personas que a lo largo de los años me dejaron enseñanzas y quizás hayan orientado el rumbo, son muchas, cercanas y lejanas. En relación al oficio el camino ha sido largo y pasaron muchas cosas. Aunque podría resaltar un hecho que cambió el rumbo de mi trabajo. Fue durante el taller de experimentación Manifiesto Alegría que coordino desde hace 24 años. Como parte de un ejercicio, un atardecer giré el proyector que habitualmente apuntaba hacia una pared interior del estudio, en dirección al exterior a través de una ventana. Lo orienté hacia la medianera vacía del edificio de enfrente. La proyección de una fotografía en gran escala ocupó el espacio público durante un lapso de tiempo, llenando el vacío de un muro inmenso con la imagen de una persona desaparecida dos veces, Jorge Julio López. Ese gesto cambió el rumbo de mi trabajo y mi manera de pensar la fotografía y el arte.
–Lo social tiene que ver con el apunte de clases y de culturas, con el contexto de dominación, con las marcas del poder en las vidas de las personas. Creo que también se hace presente en aquello que un signo (una fotografía) enciende en otros, como conjunto, como sociedad. ¿Estás de acuerdo con esto, te despierta ganas de agregar algo acerca de tu experiencia referida a cuando una imagen parece hilvanar, por así decir, las emociones, las memorias?
Estoy de acuerdo con lo que decís, me hace pensar en la acción de hacer pública una imagen y las reverberancias que pueda producir, creo que es algo que yo no puedo dimensionar de antemano. Lo que sucede después con una imagen al compartirla es incontrolable y de alguna manera inconmensurable. Casi imposible es saber qué le sucede al espectador, aunque algunas veces resuene el eco de esas voces y te lleguen comentarios sobre lo que la imagen despertó.
Lo concreto de esas reverberaciones se manifiesta a través de las propuestas de personas, colectivos o instituciones que se interesan en mi obra y hacen que sea posible que las memorias se sigan sosteniendo. También está mi propio deseo y la emoción que me produce hacerlo, sumado a las sincronicidades que han sido parte del proceso.
En septiembre de 2016, invitado por el Ojo Salvaje y el Instituto de Cultura Paraguayo-Alemán llegué a Asunción para exhibir mi trabajo. El mismo día que llego, el Equipo Argentino de Antropología Forense identifica en una fosa común los primeros restos de personas desaparecidas durante la larga dictadura de Alfredo Stroessner. Ellos son Raffaella Filipazzi y Miguel Ángel Soler, víctimas del Plan Cóndor. Esa coincidencia activó inmediatamente la idea de proyectar sus retratos sobre dos edificios céntricos de Asunción en una fecha histórica para la República del Paraguay. La acción tuvo impacto en los transeúntes que circulaban por allí y los registros se viralizaron en los medios gráficos y en las redes sociales.
–Siguiendo esa idea de lo social como un sentido compartido, y sobre la exhibición en un contexto significativo (una muestra, una proyección, etc.), tal vez exponer cobra un papel ritual. La pregunta es: Si ese ritual no se realiza, ¿eso le resta algo a la fotografía per se? ¿O le resta interés para vos?
En relación a mis vivencias, una exposición en un museo o galería es algo muy distinto a lo que sucede en una intervención en el espacio público. Me interesan las dos posibilidades, es un tema amplio para pensar y charlar. En primera instancia pienso que en una institución del arte lo exhibido allí goza del status de legitimación previa, nos están señalando que eso que está allí es arte, es algo terminado. En cambio, una irrupción en el espacio público a través de una proyección libera a la acción de esa pretensión, es una experiencia efímera que está sucediendo en un determinado tiempo y espacio, y su legitimación es definida por el espectador casual. Y aquí aparece algo que me interesa mucho y que tiene relación con mi obra Apareciendo. Lo ritual como un acto espontáneo que sucede en torno a la imagen proyectada y su aparición en un paisaje urbano o natural. Esa liturgia ha estado presente en casi todas las intervenciones que hice, podría decir que es un rasgo común que nace de la obra y se manifiesta de manera natural a través de ese gesto performático y grupal de las personas que se encuentran en el lugar. Y aquí encuentro una dimensión sobre la que estoy pensando y trabajando. Ante tanta superpoblación de imágenes que son consumidas principalmente a través de pantallas, pienso que el "acontecimiento y la experiencia", cobran un nuevo valor. Lo pienso en relación a la fotografía que puede ser pura imagen, también puede ser objeto, pero además acción, experiencia, acontecimiento.
En marzo pasado instalé una proyección ocupando con retratos la ruina de un batallón que fue centro clandestino de detención durante la última dictadura. Y sucedió que los espectadores pudieron desplazarse por el espacio y recorrer la imagen por dentro de manera inmersiva. En su interior esa imagen descompuesta en múltiples facetas por la arquitectura del lugar se volvió experiencia ritual, vivencia, acción performática espontánea y participativa.
–La fotografía tiene mucho que ver con el tiempo. Además de la obvia relación de la fotografía con el pasado, un lugar, una ciudad, unas personas que han desaparecido. ¿Qué otro tipo de relación se te ocurre, referida específicamente a tu trabajo, sobre la duración y sobre el paso del tiempo?
La fotografía está íntimamente atravesada por el tiempo, podría decir que es parte de su esencia. Es un gran tema que da para mucha reflexión. En relación a mi obra Apareciendo puedo decir que está atravesada por distintas temporalidades. En algunas de las acciones la proyección está instalada durante las últimas luces del día, la imagen está latente, no se ve. A medida que se aproxima el ocaso y la luz comienza a atenuarse la imagen proyectada empieza a ser visible, cada vez más brillante a medida que oscurece. Podemos decir que la noche revela lo que el día esconde. Otra dimensión temporal de la obra Apareciendo tiene que ver con una imagen del pasado, que es instalada en un presente efímero por su duración (dos o tres horas) y se resignifica en un nuevo contexto. Lo que queda son los registros de esa acción, un nuevo tiempo, el de esos documentos que dan cuenta de la acción.
–Entre tantos estilos y estéticas de la fotografía, podríamos diferenciar la fotografía de "puesta", esa especie de cuadros que podemos ver en las obras de Marcos López, por ejemplo (de quien sé que fuiste asistente en el Asado en Mendiolaza, hace más de dos décadas); de la fotografía que, por otra parte, dirige la lente hacia lo que acontece, lo que se presenta ante la cámara. Entre esas dos franjas estilísticas, ¿con cuál te identificás más?
Esas dos maneras de hacer fotografía han estado presentes a lo largo de mis años de oficio, pero en relación a mi trabajo actual, puede ser que tenga un poco de cada una y algo más. Revisando mi trabajo, puedo decir que una de las formas que adopta mi práctica en estos últimos 10 años, toma del espíritu de la vanguardia situacionista la idea de "crear un acontecimiento", en mi caso a través de fotografías o palabras proyectadas que irrumpen en lo cotidiano del paisaje. La acción se documenta a través de la fotografía o el video para ser compartidas y puestas en circulación en el ágora pública de las redes, en una primera instancia, para después circular en exhibiciones, publicaciones, etc. Como te decía, quizás hay algo de esas dos maneras de trabajar con la fotografía.
–¿Qué podés contar como anécdota de aquella sesión de Marcos López con artistas plásticos locales?
Lo conocía a Marcos hacía unos años, me llamó y me pidió que lo asistiera en la iluminación de las tomas. Fue una jornada divertida, un poco caótica también, porque además del asado de la foto estaba el asado real que transcurría en medio de la producción. Imagináte un encuentro excepcional de artistas de una misma generación compartiendo un asado, muy divertido para ellos, y mucho trabajo para Marcos en el armado de la pose y los gestos de los personajes.
–Sé que solés trabajar con un equipo de personas. ¿Podrías contar sobre los hábitos de tu oficio, tus métodos y técnicas de trabajo orientadas hacia determinados proyectos?
No tengo un método disciplinado, sucede que llego a interesarme por una historia a través de la lectura, la investigación, los relatos orales de alguien que me cuenta algo y eso dispara un proceso de búsqueda de imágenes o textos que le den visualidad al relato y que me permitan imaginar una posible resolución. Es un estar atento y enfocado en esa dirección hasta que aparece algo y la emoción que me produce activa la concreción de la idea. Este es un trabajo previo, constante, porque me interesa naturalmente, no me significa una obligación. En el caso de una proyección, luego viene lo que sería la búsqueda del espacio donde esas imágenes serían instaladas. Una vez definido hago una serie de mediciones, cálculos y si es posible un ensayo. En esta etapa ya comienzo a trabajar con un equipo de personas, que suelen ser dos o tres y que sin ellos no podría hacerlo. Sobre todo, en el momento de instalar los proyectores, toda esa parte técnica. También en el registro fotográfico y la edición de los videos. En algunas ocasiones el equipo se amplía con las personas que me convocan, que son parte de colectivos, instituciones, organizaciones. Con ellos hay un trabajo previo que algunas veces tiene que ver con el archivo, con la elección de los espacios, y en ocasiones sobre las ideas.
–¿Cuáles son tus proyectos hacia adelante, en lo inmediato y en lo mediato?; ¿Qué cosas estás planeando, o ya estás metido en tu próximo trabajo?
Estoy trabajando en dos intervenciones, una para mediados de abril con el Taller de Edición Colectiva de la Universidad Provincial de Córdoba, un homenaje a tres editores, entre ellos el querido Alberto Burnichón. También para mayo trabajo en otra acción con el equipo que coordina el espacio de memoria La Perla, junto a Piotr Cieplak el cineasta polaco/inglés que dirigió la película (Des)Aparecer. Hacia delante pienso que me gustaría seguir presentando mi libro "Latir y Revelar, fotografía, arte y memoria", que tan generosa y cuidadosamente editó Carla Ciarapica para Lote 11 ediciones. Y ojalá surjan nuevos desafíos.
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Comentarios:
- Elsa Torres: Disfruté mucho este excelente reportaje al enorme Orge.
- Miguel Giménez: Conocí a Gabriel en Asunción, Paraguay desde ese momento sigo sus trabajos. Admiro muchísimo sus intervenciones.
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