Esto va a matar a tu madre
Marta García
Puso en una bolsa de consorcio los electroshock contra su franqueza. Saludó apenas con la espalda y se fue de las vidas ajenas convertida en una descarga eléctrica.
No sabía obedecer ni a las rotondas y estuvo horas en Plaza España tratando de escapar de las obligaciones de circulación urbana. La ciudad era un nido abandonado lleno de amores que la insignificaron. Ya no tenía ganas de anidar. Tenía suficiente con un embarazo de seis meses que no pudo contener a tiempo pero que ahora le daba curiosidad y un después. Se fue a un suburbio estrangulado por la circunvalación pero a salvo de la barbarie familiar, en la casa chorizo que le había dejado su abuela. Y tan solo con un morral hambriento comenzó una vida nueva.
Cuando la crueldad no tiene conciencia de sí deja la puerta sin llave, y Antonia pudo volver a entrar a la casa de los agravios de la sangre y rescatar unas pocas hojas que había olvidado detrás del ropero. Esas hojas con las que había podido convertir a la poesía en refugio de lo insoportable. Nunca más volvió al odio que la había parido.
Cuando nació su después lo llamó Tonio. Aprendió a hacerle buñuelos de manzana. Y siguió escribiendo cada noche como una refugiada. Hasta que un día la noche cambió de comportamiento. Comenzó a llegar a cualquier hora. Incluso a la siesta. Y no venía sola. Primero eran dos, luego tres. Eran tantas noches juntas que le oscurecieron hasta la sombra. Y sin referencias visuales, hacer buñuelos se convirtió en un acto riesgoso. Y escribir poesía, hundirse en un pantano. Cuando ya tuvo suficiente, le puso límites a lo insoportable.
Si bien Antonia se estaba quedando a oscuras, se le prendió una lamparita. Cada noche que iba llegando, sola o acompañada por un apagón general, la metía en el cajón de la mesa de luz, en la alacena, el placard, los morrales, las latas de leche en polvo, las mamaderas, las cubeteras, el horno pizzero y los dedales, por qué no. Pero las noches eran muy rápidas e innumerables y ya no podía ubicar a Tonio fácilmente.
Decidió dejarlo al cuidado de unas amigas que tenían una imprenta. "No le saquen los ojos de encima, es muy juguetón y bromista". Y ese niño de tres años, entre impresoras, tableros, guillotinas, y tíos y tías de todos los colores, tamaños, elecciones de vida y conductas propias e impropias conoció el otro lado de la circunvalación feliz de la vida.
Un taller gráfico no es el mejor lugar para un ser juguetón y bromista de tres años. Pero para Tonio era un parque de diversiones. Se metía dentro de las jaulas para el papel de rezago tratándolas como pelotero, y solía dormirse allí dentro sin largar su mamadera porque no confiaba en el impresor, el que siempre andaba hambriento y una vez le comió el Nestum. Las imprenteras intentaron dejarlo en su casa con una cuidadora. El primer día dejó de hacer bromas y lloraba a los gritos sin lágrimas mientras le escupía la papilla a esa pobre trabajadora derrotada por un bebé salvaje y estratega. Era un manipulador con cachetes llenos de postre royal de vainilla. Y lo llevaron de nuevo al parque temático Offset.
En tanto, su mamá seguía envasando oscuridades. Ya sin recipientes vacíos pidió a sus amigas las cajas en las que recibían las resmas de papel. Como eso le daba tranquilidad, cada semana le llevaban un cargamento de envases para sus noches.
-¿Por qué no venís a vivir a casa con nosotras y Tonio… no vas a estar sola…
-Nooo… es muy chiquita…. mi casa es más grande… adónde voy a meter tantas cajas… aparte es peligroso lo que me pasa…no les puedo hacer eso.. y menos a Tonio, lo extraño, sí… pero empezó a imitarme y llevarse por delante las cosas, como una gracia… no puede estar conmigo…
Ella estaba convencida de que iba ganándole a la noche. Pero lo único que veían era a su amiga perdiendo la vista.
El cumpleaños número cuatro de Tonio fueron a festejarlo a casa de Antonia. Manipuladas por ese chantajista con olor a plastilina, construyeron durante toda la noche una sorpresa para su mamá. Con la excusa de llevarle más cajas, camuflaron allí la ofrenda.
Al entregarle la última caja, Antonia sintió un sobrepeso:
-Acá me parece que trajeron una caja con resmas…jajajaja
El mismísimo nacimiento de una estrella, el estallido de una galaxia, nada hubiera iluminado tanto el rostro de Antonia cuando ese niño disfrazado de sol -"así me ve"- logró su cometido.
Lo vio, Antonia vio semejante destello amoroso. Estaba maravillada ante ese sol bebé de cartulina y cartón que salió impulsado como por un resorte de la caja y que hablaba y todo: "¡buuuuuu, má, mirame!". Y lo miró.
Las imprenteras hicieron algo que nunca se lo perdonaron en el taller. Llevaron una de las jaulas de rezago a la enorme casa chorizo de Antonia. Desde ese pelotero de recortes, refiles, restos de libros que no lo lograron, Tonio observaba a su mamá darle todas las cajas llenas de noches derrotadas al cartonero del barrio para que las convirtiera en comida.
Hoy, el sol tiene veinticuatro años, su mamá se fue cuando él cumplió doce años, ya completamente ciega pero llena de victorias, a pesar de aquella maldición del parentesco: "Esto va a matar a tu madre". Tonio es su mayor victoria.
Mientras encuaderna libros en el taller, de vez en cuando mira hacia la jaula de los rezagos con ganas de ir a dormir allí sin soltar su pebete de jamón y queso porque, si bien el impresor es otro, todos los impresores viven hambrientos y roban la comida ajena.
Sigue siendo juguetón y bromista. Y no descartan que un día, al abrir una caja les salte un sol de cartulina y cartón diciendo bien fuerte "¡buuuuuu, má, mírame!". Y que su mamá sepa que está todo bien. Que él lo logró.
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Comentarios:
- Patricia María García: Qué teeextooo, por Dios!!!
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