Espantapájaros

Marta García

Foto: Enzo De Martino
Foto: Enzo De Martino

Mi abuelo peinaba al espantapájaros de su huerta apenas salía el sol.

-Pobrecito... si me muero antes que él, no dejen de peinarlo… no se puede mover... y nos cuida los tomates y las achicorias, aquí solito, aunque caiga piedra.

Se llamaba Lin Yutang porque según el abuelo era un escritor chino que había buscado amparo en Argentina y lo encontró en su huerta del Valle de Punilla.

Un día el abu no se movió más de su dormitorio. Entonces llevamos al espantapájaros dentro de la casa. Dormía a su lado, en la cama que teníamos para las visitas y que dejaron de venir por eso. Conversaban todo el día y se tentaban cuando hacíamos berrinches con mis hermanas porque hablaban en secreto.

Hubo siestas en las que para que no extrañara a su familia china espantapájara nos disfrazábamos de espantapájaras argentinas mientras el abu tocaba el acordeón y cantaba "vamos a ver cómoeeees el reino del revées". Y cuando vimos cómo era, no hubo forma de sacarnos de allí.

Y si bien íbamos a la escuela, hacíamos los mandados y tirábamos piedras en el río solo eran acciones realizadas por nuestros cuerpos; lo etéreo jamás salía de aquel diminuto cuarto repleto de actos de magia en los que nunca descubrimos las artimañas usadas por ese par de tramposos:

Lin en el sofá, con las piernas cruzadas y un cigarrillo apagado en la mano.

Lin sentado en el borde de la cama del abu leyéndole un libro.

Lin enganchado en el perchero y mirando por la ventana hacia la huerta.

Lin con los dedos enredados en el fuelle del acordeón del abuelo.

Puros trucos. Lin no tenía articulaciones en sus piernas de pino brasil. Solo leía y hablaba en mandarín. Aparte el abu se estaba quedando sordo. Y era imposible que pudiera mirar la huerta desde la ventana porque todavía no le habíamos conseguido los lentes para mirar de lejos. Y mucho menos tocar el acordeón con sus dedos de trapo. ¿Y dónde conseguiría los cigarrillos si el abu los tenía prohibidos?

De pronto el clima cambió. Cayó piedra sin llover y como Lin Yutang no pudo cuidarla por acompañar al abu, la huerta quedó destruída. Y el abuelo y su amigo se apagaron de tristeza.

Fue la primera vez que en mi familia hicimos un velatorio de despedida. Colocamos a ambos, tomados de la mano, bien peinados, en el mismo ataúd y nos preparamos para entregarlos al fuego ante el encargado del horno que aceptaba la situación "siempre y cuando cubra todo este delirio la obra social".

Hace aproximadamente un montón de años que sembramos las cenizas del abu y de su amigo en la huerta. Y como era una huerta del reino del revés, el abu y el espantapájaros germinaron para abajo, hasta llegar a la mismísima China, la tierra de Lin. El encantamiento se fue con ellos y no nos quedó otra que crecer sin imaginación y anhelar que si desde el extremo diametralmente opuesto del mundo apareciera un espantapájaros buscando amparo no nos asustemos, lo recibamos con la magia del abuelo. Y volvamos a ser tan inocentes como para peinarlo cada día a la salida del sol sin avergonzarnos.


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