En serie

10.08.2024

Adrián Savino

Me acuerdo de aquella tarde en el Manuel Belgrano, cuando un aula entera se me recagó de risa en la cara.

El profe había mencionado de pasada la "producción en serie", y lo interrumpí con un: ¡Y claro! ¿Cómo la producción no va a ser en serio?

Poquito tiempo antes, al igual que millones de niños, yo había sido muy fan de las series de la tele.

Jim West. El hombre nuclear. La mujer biónica. El increíble Hulk. La isla de Gilligan. La Isla de la Fantasía.

Ésta última, por ejemplo, me había provocado las primeras excitaciones sexuales de mi vida.

Un capítulo en el que a Tattoo, el pequeño asistente del señor Roarke, se le concedía su fantasía de ser deseado por las mujeres.

Una multitud de chicas en bikini, en el marco de una ceremonia pagana, consagraban a Tattoo como "Dios del Amor".

Si uno se volvía, como yo en aquella época, un espectador incondicional de series, podía encontrarse de vez en cuando con ese tipo de episodios "raros".

En los que se le daba una vuelta extra de rosca a alguna pieza rutinaria del esquema argumental.

Como aquel en el que Oscar Goldman, mentor del hombre nuclear, descubría una extraña droga gomosa que lo "nuclearizaba".

Y entonces, deschavando recónditos celos y envidias hacia su "criatura", se convertía en villano y procuraba destruirlo.

Hasta que al final, cuando Steve Austin finalmente lo doblegaba, Goldman "volvía en sí" y la serie retomaba sus carriles habituales.

Las series de mi infancia solían terminar en una escena distendida, por lo general chistosa, inmediatamente posterior al clímax en que se resolvía el conflicto central.

Y después los créditos quedaban pasando en la pantalla, sobre una imagen congelada de los protagonistas riéndose o haciendo alguna payasada.

Hulk era distinta: siempre concluía con la imagen del fugitivo David Banner con su bolsito a cuestas, caminando por el costado de una carretera al atardecer.

Con un pianito de fondo que, décadas más tarde, me pareció curiosamente replicado en la melodía del megahit "You're beautiful", de James Blunt.

Las series eran parte importantísima de mi vida, pero más trascendente, sin duda alguna, era el cine.

Por eso cuando alguna serie alcanzaba su versión fílmica, no había para mí nada más imperioso e indispensable que ir cuanto antes a verla.

Las de Hulk, El hombre nuclear y La mujer biónica, las vi todas con mi viejo en el Autocine IV Centenario de barrio Don Bosco.

Hoy, cuando las series parecen haber desplazado a las películas (¿y los reels van camino de hacerlo con las series?), desconfío profundamente de ellas.

Con Breaking Bad no pude pasar del segundo episodio, en el que Walter White mete un tipo en el baúl de un auto con una música jocosa de fondo.

Vi aquello y dije: basta, en este país eso no puede ser jamás un paso de comedia.

Disfruté de varios episodios de Black Mirror, pero en todos los casos me hizo ruido la (in)necesariedad de escenas sexuales.

Hay algo salchichesco en la factura de todas las series.

Un vicio también achacable a infinidad de películas, desde luego, pero que en las series parece directamente imposible de eludir.

Se les nota demasiado lo de "en serie": todo tan producido, tan maquillado, tan alejado de lo artesanal.

Y esas temáticas distópicas, retorcidas, filo-frikis (Black Mirror, Bebé Reno), convertidas de pronto en exitazos globales, carnes de consumo y comentario masivo donde quiera que vayas o cliquees.

Entonces me pregunto: ¿Qué onda, cuál es?

¿A qué se estaría pareciendo, en definitiva, el tan mentado fin del mundo?

¿A una mierda insoportable que no se banca más, o a una droga de diseño con que llenar el vacío de tantísimas horas muertas?

Y parece, también, que ha llegado la hora de tirar otra pregunta.

¿No es algo muy raro en el fondo esa cosa llamada cine?

¿Qué es (qué era, a qué venía) eso de enfrascarse durante más o menos hora y media frente a una gran pantalla, compartiendo una misma historia con una multitud de extraños dentro de una gran sala a oscuras?

¿A quién se le pudo ocurrir semejante cosa?

¿Quién nos mandó?

Naaa, muy siglo XX todo…

Pero antes que Black Mirror, me quedo con Twin Peaks.

Que con treintipico años de delay, al fin se me dio por verla.

Ya estaba ahí todo el palo de este futuro, y en un plan tan sofisticado, tan "de autor", tan cero salchicha.

La vi en película y dije: wow.

Tengo que ver la serie.



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