Elogio del batero moderno

De quién hablamos cuando hablamos de Popi Pedrosa

De la misma manera que el rocanrol evolucionó desde el primitivo rockabilly hasta la complejidad del rock progresivo, también los compositores e instrumentistas del género debieron adquirir nuevos conocimientos y habilidades para no perder el tren de la historia. La simpleza había perdido terreno y lo que se apreciaba era el barroquismo de canciones que duraban bastante más que los habituales tres minutos y que hasta ofrecían espacio para que cada uno de los miembros de una banda pudiera demostrar su pericia en la ejecución del bajo, la percusión, la guitarra o el teclado, como prueba de una ductilidad que era considerada clave.


Dirty Ortíz


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Bien podía ocurrir que los éxitos de moda estuvieran más cerca del pop ingenuo y que algunas baladas se ganasen las preferencias populares sin ostentar ningún exceso en el despliegue interpretativo. Pero para obtener prestigio entre los pares y acumular estrellitas en la calificación de la prensa especializada, medio siglo atrás hacía falta algo más que una voz melodiosa y un estribillo con gancho. Álbumes conceptuales que a veces insumían un disco doble, puestas en escena monumentales dotadas de efectos de última generación, lucimientos musicales de gran jerarquía y letras pomposas, eran los elementos que desataban una avalancha de elogios a comienzos de los setenta.

Uno de los grupos de esa época que acertó al combinar lo sinfónico con el suceso comercial fue Queen, porque a través de una pieza operística denominada "Bohemian Rhapsody" consiguió allá por 1975 estampar un hit, deslumbrar con un videoclip y redondear una contribución a la masividad de un estilo que era solo para exquisitos. Al mismo tiempo, Emerson, Lake & Palmer, Yes, King Crimson, Genesis o Pink Floyd seguían con sus intrincadas exploraciones sonoras que apuntaban a definir una vanguardia, detrás de la cual se alineaba un sinnúmero de artistas tributarios de la misma corriente musical.


Progresivos de cabotaje

Argentina no fue inmune a esa tendencia y por aquí se puede rastrear tal fenómeno en la discografía del dúo Sui Generis, que arrancó en modo folk y culminó en una sintonía cada vez más ambiciosa y altisonante. Propuestas como las de Invisible, Alas, Crucis, Espíritu y el mismo Charly García cuando se lanzó junto a La Máquina de Hacer Pájaros, reflejan que la esencia de la época era la misma entre nosotros que en el mundo anglosajón. Y nada hacía pensar en que la brújula que indicaba el norte del movimiento fuese a dar un giro brusco.

Sin embargo, ese volantazo se produjo con la emergencia del punk en la segunda mitad de aquella década, a través de una camada de formaciones, en su mayoría inglesas, que rindieron culto a la precariedad y el ruido, como una manera de oponerse a esa apología del virtuosismo que practicaban muchos de sus colegas. Entre nosotros, como la dictadura aplicaba una férrea censura cultural, los ecos de la punkitud no llegaron en simultáneo con el hemisferio norte y, por ende, el reinado del rock elefantiásico se extendió hasta al menos los comienzos de la década del ochenta.

Lo más cerca del punk que se escuchaba en las radios locales era el trío The Police, que a partir de su segundo disco, "Reggatta de Blanc", de 1979, contó con una difusión enorme y desconcertó a quienes todavía se reivindicaban como cultores de la "música progresiva". Referente de esa nueva ola que proliferó tras el desvanecimiento del impulso punkie, The Police despertó una curiosidad enorme en estas latitudes, donde aún se cantaban loas a la corriente sinfónica y al jazz rock. Parecía que había que empezar de cero otra vez, como si el edificio de la erudición rockera se hubiese derrumbado.

Aunque se empezara a comprender que había cambiado la dirección del viento, no sería tan simple para las figuras del rock argentino adaptarse a esa renovación, que implicaba reducir todo lo que fuera posible los arrestos de maestría vocal e instrumental, para dedicarse a provocar un impacto sencillo pero contundente. Se comenzó a hablar de minimalismo y a alabar a quienes eran capaces de hacer mucho con poco, lo que significó un brusco viraje en esa escalada que había llevado a los músicos de rock desde los breves opúsculos de dos minutos hasta composiciones con ínfulas de remedar a los clásicos.

En tanto esto acontecía en los países centrales, en la periferia hubo que escarbar y mucho para buscar figuras que se plegaran a la causa, una embestida a la que se entregaron varios de los que años antes habían animado la escena progresiva. Gustavo Santaolalla, Raúl Porchetto, Miguel Cantilo, Miguel Abuelo y hasta el mismo Charly García comprendieron rápidamente de qué la iba esa "new wave" y ensayaron una versión autóctona de la movida, pero para hacerlo recurrieron a un plantel de jóvenes acompañantes o de antiguos colegas dispuestos a unirse en esa cruzada nuevaolera.


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Modernidad docta

En Córdoba también se registraron reconversiones de igual tipo, con artistas que provenían de la fusión, el blues y hasta el folk, a los que les picaba el bichito de la moda y, tras armarse de raros peinados nuevos, se calzaban el mote de "modernos" y arremetían con un repertorio acorde a lo que exigía la actualidad. Estos corrimientos coinciden con la Guerra de Malvinas y el retorno de la democracia, hechos que dieron más visibilidad al género, que supusieron una mayor libertad de acción y que reconectaron a los melómanos de la región con lo que sucedía en el mercado angloparlante.

Uno de los puestos fundamentales en esta transformación era el del baterista, que ahora debía olvidarse de los viejos tics manieristas para concentrarse en desempeñar su función original como artífice del ritmo. Menos rulos, menos solos eternos y más energía, eran las consignas que desde su banqueta impartían estrellas internacionales como Stewart Copeland (The Police) o Stephen Morris (New Order), y émulos nacionales como Mario Serra (Virus) o Willy Iturri (GIT). Esa larga etapa en que los bateros más votados en las encuestas de la revista Pelo eran Carl Palmer o Bill Bruford, había llegado a su fin.

Cuando los pioneros cordobeses de la nueva ola salieron a reclutar a un atrevido que quisiera batir los parches tal como la onda vigente lo reclamaba, el nombre de Popi Pedrosa saltó a la palestra, como baterista del grupo Pasaporte en su periodo más relevante. Con esa personalidad energética que se trasladaba a su rol en la banda, fue uno de los que mejor supo interpretar lo que ese rock moderno necesitaba y se transformó en el motor de esas canciones que hacían bailar a un público que hasta ese momento no se movía más para que para aplaudir o chiflar.

Fallecido el pasado 25 de enero a los 61 años, el Popi transitó después por incontables proyectos musicales y en aquellos lejanos ochentas participó de sesiones de grabación en Buenos Aires con Pasaporte y con Analía y Los Accesorios. Pero quizás merezca ser recordado, entre otros méritos, como el batero que tradujo al cordobés esa impronta que en otros lugares había encontrado voceros, pero que por acá continuaba sin abanderados a la vista. En ese toque que combinaba la pasión con la sutileza, él aportó el talento que la situación demandaba y recorrió una senda en la que luego vinieron otros a seguirlo.



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Comentarios:
- Rafa Rimondino: Gracias, Dirty. Qué importante que es rescatar a los grandes que hemos tenido al lado nuestro. Muy buena nota.

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