El mundo fue y será
-Ni uno es de uno-
Me acuerdo, fue en Balvanera, en una noche lejana, sin ninguna milonga borgiana que lo acunara y cifrara, Discepolín, grandioso diminutivo de Discépolo, nació en un barrio que contiene, antecede y sucede a otros, Balvanera, Miserere, Once, Abasto, en el primer año de un siglo XX que todavía no era problemático y febril, ni había desplegado su maldad insolente, pero ya gateaba rumbo a su destino de Cambalache; y desde allí creyó que si en un país se podría reunir al mundo en un lugar apropiado, entonces el universo entero podía caber en una calle de barrio.
Manolo Lafuente
El universo o realidad nacieron en una ciudad de Buenos Aires, porque hay un mundo para todo nacer, y el no nacer no tiene nada de personal, es meramente no haber mundo. Nacer y no hallarlo es imposible, no se ha visto a ninguno, ya que naciendo se encuentra un mundo, escribió Macedonio Fernández. Por eso Discepolín escribió sobre su tiempo y su mundo, sobre todos sus últimos tangos, orilleros de marcas, marcas de vida, Cambalache, Desencanto, Alma de bandoneón, Uno y Canción desesperada, una canción más desesperada aún que la de Neruda, sin siquiera los 20 poemas de amor. "Por tu amor mi fe desorientada se hundió, destrozando mi corazón", agonizó Discepolín; "Y la ternura leve como el agua y la harina, y la palabra apenas comenzada en los labios", revivió el chileno. El cronista de su tiempo que definirá Pichón Riviere está en piel viva en Yira Yira, el más suyo de los tangos:
"Yo viví la letra de esa canción. Más de una vez. La padecí, mejor dicho, más de una vez. Pero nunca tanto como en la época en que la escribí. Hay un hambre que es tan grande como el hambre del pan. Y es el hambre de la injusticia, de la incomprensión. Y la producen siempre las grandes ciudades donde uno lucha, solo, entre millones de hombres indiferentes al dolor que uno grita y ellos no oyen. (...) El hombre de las ciudades se hace cruel, caza mariposas de chico, de grande no, las pisa, no las ve, no le conmueven. Yo no escribí Yira Yira con la mano, la padecí con el cuerpo. Quizás hoy no hubiera escrito porque los golpes y los años serenan, pero entonces tenía veinte años menos y mil esperanzas más."
Una de ellas, si fuera en un tango, buscando a su dios, reclamándole: "Decí, por Dios, qué me has dao, que estoy tan cambiao, no sé más quién soy". "¿Dónde estaba Dios cuando te fuiste?" "¡Qué sapa, Señor!" La otra, en su programa radial A mí me la vas a contar, feroz retrato de Mordisquito, símbolo de una clase social sin gente, gente muy simple, tan simple que no es peronista. Pero ni en sus tangos ni en la radio fue tan él mismo como cuando bromeó. "Yo soy un boomerang por temperamento, porque como los criminales, los novios o los cobradores, yo regreso siempre." En realidad, no bromeó nunca, regresa siempre.
Y si bien Discépolo es universal y eso, por supuesto, incluye a Córdoba, cuando yo presenté mi Alma Libro, hace un tiempito ya, en el CPC de Arguello, al Beto Bernuez, gran actor de la Comedia Cordobesa y mejor persona, se le ocurrieron dos homenajes que todavía me emocionan. Empezó ya con la sala llena, apareció por las escaleras, por el costado, sin ningún aviso previo, como Discepolín, contando cómo había escrito Yira Yira. Y cuando llegó al escenario, no subió, se quedó abajo, se sacó ese sobretodo largo como el que usaba Discépolo, y se convirtió en Mordisquito por la radio. Un muy pequeño homenaje, sí, pero muy sentido.
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Comentarios:
- Daniel: Manolo es un MAESTRO, a mí, me recuerda al "Loco de la Colina", versión Argentino. Gran personaje. Excelente homenaje a otro GRANDE
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