El escape

Luis Eliseo Altamira

Butch Cassidy
Butch Cassidy

Nota aclaratoria

En enero de 2019 la señora Mercedes Sheffield me hizo llegar una copia del diario que Butch Cassidy escribió durante sus años de permanencia en Cholila, localidad del norte patagónico cordillerano, próxima a la frontera con Chile. Cassidy era, por entonces, el asaltante de bancos y trenes más buscado de los Estados Unidos. Los Sheffield mantuvieron oculta la existencia de este insospechado, increíble documento a lo largo de ciento diecisiete años. Lo que sigue a continuación son los cinco primeros días de ese diario.

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Altamar, 5 de febrero de 1901

Hemos logrado sortear el cerco de la Pinkerton. Ahora solo queda el ancho futuro, el pie por sobre el muro, la perspectiva de vivir de trabajar la tierra, honradamente. Atrás, la pesadilla de persecución que me hacía ver agentes hasta en los espejos.

Entonces pensé en marcharme a Canadá, pero recapacité: demasiada ley y orden. México no es Canadá, no existe el control sobre el delito ni el rechazo a los outlaws que hay en Canadá pero, dada la proximidad con Estados Unidos, las posibilidades de que vinieran a buscarme eran grandes y… ¿qué podría hacer en México? Quiero decir, no ofrece las oportunidades que ofrece, por ejemplo, Argentina (en primer lugar en lo que a exportaciones de carne se refiere).

Argentina se me antojaba como un inmenso escondite donde podría dormir como un ángel y vivir como un potentado. El New York Times había publicado una nota titulada "A chance for americans", en la que se informaba sobre la posibilidad de adquirir tierras en el norte de la Patagonia. Yo había leído sobre la Patagonia, la National Geographic había publicado varios artículos, por lo que estaba al tanto de su fiebre del oro (y sus resultados no muy alentadores); del faro del fin del mundo, iluminando desde la última isla de la tierra la confluencia de los océanos Atlántico y Pacífico precipitándose hacia la perdición de todo; de los indios patagones - tan altos que el más bajo de ellos de rodillas sobrepasaba al más alto de nosotros de pie -; de la Ciudad de los Césares, a orillas de un río que arrastraba pepitas de oro en despiadada turbulencia, donde los arados eran de plata, los muebles de oro y los ancianos morían en el más dulce de los sueños.

El caso es que fui a la embajada argentina en Washington para interiorizarme de la propuesta. George Newbery, vicecónsul de la embajada norteamericana en Buenos Aires, tenía proyectado crear una colonia estadounidense en el oeste cordillerano patagónico, entre los territorios del Río Negro y el Chubut. ¿Cómo? Solicitando al gobierno argentino, en representación de doscientos cincuenta familias norteamericanas, la concesión de doscientas mil hectáreas de tierras fiscales aptas para la ganadería, que incluían pasos a Chile.

La solicitud se enmarcaba dentro de las pautas establecidas por la ley de colonización argentina. Yo veía dos inconvenientes. Uno, que doscientos cincuenta familias norteamericanas quisieran radicarse allá… El otro, que las tierras en cuestión se hallaban en litigio con Chile. Los de la embajada me aseguraron que, en lo que concernía a las familias norteamericanas, faltaban pocas para alcanzar el número requerido. "Y en lo que respecta a las tierras en litigio – agregaron -, si el vicecónsul de su país piensa solicitárnoslas, es porque sabe que Inglaterra se las adjudicará a Argentina, no tenga la menor duda".

Salí de la embajada con la decisión tomada. Pero entonces caí en cuenta que para formar parte de las doscientas cincuenta familias tenía que tener primero una familia… Pequeño detalle. Fue entonces que se me ocurrió la idea de una familia de tres, integrada por un hermano, una hermana y el esposo de la hermana. El hermano sería yo; para la hermana y el esposo pensé primero en Della Moore y Harvey Logan (por entonces subido a la vorágine de su guerra personal contra la Union Pacific Railroad (cuyos agentes habían matado a su hermano Lonnie y a Flatnose Currie, su mejor amigo)).

Harvey no es malvado ni traicionero ni un asesino a sangre fría como se cansaron de decir por ahí. Es, por el contrario, un hombre de maneras suaves, agradable y leal, a quién las circunstancias empujaron al camino del delito, como a tantos de nosotros. Pero la Patagonia le resultaba un lugar muy lejano. "Algo así como el fin del mundo, Butch", me dijo.

Pensé entonces en el Sundance Kid. Sundance compartía mi percepción de que las cosas se estaban yendo de las manos (su fe en que siempre encontraría una oportunidad para escurrirse (cimentada en algunos escapes realmente espectaculares) había menguando de manera inversamente proporcional a la creciente sensación de acorralamiento que experimentábamos todos). Compartíamos también la edad, el gusto por la lectura (como Elzy Lay, como yo, Sundance acostumbra a llevar libros en la montura) y el haber estado en prisión por un caballo robado.

Bien plantado, apuesto y con propensión a la elegancia, Sundance es un hombre de pocas palabras, corto de trato, hosco inclusive. Pero firme y leal, y de impecables agallas y dominio de sí mismo en los momentos de peligro. Una verdadera garantía.

Yo sabía de su deseo de vivir con Ethel Morrison (lejos, la más hermosa de las ladies of the evening de Fannie Porter). Y que Ethel no quería zozobrar por un hombre al que podían matar o encarcelar de por vida de un momento a otro. La Patagonia se me antojó una proposición inmejorable para hacerles. Tras algunas marchas y contramarchas ella terminó por acceder, por lo que nos dispusimos a planificar la salida.


Altamar, 6 de febrero de 1901

La noche del 29 de agosto de 1900 Harvey Logan subió a la carbonera de un tren de la Union Pacific Railroad en la estación de Tipton, Wyoming. El convoy se detuvo en Pulpit Rock, dónde aguardábamos Sundance, News Carver y yo. El custodio de la caja de seguridad del coche de caudales se negó a abrir la puerta, por lo que debimos volarla con explosivo. La Unión Pacific me sindicó como el cabecilla del robo, agregando que nos habíamos llevado 50 dólares. Días después el custodio deslizó que las pérdidas se aproximaban a los 50 mil. No sé a quién creerle…

Sundance, Carver y yo repetimos en el First National Bank de Winnemucca, Nevada, a mediados de septiembre. La Asociación de Banqueros Americanos dijo que esta vez nos habíamos cargado 32000 dólares. ¿Será? De Winnemucca continuamos hacia Fort Worth, Texas, para asistir al casamiento de News con Lillie Davis.

En la fiesta estaban Harvey Logan, Ben Kilpatrick, Fannie Porter y la mayoría de las chicas, todos de punta en blanco. En un momento a Sundance se le ocurrió ir al estudio de Swartz a tomarnos una fotografía. En la foto, ahora famosa y conocida como "Los Cinco de Fort Worth", aparecemos News Carver y Harvey Logan de pie, y Sundance, Ben Kilpatrick y yo sentados.

La foto se hizo famosa porque Swartz expuso una copia en la vidriera del estudio y alguien, probablemente de la Pinkerton, pasó por ahí y nos reconoció. La toma, con nuestros nombres debajo, no tardó en aparecer en los afiches de wanted de todo el país.

Los cinco de Fort Worth
Los cinco de Fort Worth

Esto retrasó unos meses la partida. Permanecimos un tiempo ocultos (lo que sirvió para probar la convivencia de tres, que anduvo de maravillas (Sundance aprovechó para afeitarse el bigote y yo me dejé la barba)). Posteriormente ellos viajaron a Mont Clare, Pennsylvania, a despedirse de los padres de Sundance, y yo fui a Lander, Wyoming, a ultimar la venta de un campo que tenía en las cercanías. Pasé unos días en el rancho de un amigo y después me reuní con Sundance y Ethel en Nueva York, en una coqueta pensión de la calle 12, dónde se habían registrado como Harry Place y Ethel Ryan de Place. Yo me presenté como James Ryan, hermano de Ethel.

Disfrutábamos de los bares y los locales nocturnos de Nueva York. Concurríamos al Connelly, en la tercera avenida y 23, y a la taberna de Pete, en Irving Place y 18. Cuando Ethel salía de compras, aprovechábamos para ir al teatro Dewey, a ver a las Burlesque Girls. Los tres regresábamos por las noches, demasiado tambaleantes y ruidosos para el gusto de la dueña de la pensión.

El primero de este mes nos embarcamos en el SS Herminius, un cargador inglés ilegalmente reacondicionado para transportar pasajeros. El destino: Buenos Aires, Argentina.

Sundance y Ethel, antes de partir
Sundance y Ethel, antes de partir


Altamar, 7 de febrero de 1901

El capitán del barco nos propuso quedarnos unos días en Río de Janeiro. "Es la ciudad más hermosa del mundo – dijo, en tono ensoñado-. La bahía de Guanabara; sus playas con el mar en retirada, dejando al descubierto sus enaguas de espuma… Los cariocas tranquilos y desinhibidos, como si la vida fuese justa y ellos la disfrutaran sin discriminación… Sus mujeres… Y ahora que viene el carnaval… No podemos perder esta oportunidad", concluyó, casi como un ruego.

La propuesta me despertó el recuerdo de Olga Berriosiva, una brasileña descendiente de ucranianos que conocí en el Evening Star de Telluride, un dancing hall de esos que abundaban en los pueblos mineros de las Rocallosas, cuando la presencia femenina era allá inexistente.

Olga fue la primera de aquel grupo de bailarinas que me animé a abordar, siempre cortejadas por los hombres que parecían más ricos y dispuestos (yo apenas si tenía dieciocho, diecinueve años). De maneras refinadas y una cultura que no dejaba traslucir, Olga me hizo saber que se había enamorado de mí, entregándome un poema escrito en portugués, que guardo todavía. Dice así: "Ese seu olhar cuando encontra o meu fala de umas coisas que eu nao posso acreditar. Doce é sonhar, é pensar que você gosta de mim como eu de você. Mas a ilusão quando se desfaz dói no coração de quem sonhou demais. Ah!, se eu pudesse entender o que dizem os seus olhos".

Había llegado a Charleston, el puerto de Carolina del Sur, con apenas veinte años, buscando a un marinero judío que la había abandonado en Río de Janeiro, embarazada de su hijo Isaac. El padre de Olga, un próspero importador y distribuidor de pianos, le había facilitado el dinero para el viaje, contrariando la voluntad de su esposa y de sus otros hijos, que querían entregar al bebé en adopción.

Olga buscó al marinero inútilmente. Cuando se le terminó el dinero, intentó ganarse la vida como empleada doméstica. Pero el trabajo era agotador y la paga muy mala y los otros trabajos que por entonces podía hacer una mujer (cocinera, lavandera), además de igualmente duros y mal remunerados, no los sabía hacer. Alguien le habló de los dancing halls de los pueblos mineros de las Rocallosas, de la posibilidad que había de trabajar en algunos incluso sin prostituirse, y allá fue.

Era, sin duda, la más distinguida de aquellas scarlet women. Alta, delgada, con una piel blanca azulada de una tersura increíble… Unos ojos verdes hermosos, un tanto separados, demandantes y propensos al humor, Olga gustaba de las joyas y de cubrirse el cuerpo completamente desnudo con tapados de piel (y de protegerse con una Deringer Philadelphia auténtica, esas pistolas de bolsillo de un disparo que algunas dancing girls llevan consigo para calmar los arrebatos de los clientes más celosos).

Un día Olga desapareció. Tiempo después recibí una carta suya, enviada desde Nueva York. Me contaba que su padre había venido a buscarla y que regresaba a Brasil. "Extraño el alma de mi gente, Bob – me decía -. Sus tristezas sin pesar, sus lágrimas sin amargura, su felicidad sin día siguiente". Y agregaba el cumplido más hermoso que me haya dicho o vaya a decirme una persona: "Nunca olvidaré la pureza mansa que te rige, la ausencia de malignidad enraizada y tus agallas sin presunción".


Río de Janeiro, 10 de febrero de 1901

Hemos hecho puerto en Río de Janeiro pero por unas horas, ya que la mayoría de los pasajeros optaron por continuar. No tengo tiempo de buscar a Olga. Konrad, el capitán, me dijo que tratará de localizarla a su regreso. Veremos.


Buenos Aires, 17 de febrero de 1901

Navegamos a contrapelo por el barroso Río de la Plata. La distancia que nos separa de la ya visible Buenos Aires permanece inalterable. O eso parece. Pienso: la ciudad junto al río inmóvil. Buen título para un libro.


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Comentarios:

- Omar Hefling: Felicitaciones Altamira, hombre que mira desde lo alto sería el sinónimo? Excelente como siempre!

- Mario Saieg: Deleita leer este cuento, que muestra un Cassidy domado por la imaginación de Altamira.

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