Editorial Julio 2024
Obertura para un número 12 + 1
Un espíritu cabulero llamó a la puerta para avisar que podían caer meteoritos, o levantarse un viento capaz de arrancar las chapas del refugio. Tal vez tempestades o pestes peores podían asomar sus iras en el horizonte mientras descansábamos. Entonces corrimos de aquí para allá, a ajustar las sogas de las velas, proteger las champas del invierno y las heladas, poner al resguardo los sueños por desenvolver, las semillas por germinar.
El espíritu nos puso en alerta, afloraron todos nuestros tics supersticiosos y ya queríamos emprender el camino, porque no podíamos irnos en rituales, algo que con gusto hubiéramos hecho, pero solo quedaba tiempo para irnos por nuestros propios medios.
Es un tiempo frío, dijo la radio, hay que compactar muy bien el poco hato al salir de campaña, prepararse para atravesar la lluvia de metáforas que aspiraba a inundarnos en los hechos, no solo en los significados.
Seguimos todas las instrucciones, y la acción de echarse a andar generó un calorcito que hizo que otros que leen y hacen leer, y escriben sobre visiones, y sobre otros que también las tienen, o las tuvieron, se sumaran a la marcha.
El espíritu cabulero encareció que de ningún modo fuéramos del doce al catorce pisando el césped sobre el campo minado de profecías o patrañas, que se tendía entre ambos. Nos dijo que diésemos un rodeo, que apelásemos a las mañas de los héroes populares de las leyendas, de esas como para engañar al diablo o a la muerte, cuando las leyendas no eran escritas por un fatalista, sino por un inconformista.
Y eso hicimos, apelando a amuletos, oraciones, signos, farolitos, danzas y cantos para ahuyentar a los demonios mientras recorriamos no el camino más corto entre dos puntos, sino el más prudente. Y así transcurrimos del doce al catorce sin pisar terreno contiguo, allí donde algo podía caer de un cielo límpido, porque sí, porque con ciertas casillas se ha quedado la mala ventura, y ya. Esa que va en las ancas del gaucho perseguido, o tomada de la cintura del motociclista de ojos enrojecidos, o apoyando la mano en el hombro del temerario, dándoles ánimo hacia su ruina.
Visto el rodeo de marras, fuimos haciendo muchísimo por el camino. Hicimos altos a intervalos, a recoger en cada parada nuevas historias, nuevos testimonios y revelaciones.
Es decir, en la marcha misma fuimos siendo la estela que estás leyendo ahora, de cuando nos detuvimos, como el objeto que captó la fotografía porque se había demorado un momento, y luego se movió al fondo y desapareció velozmente.
Aunque pertenece a un lugar, esta es una lectura del tiempo más que del lugar, y somos como apariciones, y así avanzamos. A la vez, lo que lees es un ejercicio de voluntad por ir junto al viento, como un caballo loco compitiendo contra una locomotora, siendo movimiento puro, espacio sobre tiempo. Pero es que todo corre hacia el pasado, como un chorro perpetuo. Y demorábamos este párrafo sin detener la señal, para que los buenos tuviesen tiempo de ubicar el origen de la llamada y nos pidieran que esperásemos en línea a que concluyese la lectura. Y en todo ese proceso que era a la vez una apuesta y una movida defensiva, siempre portábamos el fuego y nos mantuvimos unidos. Lo importante era seguir eludiendo los reveses de la suerte y seguir apostando a cada paso más y más intentos de decir, algunos magistrales, que esperaban develar algo y volverse entrañables para alguien.
Y aún estamos en camino.
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