¿Qué hiciste durante la dictadura, papá?
Jorge Felippa

En algún momento nuestros hijos, hoy ya bastante creciditos, nos hicieron esa pregunta. Y seguramente para nadie habrá sido fácil o sencillo responder esa legítima inquietud. Así como para casi nadie tampoco fue fácil sobrevivir en los años más cruentos de la historia contemporánea argentina.
Los que por entonces vivíamos la actividad artística como una militancia, teníamos cuerpo y espíritu inmersos en la gestación de nuestras obras, y como una lógica indisoluble, también en la militancia política.
Inscribir nuestro quehacer artístico junto a las luchas populares y a proyectos de cambios revolucionarios, trajo como consecuencia en la mayoría de los casos la censura, y una diáspora cuyo destino fueron los exilios internos y externos, la cárcel o la desaparición.
Excedería largamente este espacio, enumerar los innumerables colectivos artísticos que convivíamos en la ciudad de Córdoba, en los años previos al golpe del 24 de marzo de 1976. Después de esa fecha, todos y cada uno de nosotros, individual y colectivamente debimos apelar a los más inesperados recursos que nos permitiera una supervivencia digna.
Sí pretendo rendir aquí un homenaje, incompleto y frágil como nuestra memoria, a algunos compañeros que aún a riesgo de sus vidas y patrimonios, abrieron y sostuvieron espacios de expresión para las más diversas manifestaciones artísticas en los años previos y posteriores del trágico 24 de marzo.

Casas, Teatros, Cines, Café concert: Refugios para el arte
Uno de esos lugares emblemáticos abierto a mediados de los años '70, fue la Casa Azul, donde convivían músicos, teatristas, escritores y artistas plásticos. Los nombres de Hugo de la Vega, Beatriz Masiá, Jorge Lara se abren paso en mi memoria. Ellos, milagrosamente, fueron avisados por los militares y conminados a cerrarla. De ahí al exilio mediaron unos pocos días que, para algunos, fue definitivo.
El gran Miguel Iriarte había abierto su inolvidable Teatro del Boulevard, en plena calle de venta de repuestos de automotores: el Boulevard Las Heras. El autor de San Vicente Superstar nos abrió las puertas de su casa y participó junto a Ricardo Fischtel, Roberto Maldonado Costa y Juan Enrique Solá en la presentación de mi primer libro de poemas, en noviembre de 1976. Visto a la distancia, un acto de verdadera insensatez, que también fue el adiós a una época de euforia militante.
Otro grande del teatro cordobés: Raúl Ceballos, mantuvo abierto de par en par su café concert Elodía, en la Avenida Colón entre Sucre y Lavalleja. Allí actores, músicos y poetas, encontraron un refugio cálido y fraternal donde mostrar, decir, contar y cantar las cuitas y esperanzas de esos años infelices.
Y no quiero olvidarme de los compañeros de Libre Teatro Libre (LTL) que, de la mano de María Escudero habían marcado a fuego con sus obras la escena del teatro independiente de los años '70. Con ella a la cabeza, creo que casi todos debieron marcharse al exilio para sobrevivir.
Los amantes del cine que durante los '60 y los '70 amamantaron su pasión en el Sombras de la Avda. General Paz casi Humberto Iº y también en el Ángel Azul en Avda. Colón, después del golpe se encontraban como fieles de un rito casi clandestino en el Cineclub Córdoba, que aún hoy pervive invicto en su constancia y lucidez, en su histórica sala de 27 de Abril al 200. Ahí también, músicos, actores y poetas pudieron hacer pie con recitales y puestas, en esos años de ausencias repentinas y miedos a la espalda.
Otro lugar que fue refugio de cinéfilos, pero no sólo de ellos, fue el cineclub del Colegio Médico, que si mal no recuerdo funcionó en la sede de Mariano Moreno. Aquí me detengo en un recuerdo más personal.
A fines del '77, expulsado de la Universidad y zafando de un par de allanamientos, huimos de Córdoba hacia San Francisco, al este de la provincia. Comenzaba nuestro exilio interior que duró hasta fines de 1980. Allí, escondido como comerciante, conocí al poeta Carlos Scocco que venía de sufrir cuatro años de cárcel. Al aislamiento y la soledad se nos ocurrió combatirlos con una pasión compartida: el cine. Esa quimera pueblerina pudimos concretarla gracias a la solidaridad de quienes hacían el cineclub del Colegio Médico. Pido disculpas por no recordar los nombres de esos amigos.
En San Francisco fundamos el cineclub Candilejas y pudimos hacerlo, porque programábamos los miércoles las películas que exhibían los lunes en el Colegio Médico de Córdoba. Así logramos durante casi dos años, reunir a un grupo de sanfrancisqueños que podían ver y reconocerse en esos filmes, que de otro modo nunca llegarían a esa ciudad.
También acude al recuerdo la sala del Centro Cultural de El Hogar Obrero, sobre la Avenida Olmos casi Maipú, al lado del restaurant La Perla. Situada en la planta alta, durante esos años era un lugar de cita ineludible. Quien quisiera presentar un libro u otro tipo de espectáculos, encontró siempre esa sala abierta gracias al espíritu cooperativo y solidario de quienes la dirigían.
Los Quijotes de la música

Mientras escribo estas líneas recurro a la memoria formidable de Roberto Maldonado Costa, cantautor y músico que es un archivo caminante. Él frecuentó casi todas las peñas y bares que albergaron los primeros pasos de la mayoría de los músicos de nuestra generación.
Roberto rápidamente enumera: El Cañón Cruzado (Duarte Quirós casi esquina Avenida Vélez Sarsfield), El Carillón (Avenida Colón casi esquina Avenida Santa Fé), Tonos Y Toneles (Avenida Santa Fé 450, entre La Rioja y Humberto Primo), La Nueva Trova (Humberto Primo entre Urquiza y Avellaneda), Santa Cecilia (Belgrano casi esquina Peredo), La Taba (Avenida Colón), Portago (Duarte Quirós esquina Avenida Vélez Sarsfield) y 1915 (dónde cerró el Cañón Cruzado).
Y surgen los nombres de los dueños de esos boliches: Tito Acevedo que forjó Tonos y Toneles, La Nueva Trova y Santa Cecilia; Rody Travallone en El Carillón; Pepe Giovanne en Portago. Polémicos o quijotescos según quien cuente su historia, nadie podrá negar que a sus pequeños escenarios subieron por primera vez, músicos y cantantes que nos permitían acompañarnos y respirar una bocanada de aire puro en medio de tanta oscuridad.
Nombro a un puñado, y en ellos cifro la poesía y la música que nos mantuvo vivos: El Grupo Azul, Chito Zeballos, Francisco Heredia, Carlos Roca, Horacio Sosa, Hélida López, Luis Alesso, Roberto Maldonado Costa, Ruth Barros, Guillermo Goldy, Tere Ferrero y el Zurdo Roqué con su Quetral, Pancho Alvarellos, Chiri Montero, Alejandro Baró, Alberto "Pepa" Sbezzi, el Dúo Antar y son más. Muchos más que la memoria no puede retener, pero agradece que permanezcan en el canto y en la lucha que iniciamos en aquellos años.
Quiero terminar con el ejemplo de aquel cine club Candilejas que sostuvimos en San Francisco. Una pequeña gesta que, aún en el dolor y en el exilio, estoy seguro, se habrá repetido en otros pequeños pueblos y ciudades del país. Encuentros mínimos como semillas de resistencia, esperando el momento de ver nuevamente la luz.
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