Cuentos llenos de ruido y furia
Gabriel Abalos
La fuerza que no quiere sino su querer
La física y las ciencias de la naturaleza son racionales, encuentran constantes, achican el marco de lo impredecible. Hasta el ataque del jaguar puede ser predecible; tal vez incluso las circunstancias que te llevaron a estar al alcance del jaguar lo sean. Los planetas chocarían en una carambola celeste sin la precisión de sus órbitas. Esto no es racional -a menos que creamos que alguien nos piensa. Es, si se quiere, el orden de las cosas, desde antes que estuviera el hombre para pensarlas. Es la fuente de toda razón. Por cierto que la naturaleza es la gran maestra de la ciencia y la observación de los fenómenos la gran escuela de construcción de la racionalidad científica. Pero la racionalidad misma es del orden humano, criatura natural capaz de trazar una teoría que puede elevar nuestro espíritu desde el nivel del terraplanismo neanderthalensis, hasta las alturas para saber que no era el sol el que giraba a tal velocidad, sino nosotros, sobre esta bola de billar en manos de ese alguien que tal vez nos piensa.
Criatura, además, la humana, capaz de crear artefactos destructores para borrar a cientos y miles de otros hombres, dispuesta a usarlos incluso a costa del propio planeta donde está parada. Capaz de serruchar la rama que la sostiene a horcajadas sobre el vacío. Los críticos están en el último piso del edificio que pretenden destruir, escribió alguno de los cabezones de la escuela de Frankfurt, creo que Horkheimer, Dios me perdone si me equivoco. De paso me persigno frente a la tempestad irracional que ha empezado a volar las chapas de la aldea, porque eso, y huir, es lo único que podés hacer.
Claro que, cuando al horizonte irracional lo forman las manadas enemigas que se aprestan a echarse sobre nosotros, no por hambre -porque hay para todos- sino por la obsesiva disputa del poder, del territorio, del capital, una lucha a muerte; cuando eso ocurre también nosotros ponemos a trabajar máquinas de matar enemigos, porque ya no hay a dónde huir, y persignarse no es suficiente.
Milán Kundera en su El arte de la novela reflexiona sobre lo irracional, y su mirada en 1987 no era menos desoladora que la nuestra hoy.
"Kafka y Hasek nos enfrentan con esta inmensa paradoja; en la Edad Moderna, la razón cartesiana corroía uno tras otro todos los valores heredados de la Edad Media. Pero en el momento de la victoria total de la razón, es lo irracional en estado puro (la fuerza que no quiere sino su querer) lo que se apropiará de la escena del mundo porque ya no habrá un sistema de valores comúnmente admitidos que pueda impedírselo."
Kundera ahonda en la idea de "la fuerza que no quiere sino su querer". El ejemplo está tomado de la lectura de la novela inconclusa de Jaroslav Hasek El buen soldado Svejk, de 1921/1922. Dice Kundera "Con Homero y Tolstoi, la guerra tenía un sentido totalmente inteligible: se luchaba por la bella Helena o por Rusia. Svejk y sus compañeros iban al frente sin saber por qué y, lo que es aún más curioso, sin interesarse por ello. ¿Cuál es entonces el motor de una guerra si no lo es Helena o la patria? ¿Únicamente la fuerza que desea armarse como tal fuerza? ¿Es acaso esa 'voluntad de voluntad' de la que nos hablará más tarde Heidegger? Pero ¿no ha estado esta siempre detrás de todas las guerras? Así es, en efecto. Pero, en esta ocasión, con Hasek, está desprovista de toda argumentación lógica. Nadie cree en la charlatanería de la propaganda, ni siquiera quienes la fabrican. La fuerza está desnuda, tan desnuda como en las novelas de Kafka."
En una vuelta más de tuerca, Kundera llama "terminales" a esas paradojas, y agrega: "Hay otras. Por ejemplo: la Edad Moderna cultivaba el sueño de una humanidad que, dividida en diversas civilizaciones separadas, encontraría un día la unidad y, con ella, la paz eterna. Hoy, la historia del planeta es, finalmente, un todo indivisible, pero es la guerra, ambulante y perpetua, la que realiza y garantiza esa unidad de la humanidad largo tiempo soñada. La unidad de la humanidad significa: nadie puede escapar a ninguna parte."
Una visión un poco más próxima al escenario social contemporáneo muestra la constancia de esa fuerza irracional. La encontramos en un artículo del intelectual italo-suizo Giuliano da Empoli (Ira y algoritmos. Cualquier parecido con la realidad…), en la que el italiano expone ideas del filósofo alemán contemporáneo Peter Sloterdijk, de 2006. Según este pensador, existe una "historia política de la ira", a la que caracteriza como una pulsión latente en todas las sociedades, que emerge especialmente en los sectores que se sienten excluidos, ignorados, acorralados, etc. Refiriéndose a Europa, afirma Sloterdijk que el primer sector en encausar esa fuerza fue la Iglesia, relevada luego, a fines del siglo diecinueve, por los partidos de izquierda. Prosigue Giuliano da Empoli explicando que los partidos de izquierda vieron necesario "por un lado, inflamar constantemente la furia y el resentimiento y, al mismo tiempo, controlar estas emociones para que no derivaran en episodios individuales, sino que se pusieran al servicio de la ejecución de un plan general. Según este plan, el perdedor se convertía en activista y su ira encontraba una salida política. Hoy, dice Sloterdijk, no hay nadie que oriente la cólera que la población acumula."
Con apenas cambios, ahora sabemos aquí en Argentina que ese odio, esa ira, ese sentimiento (completamente sincero y que debe achacársele a administraciones burocráticas o activamente destructivas recientes), que está, a la vez, como lo enunciaba Kundera, "desprovisto de toda argumentación lógica" ha logrado orientarse hacia un imán atrayente y ordenarse detrás de las fábulas contadas por la casta en contra de la casta. O, mejor, como lo bautizó el Cisne de Avon, "narradas por un idiota lleno de ruido y de furia, que nada significa". Y también se inscribe en el mismo dispositivo, paralelo a la religión católica, el fenómeno nada inocente en lo político y de gran alcance masivo que representan las iglesias evangélicas, que no se abordan aquí.
Las piezas de Usher
Es posible que cada época, enfrentada con sus propias tinieblas y de cara a lo desconocido formándose permanentemente a su alrededor, se parezca un poco al olvido de la página que una mano voltea, porque el relato debe seguir y trae su propio día. Y así, con cada movimiento de dedo en la página, también se reproduce el olvido. Como esos malos libros -decía Borges- que se van olvidando a medida que se leen. El olvido, no el olvido merecido, al fin y al cabo, si existe algo así, sino el olvido imprudente, el olvido ciego; el olvido que no tiene ni qué olvidar, ese es el elemento esencial del recomienzo de las tragedias. Y la ignorancia, el activo más importante de los proyectos políticos. La ignorancia rinde. Por supuesto, hay que alimentarla, depositar en ella falsas revelaciones, darle de comer sobras presentadas como manjares y, a cambio, pedirle un favorcito.
Algunas de las novelas más conocidas de Ray Bradbury proponen la reescritura de historias traumáticas ya ocurridas, para recordar que siempre pueden volver a suceder. En Fahrenheit 451 proyecta al futuro el retorno del totalitarismo, la quema de libros, sistema de tortuosa memoria a lo largo de los siglos. En Crónicas Marcianas, editada en 1950, imagina desde mediados de su siglo la conquista de un planeta que remite a las vivencias de la Conquista de América y a otros casos de ocupación y colonización.
El lugar de la ignorancia dispone capas. Está, por un lado, el olvido del pasado, producto de la prisa, de los estereotipos; un profundo rastro de ignorancia para el futuro. Existe, en paralelo, la indisimulada política de sembrar cada vez más ignorancia: producir individuos atrapados en las reglas de los tiempos en que viven, dueños de una falsa alegría llena de miedos, sometidos a fuertes controles grupales, incapaces de movilizarse para rechazar el proyecto de sujeción, de vigilancia, de destrucción del que son víctimas. Una vez más, la ignorancia es garantía del control político. Pero hay una tercera capa de la ignorancia, una que Ray Bradbury esgrimió con maestría: Los formadores de ignorantes son, a su vez, ignorantes.
Bradbury sitúa su historia de la conquista de Marte entre los años 1999 y 2026, en que va relatando episodios de sucesivas expediciones al cuarto planeta desde el sol, los primeros pobladores, los encuentros con los habitantes y al cabo de los años, la extinción de los marcianos y el asentamiento a sus anchas de los colonizadores en el lugar.
En el relato situado en abril de 2005, titulado Usher II, un hombre apodado Stendahl ha hecho construir una réplica en Marte de la Mansión Usher. Al recrear la lúgubre casona imaginada por Poe, cuya presencia y cuya perversidad "enfrían y acongojan el corazón, entristecen el pensamiento", el propietario logra atraer la atención de la autoridad colonial, en aquel lugar donde "descendían las naves con una estela de llamas, dispuestas a civilizar un planeta maravillosamente muerto".
El Sr. Garrett, inspector de Climas Morales, tras una serie de avatares, concurre en persona a hacer cumplir la ley: derribar y hacer desaparecer ese monumento al mal gusto, al desorden, a la corrupción. Es entonces que se pone en marcha un mecanismo muy calculado por Stendahl, y acaba conduciendo a Garrett, que ha bebido unas copas de excelente vino de más, al corazón de la casa, donde procede a hacerlo víctima de la misma pena sufrida por un personaje de otro cuento de Poe, Fortunato, de El barril de amontillado, a manos del pérfido Montresor. Al aplicarle ese tratamiento al Sr. Garrett, mientras coloca los últimos ladrillos con que lo dejará morir a solas tras el muro, le dedica Stendahl, su asesino, la siguiente lección:
"- ¿Garrett? -llamó Stendahl, en voz baja. Garrett calló-. ¿Sabe usted por qué le hago esto? Porque quemó los libros del señor Poe sin haberlo leído. Le bastó la opinión de los demás. Si hubiera leído los libros, habría adivinado lo que yo le iba a hacer, cuando bajamos hace un momento. La ignorancia es fatal, señor Garrett."
Ya quisiéramos nosotros una venganza literaria como esa, dedicada a los ignorantes que han llegado a lo alto, apoyados por las fieras tras el poder y también por esas masas hermosas, que han perdido el cántico, el hechizo, el amor y han seguido, zombies tras los ignorantes poderosos, por ejemplo gerentes y lamebotas de la elite dueña de una concentración de la riqueza suficiente para impedir la equidad y la democracia. Allá van, engañadas, con toda su vida a cuestas, avizorando en su impotencia el guiño de un pícaro que les dice que todo lo que lo ata puede ser cortado con un tijeretazo, u otras herramientas disponibles para seccionar.
Soy el último marciano, voy a matarte
Muchos apuntes de Bradbury señalan la barbarie de los conquistadores de Marte, tal como se podría resaltar la que les corresponde a los conquistadores de América. Y en sus nuevas estrategias, se aproximan peligrosamente al fascismo, a esa barbarie que es un espejo de la civilización, como definió de manera magistral Walter Benjamin. También es visible en sus facetas históricas, en el avance de un sistema capitalista abusivo, represivo, ecocida, que ha llegado a extremos que avergüenzan a una humanidad paralizada. Hay quienes prefieren no ver que hay una revolución en marcha, y el vendaval con que afrentan a la sociedad representa todo lo de antiguo, lo de aberrante, lo de inadmisible que se puede encontrar entre las ruinas de un viejo mundo. La pícara, gastada y luego olvidada herramienta de dividir a una humanidad cuya supervivencia no puede sino estar por encima de todas las divisiones. La potestad de delimitar previsiblemente a los "nuevos otros", quienes encarnan el error, lo malo, lo inferior, el enemigo. Lo aniquilable.
Retomando a Ray Bradbury, uno de los miembros de la cuarta expedición a Marte, en el capítulo titulado Aunque siga brillando la luna, situado en junio de 2001, de pronto ha sentido bajo la noche marciana cierta unción, ha captado el componente dramático de estar pisando un planeta que les ha pertenecido a otros. Su nombre es Spender, y sabe de sobra lo que sus compañeros de la cuarta expedición piensan sobre el lugar que están pisando. Sabe que la colonización pondrá en marcha un mecanismo que no será de enaltecimiento, sino de degradación. Sentado frente al fuego hecho de ramitas secas marcianas, piensa:
"No estaría bien hacer ruido, en esa primera noche de Marte, introducir un aparato extraño, brillante y tonto como una estufa. Sería una suerte de blasfemia importada. Ya habría tiempo para eso; ya habría tiempo para tirar latas de leche condensada a los nobles canales marcianos; ya habría tiempo para que las hojas del New York Times volaran arrastrándose por los solitarios y grises fondos de los mares de Marte; ya habría tiempo para dejar pieles de plátano y papeles grasientos en las estriadas, delicadas ruinas de las ciudades de este antiguo valle. Habría tiempo de sobra para eso. Y Spender se estremeció por dentro al pensarlo."
Poco falta para la siguiente transformación de Spender, quien asumirá el lugar del último marciano. Se impone la misión de matar a toda la expedición.
En una escena próxima al final, Spender y el capitán conversan a la espera de las tropas terrestres. El capitán fuma y oye a Spender justificar su acción:
"Luego vendrán los otros grandes intereses. Los hombres de las minas, los hombres del turismo -continuó Spender-. ¿Recuerda usted lo que pasó en México cuando Cortés y sus magníficos amigos llegaron de España? Toda una civilización destruida por unos voraces y virtuosos fanáticos. La historia nunca perdonará a Cortés.
–Hoy usted tampoco se ha comportado muy bien, Spender -observó el capitán.
– ¿Qué podía hacer? ¿Discutir con usted? Estoy solo contra todos los granujas codiciosos y opresores que habitan la Tierra. Vendrán a arrojar aquí sus cochinas bombas atómicas, en busca de bases para nuevas guerras. ¿No les basta haber arruinado un planeta y tienen que arruinar otro más? ¿Por qué han de ensuciar una casa que no es suya? Esos fatuos charlatanes. Cuando llegué aquí no sólo me sentí libre de toda esa supuesta cultura, sino también de la moral y las normas y las costumbres terrestres. Mis coordenadas son distintas, pensé. Lo único que tengo que hacer es matarlos Y luego vivir mi propia vida."
No es que Bradbury aplaudiese las acciones de venganza o de resistencia de Stendahl o de Spender, sus personajes. Su propósito era mostrar a qué extremos conduce la repetición de los mismos impulsos, en los que el odio es un componente elemental, por ejemplo, cuando se trata de emprender una conquista.
Las corrientes internas del odio
Ignorancia, odio, irracionalidad, barbarie, tal vez se sigan viendo llegar como olas en el futuro cercano, fruto de un plan que se juega a reproducir y controlar esos "activos" políticos mediante múltiples perversiones entretejidas. Eso, y una situación internacional dispuesta a acorralarnos, debieran ser tema de una agenda política e intelectual. Es lo que nos toca, y todavía no hay un ganador en la marcha de la historia, pero siempre es posible que gane el odio irracional (aunque no digamos que de forma definitiva), a juzgar por las posibilidades que han abierto nuestros tiempos en materia de tecnologías de la comunicación.
No tenemos que esperar para ver las increíbles posibilidades que ofrecen a esa rabia no específica, las redes sociales que trajeron el futuro. Y hay más señales relampagueando. Hasta una red social como Facebook, que hoy interconecta a una generación más bien madura, mostró el papel que tuvo en la historia reciente a ese respecto. Volviendo de nuevo la vista al investigador Giuliano da Empoli, se revela el concepto de Los ingenieros del caos, título de un libro suyo de enorme recepción. Dichos ingenieros "comprendieron antes que otros que la rabia constituía una fuente colosal de energía, y que podía explotarse para lograr cualquier objetivo, siempre y cuando se entendieran los mecanismos y se dominara la tecnología."
Hijo de ese poder de cohesión global es el movimiento populista que ha ascendido en los últimos años en el horizonte político de algunos de los principales países del mundo y que también nos toca soportar. Da Empoli expone en su libro ejemplos de manipulación masiva, entre ellos la captación mediante páginas en las redes, con la invaluable ayuda del algoritmo de Facebook, de millones de indignados que tomaron conciencia (al menos una conciencia parcial) de su número y pudieron incluso organizarse para coordinar protestas en las calles. Cita el caso de los "chalecos amarillos" en Francia, una reacción generalizada de rechazo al alza del precio del combustible, en 2018, que incorporó en su rápida marcha protestas contra la caída del poder adquisitivo de las clases medias y bajas, y elevó exigencias que incluían la renuncia del presidente Macron. El papel de las redes en la efusión del movimiento fue crucial. Respecto a la adopción del chaleco amarillo como distintivo, refiere da Empoli que el mismo surgió de "un video publicado en Facebook por un joven mecánico, Ghislain Coutard, que fue visto más de cinco millones de veces en cuestión de pocos días. De nuevo, lo que llama la atención es la rapidez del fenómeno: el video había aparecido en línea el 24 de octubre y, tres semanas después, el 17 de noviembre, 300.000 'chalecos amarillos' se movilizaban en todo el territorio francés, en una protesta autogestionada que causó una muerte y 585 heridos."
Al respecto, hay que señalar cómo el movimiento pasó de su existencia en las redes a la acción pública, un fenómeno inimaginable solo unos años atrás, sin salirnos del milenio. Para asomarnos apenas al ejemplo citado, dentro de los muchos que recorre el autor Ítalo-suizo, citamos su reflexión sobre el caso francés: "Facebook había funcionado como un multiplicador formidable, al absorber los ingredientes más dispares para alimentar una epidemia de ira que se contagió desde la dimensión virtual a la realidad. En el germen de la protesta estaban las quejas legítimas de los contestatarios que se oponían al aumento de los impuestos sobre el carburante y a medidas análogas del gobierno. Pero, desde el primer día, el algoritmo desenfrenado de la red social californiana combinó estos temas con llamadas a la revuelta de la extrema derecha y la extrema izquierda, noticias falsas y teorías conspirativas procedentes de una amplia variedad de fuentes." En opinión de da Empoli, "las fuerzas de la indignación popular se han reorganizado y expresan su voz en la galaxia de los nuevos populismos, los cuales, desde Estados Unidos hasta Italia, pasando por Austria y Escandinavia, dominan cada vez más la escena política en sus respectivos países. Dejando a un lado todas sus diferencias, estos movimientos coinciden en emplazar en primera línea de la agenda política el castigo a las élites políticas tradicionales, a derecha e izquierda. Estas últimas son acusadas de traicionar el mandato popular y cultivar los intereses de una minoría atrincherada en lugar de atender los de la «mayoría silenciosa»."
Esos son los datos duros de una realidad social a la que se le han abierto puertas de enorme y hasta cierto punto incontrolable potencialidad. Resulta tal vez imprescindible reflexionar acerca de esa ira, ese odio, esa fuerza en busca de tener incidencia real, de ser captada con el fin de encontrar su punto de descarga. Una última cita de Giuliano da Empoli, explica que dicha ira "no nace solo de causas objetivas, ya sean de naturaleza económica o social. Esta rabia también nace del reencuentro entre dos grandes tendencias ya mencionadas. En materia de oferta política, el debilitamiento de las organizaciones que canalizan tradicionalmente la rabia popular, los 'bancos de la ira' de Sloterdijk: la Iglesia y los partidos de masas. Y, en términos de demanda, la irrupción de nuevos medios que parecen creados a medida —en realidad, lo son— para exacerbar las pasiones más extremas, los 'fight clubs de los cobardes', tal y como los define (la filósofa francesa) Marylin Maeso. El auténtico talento de los ingenieros del caos reside en su capacidad de posicionarse en el vértice de esta intersección."
Lo irracional apropiándose del escenario del mundo, el olvido de la historia que aporta sentidos al presente, la ignorancia propiciada por los ignorantes, el odio alimentado por los malos gobiernos y los oscurantismos, la manipulación masiva, los nuevos fascismos que amenazan ganar legitimidad y atornillarse al poder. Son todos fenómenos que nos ponen en jaque como sociedad y como democracia, y también en tanto portadores de una renovada utopía, no sin sombras ni incertidumbres. Proyectos de un mundo con equidad, con más derechos conquistados cada vez, sin exclusiones, sin una cultura de odio, sin víctimas de la avidez de otros, con más y más acceso gratuito al conocimiento, con una auténtica empatía de unos con otros, con los animales, con la naturaleza, con el planeta, en tanto actores conscientes del mundo mientras este exista. Mantenemos la esperanza de que esas certezas lleguen a inspirar un sistema de valores comúnmente admitidos, antes del final.
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