Córdoba 1819-1826
En Córdoba, después de la revolución y en plena guerra civil, transcurrían años violentos. La vida diaria proseguía bajo la lava de los enfrentamientos.
Dónde estarían sus habitantes
Durante el primer cuarto del siglo XIX, en Córdoba la situación del peso colonial persistía en hechos como las procesiones, una moral estricta, los afrodescendientes ocupados en servicios, las mujeres en sus casas y una vida pública urbana bastante limitada. La modesta urbe del interior se hallaba inscrita en un intento de modernización cuyas contradicciones inmediatas se jugaban en cruentos enfrentamientos civiles. El viajero John Miers, botánico e ingeniero inglés que pasó por Córdoba en 1819, dejó una impresión puramente urbana de la capital, sin incluir apuntes humanos: "La ciudad de Córdoba se organiza en espacios rectangulares; es un lugar sombrío; las casas están construidas en su mayor parte con piedras redondas traídas del lecho del río. Las calles no están pavimentadas y lo arenoso del suelo produce un aire caluroso y sofocante. La ciudad, construida bajo los empinados bancos de las colinas, a la altura del lecho del río, también se ve siempre inmóvil e insalubre. Algunos de los edificios públicos son buenos, acordes al estilo morisco; pero resultan pesados y burdos para nuestro gusto."
Panorama de un tiempo hostil
La urbe en la que transcurría la vida diaria local soportaba las beligerancias del período, y el apunte de otro viajero, dos años más tarde, deja ver a una Córdoba sitiada. Samuel Haigh, quien venía como agente comercial de una firma británica, arribó en diligencia en 1821: "Cuando ya desesperaba de llegar, la campana de una iglesia dio claramente las nueve; como no podía percibir la iglesia ni veía casas, creí que estaba equivocado hasta que, descendiendo algunos pies de altura, entramos en una calle bien empedrada con edificación. Comprobé entonces que había tenido razón el baquiano que me dijo que Córdoba estaba edificada en un pozo. Me encaminé directamente a la casa de gobierno para cumplimentar al gobernador y llenar los requisitos prescriptos en aquellas circunstancias. Por entre filas de soldados llegué a la plaza principal que estaba llena de cañones y defendida por fosos en las calles de acceso. Los soldados eran morenos en su mayoría. Me hizo gracia el comprobar que había podido entrar a la ciudad sin ser advertido, con veinte caballos."
Vida doméstica y visitas
Durante un paseo que refiere Haigh, su cuadro no muestra la presencia de gente en la vía pública: "Pasé la primera parte de la mañana caminando por las calles para conocer la ciudad. En tres lados de la misma, el suelo es más alto que los techos de las casas y en el otro lado la alta muralla natural cae en declive hasta el nivel del río Primero, cuyas aguas le han ocasionado daño en distintas oportunidades. (…) Las calles tienen trazado regular y las casas están construidas de ladrillo y son más altas que las comunes en las ciudades españolas; muchas tienen balcones. La Plaza Mayor ostenta en uno de sus lados un bonito cabildo y en otro la catedral. Hay otras catorce iglesias y la población se estima en 14.000 habitantes. Tan pronto como llegó la hora de hacer visitas, concurrí a la casa de gobierno y mantuve una larga conferencia con el gobernador Bedoya, quien se mostró ansioso por conocer el estado de los negocios en Perú y Chile. Pregunté por don Ambrosio Funes, y el contador Lozano se ofreció para indicarme la casa en que vivía. En Buenos Aires su hermano el Deán me había instado para que trajera conmigo una carta de presentación, diciéndome que acaso me tocara llegar hasta Córdoba, cuyas bellezas encarecía mucho." Tal vez la escasa vida pública en la Córdoba que conoció Haigh, fuese legado de los jesuitas, según conjetura el viajero: "… Pensé en la virtud que habían demostrado al inducir a la razón a tantas naciones salvajes enseñándoles, al par que las luces del evangelio, el gusto por la vida doméstica".
El bienestar de los pudientes
Edmond Temple, otro inglés con intereses mineros, rumbo al Potosí, pasó una semana en la ciudad de Córdoba en 1826. Su mirada se centra en las posibilidades que parecía brindar una pequeña urbe próspera, donde la vida social tomaba cuerpo. "El mercado está bien provisto de productos y la vida en general es bastante razonable aquí. Una familia de diez o doce personas puede alquilar una casa en la ciudad de Córdoba y vivir de una manera respetable, con un ingreso de tres a cuatro mil libras al año. Esto los habilita a moverse en los círculos más altos de la moda, y a mantener como lujosa añadidura un coche como el de un lord mayor, dorado al detalle y tirado por cuatro buenas mulas, para que desfilen las damas alrededor del paseo público, al cual todos los distinguidos de la ciudad asisten en finos ropajes para pasar las deliciosas tardes de verano, y donde el más quisquilloso gusto europeo no encontrará nada que objetar, ya sea en las maneras, la vestimenta de la concurrencia, en la que los visitantes a toda hora cuentan con la seguridad de encontrar una atenta recepción."
Boceto de un pueblo rústico
Cerramos con un cuadro de cotidianeidad, por el mismo Edmond Temple: "Sentado este día a la cabecera de la mesa para cenar en un gran salón del hotel, resultaba divertido observar los rostros, la vestimenta y el comportamiento de seis o siete concurrentes semidesnudos. Uno, un negro, con una cara cuyo lustre habrían envidiado Day & Martin [marca de una pomada para lustrar zapatos], se hallaba limpiando el interior de una cuchara con su pulgar, antes de pasárselo a un caballero que acababa de pedir una, para tomar sopa en un gran plato que estaba en medio de la mesa, del cual se servía en lugar de usar un plato separado. Aquí se encontraba un mulato, en chemise [en mangas de camisa], lavando los platos en un rincón de la habitación a medida que eran levantados de la mesa. Al lado suyo, en ropa similar, un compañero suyo echaba aire con un palo largo a cuyo extremo se lucía un abanico de plumas de avestruz, lo que también servía para dispersar las moscas que llenaban el salón en molestos enjambres. Allí otro negro, con ojos y bocas bien abiertos, dirigía su gran asombro a los extranjeros de rostro blanco. Pero solo el lápiz de un caricaturista podría hacer justicia a la escena."
Víctor Ramés
Es un autor que ha esquivado con éxito las luces de la notoriedad. Ha publicado arriba de mil quinientas notas sobre historia de Córdoba en el Diario Alfil, desde 2013 hasta la actualidad. Ha revisado centenares de ejemplares de diarios del siglo XIX en repositorios de Córdoba, y ha citado, traducido y analizado libros de más de cien viajeros que, desde el siglo XVII hasta comienzos del siglo XX, recorrieron la provincia o pasaron por la ciudad de Córdoba.
Dejá tu comentario: