Concierto en Venecia
Especial para Tierra Media
Marcelo Casarin
Agregar una moderada dosis de cultura a un viaje siempre es una buena decisión. Y sin que sea necesario denominarlo "turismo cultural", muy bien puede combinarse en algunos destinos la visita a monumentos, museos o la asistencia a alguna manifestación artística típica del lugar.
Venecia ofrece muchas posibilidades, algunas genuinas y otras no tanto. Cuna de la commedia dell'arte, la música y la ópera tuvieron en la ciudad del agua grandes momentos de esplendor que quedaron grabados en la historia de la humanidad.
Griselda y Marcos están de visita por primera vez en Venecia. Vienen, también por primera vez, visitando las principales ciudades italianas en un viaje romántico, una suerte de luna de miel que les sirve para reconfirmar su amor y renovar los votos que los unen sin embustes legales desde hace varios años. Una relación estable pero nunca sometida a la gota horadante de la rutina ni al desgaste del paso del tiempo, se dicen.
Griselda es el lado inquieto de la pareja, la gran buscadora de esas cosas que no se pueden dejar de hacer en un destino; de las más convencionales y de las otras, las que ella llama "tesoros ocultos". Para esa primera noche en Venecia, que los recibió con mucha lluvia y frío, ha encontrado un concierto que, según parece, valdría la pena. "Musica en Maschera", "Ópera Balleto" anuncia el programa y agrega "Le più belle Arie e Balletti d'Opera con Musicisti, Cantanti e Ballerina en maschere e costumi del '700". El lugar, soñado: Scuola Grande dei Carmini. El repertorio promete Ciajkowsky (Presentazione delle Maschere / Il lago dei cigni), Mozart (Batti batti bel Masetto / Don Giovanni), Donizetti (Una furtiva lacrima / L'elisir d'amore)… y Puccini, Verdi, Rossini, Bizet… Un programa apto para no iniciados que podrían reconocer algunas de las arias más famosas y disfrutar de la performance de un cuarteto de cuerdas (violín, viola, chelo y arpa), una soprano, un tenor y una bailarina.
Les han dicho que no es necesario hacer reservas, pero les han recomendado llegar media hora antes de la función. Se deciden por ir a pie (el modo más simple y rápido de llegar) desde el Hotel Universo Nord en el que están alojados, en la calle Lista di Spagna, muy cerca de la Stazione Santa Lucia. Salen, bordean el Gran Canal, cruzan algunos puentes y en unos 15 minutos de marcha, con mapa en mano, pero con el itinerario estudiado por anticipado, llegan sin problemas a la sala. En la entrada, los billetes se ofrecen a precios que van de € 45 a € 22. Compran dos entradas del menor valor.
Faltan 15 minutos para la hora de inicio, pero ellos deciden entrar a la sala. Les sorprende que el recinto sea pequeño, con apenas 12 filas de 12 sillas cada una, con un pasillo en el medio que deja 6 asientos para cada lado. Sin declive, pero hay cuatro precios diferentes… Las últimas dos filas son las que corresponden al precio que pagaron, les informa una suerte de acomodadora con traje de azafata de los años 70. La sala es preciosa: esculturas, frisos, bajorrelieves.
Con relativa puntualidad se anuncia que el espectáculo está por comenzar. Las dos terceras partes de la sala están ocupadas. Cuando comienza el concierto empieza el desconcierto. En especial para Griselda, la más preparada de los dos en este tipo de espectáculos, y la más sensible a los detalles.
Lo que viene luego es una serie de pequeños desajustes que, quizá, pasarían desapercibidos para el público medio, es decir, un turista apenas ilustrado musicalmente, inocente de actuaciones y ballet clásicos, pero no para Griselda, quien comienza a padecer los distintos y variados momentos que se ofrecen como una suerte de popurrí. Pero los detalles, los detalles… Ella advierte, apenas aparece la soprano, que no canta nada mal pero que sobreactúa, exagera tanto sus gestos y movimientos que lo que hace parece falso, vacío. Cuando llega el turno del tenor, que actúa con mucho más aplomo que su compañera, en cambio, tiene una voz flaca y debilucha que desluce todo lo que canta. Y la bailarina, la bailarina tiene la misma destreza y encanto que una estudiante de segundo año de una academia de pueblo. Griselda conoce de teatro, de danza y bastante de música, pero no se considera una experta; sin embargo, no puede creer lo que está viendo: el vestuario de época está deshilachado, descolorido; las pelucas, despeinadas; los zapatos, sin brillo; la bailarina, impresentable.
Marcos, menos preparado que su mujer en estos asuntos no está tan atento a los detalles y le parece que el espectáculo es correcto, pero se distrae y no puede entender cómo, a 15 minutos de iniciado el espectáculo, todavía la acomodadora sigue haciendo entrar espectadores que, en ocasiones, perturban incluso a los artistas: el último caso fue el arribo de una pareja de chinos, que entraron medio a las atropelladas por la oscuridad de la sala y provocaron un murmullo que coincidió con una pifiada del cello, tan notable que hasta Marcos la advirtió y echó una mirada cómplice a Griselda, que le devolvió otra que parecía decir: esto es lo único que faltaba.
Hubo en el medio un breve intervalo que a Griselda le alcanzó apenas para fumar medio cigarrillo. Marcos se quedó en la sala cuidando las sillas que, a pesar de estar en la penúltima fila, tenían una buena perspectiva del escenario. El espectáculo recomenzó y a medida que fue avanzando en su desarrollo mejoró un poco: las voces y los instrumentos se templaron, sin dudas con ayuda de la platea: casi todo el público aplaudió a rabiar cada pieza y, en un crescendo, el entusiasmo de la mayoría de los asistentes se fue pareciendo a la euforia. Tan es así que Griselda admitió que hasta la bailarina había mejorado un poco, el tenor cantaba con más intensidad, a la soprano se la veía más suelta y el cello ya no pifiaba.
La acomodadora tuvo también su papel en esta última parte del concierto: se la pasó amonestando a algunos espectadores díscolos, entre ellos los chinos, empeñados en sacar fotos, con y sin flash, con cámaras o con teléfonos móviles.
Hubo un final apoteósico: los cantantes gritando la donna é mobile y la bailarina invitando a danzar a los espectadores; en realidad, alcanzó a invitar a tres y, sorpresa, el tercero fue Marcos, quien como valiente caballero se dejó llevar al escenario y bailó con bastante dignidad y tocó la piel transpirada de la joven, que no sería gran bailarina ni tan bella, pero era muy joven. Marcos pensaba, mientras bailaba, que era una manera adecuada de terminar la noche: el pasaje de espectador a artista le caía muy bien. Cuando terminó la música, saludó ceremoniosamente a la bailarina y se reencontró con Griselda, quien le dijo que había estado genial y que le había tomado un par de fotos pero que no eran buenas, un poco movidas y a él se lo veía de espaldas.
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