Cómo me hice casi cordobés
-Ni uno es de uno-
Cuando llegué a Córdoba desde mi San Telmo natal para terminar en el Manuel Belgrano la secundaria que había comenzado en el Carlos Pellegrini, supuse que encontraría grandes hechos que incidirían en mi forma de mirar el mundo.
Manolo Lafuente
Pensé que podría ser el Cordobazo o mi primera mujer.
Ninguno de esos hechos fue decisivo
Sí lo fue el periodismo, al que ingresé por la insistencia de un vecino que laburaba en Los Principios, dependiente de los milicos y los curas.
A pesar de tan desfavorable escenografía me di maña tanto en el diario como en la revista dominical, de publicar a prohibidos como el Dúo Salteño, y de fabricar un goleador.
Morete llegó a Talleres de Córdoba con no menos de diez kilos de más, y en sus primeros cinco partidos no convirtió gol alguno.
Escribí en el diario una columna titulada "Morete, un 9 con definición"
Pero las definiciones eran de la Real Academia Española de Letras: gordo, inútil, etc.
Morete llegó al diario hecho una furia y me insultó de arriba a abajo. Cuando hizo una pausa, alcancé a preguntarle "¿Sabes qué tengo que hacer con la nota si el domingo metés un gol?"
El domingo metió uno, al siguiente partido dos y así llegó a ser ¡el goleador del torneo!
Eso hizo que Amadeo Nuccetelli, el presidente de Talleres, pidiera si podía escribir algo sobre Daniel Valencia, que estaba bastante bajo…
La etapa de Los Principios quedó atrás, y comenzó otra en el vespertino Córdoba.
Allí conocí al mítico "Sarlanga", apodo de Hermes Ruccio, que había entrado como cadete.
Él mismo me contó que el mote respondía a que cada vez que le pedían una foto de un futbolista para ilustrar una nota, él invariablemente llevaba una de Sarlanga, el famoso crack boquense.
Siendo un cadete de apenas 15 años, lo llamó Roberto Noble, el director del Clarín, para retarlo. Le dijo que no le gustaba que lo llamaran por el apodo, y que la próxima vez lo echaría a él y quien le dijera por el mote. Luego le dijo que podía retirarse, y cuando el retado alcanzó la puerta, el dire le gritó "¡Che, Sarlanga!".
Sarlanga fue el mejor diagramador que conocí.
Cierta vez, cuando volvió del Ecuador de diseñar un diario nuevo, me pidió que escribiera sobre aquel país.
Le contesté que sólo sabía que hacía mucho calor y estaba en la mitad.
Entonces agarró dos grandes hojas de diagramación y se puso a la par mía. Él me contaba, yo escribía y el diagramaba: dos páginas en una hora.
Fue más tarde que ingresé a La Voz del Interior, cuando aún no era de Clarín.
En los dos años que duré, alcancé a escribir dos notas de tapa dominicales y a dirigir "El Olímpico", el equipo de fútbol del diario, que fue campeón.
A una de las notas que firmé la titulé "Fritz levanta una mano, Franz aprieta un botón" en alusión al bombardeo nazi a Guernica.
A la segunda la llamé "La condena del arquitecto de la muerte" en referencia a Eichmann, pero no la firmé porque, si lo hacía, la gente de derecha del directorio no me dejaría efectivo.
En fin, que me echaron, pero antes tuve el gusto de ser compañero de Miguel "el tubo" Durán, fundamental en la condena por el asesinato de María Soledad Morales, y de Enrique Lacolla, para mí el mejor periodista de Córdoba, ahora de 89 años.
Más acá en el tiempo, comenzó la mejor y más prolongada etapa como periodista en los Servicios y Radio y Televisión de la Universidad Nacional de Córdoba: Canal 10 y Radio Universidad.
Cuando el intento de golpe de los "carapintada", tomamos la radio para defender la democracia, aunque algunos "compañeros" se quedaron en sus casas, como Miguel Clariá, por ejemplo.
Rodeado de canas, escribí y leí al aire los tres editoriales forzando la situación creada por los más conservadores.
En Canal 10 hice reportajes al inolvidable Marcel Marceau y al incomparable Jesús Quintero, al entrañable Alfredo Zitarrosa y a la maravillosa Doña Jovita, entre tantos otros.
Y tuve una columna semanal que llamé "Punto de vista y aparte".
También en Radio Universidad hice un personaje que el inefable Jorge Kelly bautizó "El hombre de la calle" y un programa de los sábados llamado "Dicho y Hecho" que tenía como columnistas a Horacio Verbitsky y a Rogelio "Pajarito" García Lupo, nada menos.
También conocí a Oscar Cacho Garat, quien fue director de Ciencias de la información y secretario general del Círculo Sindical de la Prensa de Córdoba, un periodista de gran ética del que el Ale Baldovin decía que tenía menos sexo que la Biblia.
Y para cerrar, no paro de recordar a Luis Reinaudi entre los muertos de mi felicidad.
Gran periodista, político y abogado con el que cantábamos a dos voces y en canon "El Seclanteño" y "Subo, subo", sin pisarnos nunca y no habiéndolo ensayado jamás. Y que cuando ganaban una mano de truco jugando en pareja con el "Mono" Marchini, daban vueltas a la mesa cantando La Marcha del Deporte.
Esas fueron algunas de las cosas que, desde el periodismo, pusieron en foco mi visión del mundo.
Si ustedes comparan lo notable de los que mencioné conmigo como resultado, es obvio que verán que lo que falló fue mi madera.
Quizás por eso solo llegué a ser casi cordobés…
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