Chasirete cósmico
El 13 de junio de 1982 Diego Armando Maradona jugó su primer partido en una Copa del Mundo. Fue en el Camp Nou, un estadio familiar para Pelusa que llevaba unos meses en el Barcelona. Él y 30 millones de argentinos lloraban la tragedia de una guerra que amplificaba la aritmética del terror de la dictadura genocida. La delegación de Cesar Luis Menotti sabía que Malvinas era una masacre y no como mentía el periodista José Gómez Fuentes, en los informativos oficiales con la miserable frase: "Estamos ganando".
Los ojos del mundo se posaban en Maradona y las patadas de los rivales también. El debut contra Bélgica sería una foto del fracaso de una Selección que parecía invencible, con la base de los campeones de Argentina 1978 más los juveniles maravillosos de Japón 1979.
Steve Powell fue el autor de la foto. Seis belgas aterrados mirando a Diego dominar la pelota, casi como pinos de bowling, formados en triángulo. El artificio fue develado tiempo después, pero no le quitó el arte visual y viral en la época del papel. El cuadro era perfecto: un fondo verde césped, el contraste de las seis camisetas rojas, la bala blanca en la caricia del botín negro y zurdo del mejor de todos. Diego de frente a la patota y de espaldas a la lente que suelta el clic al diez omnipotente, en la etiqueta albiceleste.
La genialidad de Powell estaba a la altura de la del protagonista, qué importa que haya sido una barrera desarmada un segundo después de un tiro libre. La pose de Maradona, la cara de los europeos, la formación "púbica" de medio equipo rival, la ausencia de toda imagen parásita. Diego y la jauría que lo acosaba, con la bravura y el temor de los que saben, que uno contra uno es imposible.
La foto no fue una foto más, fue la foto del Mundial que ganaron los italianos, con un Paolo Rossi imparable. Pero lo más importante no fue la obra de arte del fotógrafo. Lo trascendente fue el carácter predictivo de la imagen. La foto se hizo película y el cuadro por cuadro continuó la instantánea de Powell: Cuatro años después, Diego se salió del marco y empezó a gambetear camisetas rojas, en un fondo tan verde como aquel de Barcelona, pero esta vez en el estadio Azteca.
La gente todavía hablaba de la mano de Dios y del barrilete cósmico. Casi como ahora 36 más tarde. Pero Maradona tenía mucha más magia, más arte y más poesía. Inspirado en Diego Rivera, en Frida Kahlo y en Cantinflas; en Chabela Vargas, en Juan Rulfo y en Roberto Gómez Bolaños; Diego disputó contra Bélgica, su mejor partido en los mundiales.
Jugó en equipo, raspó, creó, la tocó más veces que nunca, no tuvo errores y encima metió dos goles antológicos. El primero mirando de frente a Burruchaga, que lo habilitaba y con los ojos del alma a Pfaff, el arquero de los rojos, que contemplaba el toquecito de varita izquierda hacia la red.
El segundo fue la continuidad de la foto de Powell. Diego zigzagueando a aquella patota del '82, más la de ahora. La misma cara de terror y el mismo modus operandi. Todos contra él. Un gol más difícil incluso que aquel de cuartos de final contra Shilton y medio equipo inglés. Del otro lado, por la izquierda, con los rivales más cerca y escalonados. Una corrida más corta y vertiginosa. Una apilada imperfecta y menos elegante. En un zócalo. Entre tropiezos y regates se sacó de encima un racimo de adversarios para cruzarla a palo izquierdo.
Diego era otro. Un Gigante de 26 años, hecho un hombre. Más feliz y arropado por los napolitanos. Más maduro y responsable, que aquel del Barsa.
Bélgica fue testigo y será parte de la historia de la metamorfosis de niño a hombre, de hombre a Dios. De su primer partido en los mundiales, a su mejor actuación. De aquella derrota mínima en el partido inaugural de España '82, a la consagración de México 86.
En su magia milagrosa de destreza y picardía, Diego Armando Maradona memorizó, en aquella tarde mexicana, esa máxima maya y azteca, social y universal que nos legara Octavio Paz: "Para que pueda ser he de ser otro, salir de mí, buscarme entre los otros, los otros que no son si yo no existo, los otros que me dan plena existencia".
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Comentarios:
- Bibiana Perez: Cuando el que escribe es un artista, el comentario o relato de un partido de futbool, adquiere la categoría de arte, y el lector va adentrándose a la magia dr las jugadas unidas a la magia de las palabras. Arturo tu relato enaltece no sólo al deporte, sino también al lector porque lo haces viajar por un mundo de escritores y poetas siguiendo la trayectoria de una pelota guiada por esos otros grandes maestros del deporte.
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