Cataplum

Marta García

“Niña del Tibet”: Obra de Adelia María Setto. Batik sobre algodón. 0,80m x 1m. 2001. Muestra CHICOS DE ESTE MUNDO, Teatro Real. Inspirada en una fotografía de Phil Borges. Blog: adeliasetto.blogspot.com
“Niña del Tibet”: Obra de Adelia María Setto. Batik sobre algodón. 0,80m x 1m. 2001. Muestra CHICOS DE ESTE MUNDO, Teatro Real. Inspirada en una fotografía de Phil Borges. Blog: adeliasetto.blogspot.com


Cuando éramos coleópteras no nos pasaban estas cosas. Podíamos sobrevivir tanto en el frío como en el calor. El clima nos amaba. Éramos millones de nosotras habitando en la misma biosfera sin llevarnos por delante, compartiendo aguas dulces o saladas. Y aprendimos a comer mierda salvaje y las plantas más hermosas en la misma topografía. Me molestaba escuchar los ruiditos que hacías cuando te alimentabas de flores. Y tu cara de asco al verme devorar excrementos. Sin embargo, supimos compartir cada comida sin cuestionarnos nuestras elecciones.

Como mis alas traseras estaban atrofiadas renunciaste a volar, a menos que fuese imprescindible y solo para que no me sintiera sola y terrestre. Cuando liberábamos feromona el planeta se detenía solo para observarnos. ¿Sabías que, a pesar de eso, siempre llamó más la atención nuestra genitalia que el descentralizado sistema nervioso central del que carece la autoproclamada especie dominante? Como espiaban nuestra intimidad, un día dejamos de hacer el amor y solo nos reproducíamos. Con las alas agotadas el cansancio se nos hizo inmanejable. Y empezamos a deambular bajo la arena del desierto. Gracias a tu luminoso corazón pudimos hacer entre tu cueva y la mía un túnel solo para vernos por las mañanas y poder amarnos sin dejar descendencia que no pudiera volar.

Hasta que llegó el momento atroz: no te encontré. Hice túneles de kilómetros y kilómetros bajo arenas calcinantes. No hubo caso. Ya no estabas bajo la tierra. Al menos no con tu cuerpo de coleóptera. Salí a la superficie para averiguar sobre tu paradero. Y allí supe que tus alas atrofiadas dejaron de serlo y pudiste volar como siempre lo habíamos soñado. ¿En qué momento me distraje de la evolución y no pude acompañarte? ¿A qué nueva especie fuiste asignada?

Han pasado ya 280 millones de años y no pasa un día en que no te recuerde y no quiera volver a esa vida plagada de amenazas y de nosotras. Sé que no te fuiste con la gran migración porque yo también sigo aquí. Pero la estampida nos vomitó en zonas geográficas distintas.

Ya ni siquiera sé de qué especie soy. El calor y el frío me dan la espalda y no me queda ni una atrofia en pie. Nos arrebataron todo. Afuera tengo los minutos contados. Pero no aguanto y salgo a buscarte.

Todo ha cambiado. Estoy detenida en mundo desacomodado. El olor a colapso me recibe en mi nueva condición de vertebrada terrestre. Estoy demasiado agotada para darme cuenta de que solo soy una humana atrapada en una autopista que no logra hacer la digestión. Me vino bien haber sobrevivido a tantos desastres naturales ya que aprendí a respirar contra mi voluntad.

Pregunto por vos tratando de esconder mis alas atrofiadas y que mi anterior morfología no sea advertida por unos seres que comen sus propias úlceras y consultan el horóscopo chino. Tanto escondí los rasgos de quien era que estoy irreconocible, sentada en una poltrona a control remoto, con un par de libros desamparados y lentes que se han muerto sin luchar.

Sin tu ayuda no logro reconocer entre tantas plantas sobrevivientes las adecuadas para una nueva cadena alimenticia. Así que empecé a comer chatarra.

No me queda un destello de coleóptera en pie, ni en mi vida existe algo imprescindible por lo que valga la pena tener alas. Ya no sé qué pasó con lo que me pasaba.

No me reconocerías. Engordé. Faeno seres que no quieren morir. Camino poco. Incendio montes. Hago mis necesidades en las alcantarillas y hablo sin parar sobre noticias policiales. Mi memoria va perdiéndote por partes. Primero, tus patas hermosas. Después, tus ruidos al comer. Hoy, la última brisa de tu último vuelo. Y mañana, ni eso. Solo recuerdo que te he olvidado.

Como no voy a reconocerte, no trates de localizarme. La hecatombe te espera con la boca abierta.




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