Andrés Rivera, entre nos
"Nunca fui paciente con el mundo que me tocó vivir"
A.R. (Tualé)
Conocí a Andrés Rivera (Marcos Ribak, su nombre "real", si fuera más real la identidad legal que la elegida para reinventarse como autor) a fines de 1991, cuando el jefe del suplemento cultural de La Voz del Interior, donde yo escribía, me encargó que lo entrevistara.
Andrea Guiu
Rivera entonces tenía una residencia fluctuante entre Buenos Aires, la ciudad donde nació, y Córdoba. Hacía poco más de un año que el escritor y su compañera Susana Fiorito habían sentado las bases de una biblioteca popular en pleno barrio Bella Vista, en zona sur de la capital, adonde fijaron residencia poco tiempo después de su inauguración, el 4 de junio de 1990. Todo empezó con un capital de 400 libros, unos tablones, el aporte de amigos y algunos ahorros de la pareja, hasta convertirse en un centro cultural y educativo de referencia para los vecinos, con una amplia agenda de talleres de diversos oficios y una oficina propia de publicaciones. La Fundación, dirigida por Susana, lleva el nombre de Pedro Milesi, en homenaje al obrero y dirigente sindical, cercano a Agustín Tosco y promotor de la creación de bibliotecas populares y centros de estudios para la formación de cuadros políticos, como parte de su infatigable militancia.
En aquel primer encuentro nuestro, Andrés reveló prontamente su estilo de oralidad: preciso y rotundo, sin medias tintas. Hablaba como escribía. Y aunque no habíamos empezado bien -por un malentendido sobre el horario de la entrevista-, pronto la conversación empezó a fluir, de la mano de sus personajes y obsesiones: el poder, la derrota, la revolución como horizonte de justicia para los vencidos de siempre.
Descubrir al Juan José Castelli de La revolución es un sueño eterno fue para mí un deslumbramiento. Poco sabía del martirio con el que el cáncer de lengua selló el destino del orador de Mayo, la terrible paradoja que lo condenó a la mudez y lo llevó a la muerte. Con una economía espartana, al hueso, el fraseo replica en ritornello. La voz escrita de Castelli encarna un punto de inflexión en la poética de Rivera, cuyo germen ya encontramos en los cuentos pero que alcanza uno de sus puntos más altos en la novela por la que obtuvo el Premio Nacional de Literatura en 1992. Desde entonces, dedicó sus horas sólo a escribir, con asistencia perfecta a toda invitación que recibiera para dar charlas y reportajes adonde fuera. Por su trato a menudo hosco y confrontativo se ganó la fama de persona difícil. Fama que eclipsaba al ser generoso que conocieron sus amigos y muchos de sus colegas jóvenes.
Lo saben quienes participaron de los ciclos de cine que coordinaba en la biblioteca, con visionado y debate posterior, una vez por semana. Lo sabemos quienes gozamos de su aprecio y de su franqueza sin reservas. El apoyo de un intelectual de su talla fue un lujo para la revista Tramas, para leer la literatura argentina, un proyecto editorial y de investigación dirigido por Carlos Gazzera -gran amigo de Andrés, como su compañera Ana Cabanillas, coordinadora general de la Fundación y albacea de Fiorito-, que nos reunió a un grupo de estudiantes y egresados de Letras de la UNC, entre 1995 y 2001.
Del vínculo cercano con las escritoras María Teresa Andruetto y Lilia Lardone surgió el libro de conversaciones Ribak/Reedson/Rivera, editado por De la Flor en 2011. También fue parte del círculo de sus amistades cordobesas la profesora María Paulinelli, promotora de sus libros desde las aulas de la "Escuelita" de Ciencias de la Información.
Afectos provenientes de la militancia fueron -sostenidos hasta el final- la historiadora Ofelia Pianetto y su esposo Luis Costa, abogado de derechos humanos, así como los compañeros de lucha en los tiempos de Sitrac Sitram.
Revisitando la obra del autor de El farmer para esta nota, vuelvo a palpitar la vigencia, apasionante y dolorosa, de sus personajes y circunstancias, en la filigrana del presente argentino. Y de una Córdoba desvelada una y otra vez en muchas de sus páginas. Su tierra de exilio, como solía invocarla.
La ciudad de las iglesias y las explosiones
La obra de Rivera es una constante reescritura de su propia historia familiar, entreverada con la del país. Su padre, que en la ficción es Moisés o Mauricio Reedson, fue un militante obrero del Sindicato de trabajadores del Vestido con convicciones férreas en las que el autor se espeja y mide. Ese padre que desafió la Ley comiendo cerdo en las puertas de la sinagoga de Lomza, en su Polonia natal. Que llegó solo a la Argentina, donde conoció a Zulema Schatz, sobreviviente de uno de los pogromos más cruentos que se cobró la vida de 6 mil judíos en la aldea ucraniana de Proskurov, al mando del atamán cosaco Simón Petilura. En la voz de la madre, Rivera vuelve muchas veces a esos recuerdos que hablan de un linaje de lucha, sin caer en el sentimentalismo al que evita como a una peste ("Para que pueda creer en lo que escribo, no al énfasis, no al asombro."). Es interesante cómo en cada rememoración de la saga orbitan sentidos renovados. Se vuelve al origen para arrojar luz sobre el presente de la narración.
Andrés también fue obrero textil y sus compañeros lo eligieron para representarlos por su habilidad oratoria. Era el único comunista en una fábrica de obreros peronistas. También esa experiencia ingresa en sus libros. Y es la que lo trajo hasta Córdoba, después del Cordobazo, entre el 70 y el 74. Ya estaba entonces en pareja con Susana, divorciado de Renée Dana, con quien tuvo a sus hijos, Carlos y Jorge. La repentina enfermedad y posterior muerte del mayor, apenas un adolescente, lo regresó a Buenos Aires.
Hay marcas de esta etapa cordobesa en la novela El verdugo en el umbral (una conversación con un obrero en un bar de la Avenida Olmos, grabador en mano) y en su cuento "Diente de oro", incluido en Estaqueados (2008), que pone a investigar a un joven abogado, de clase media desmemoriada, sobre los sucesos del Viborazo. Entrevistado por Miguel Russo para Anfibia (7/9/2016), evoca:
"Fui un testigo privilegiado de las luchas obreras y de la represión descargada contra ellas. Conocí a muchos dirigentes de Sitrac y salvamos varias veces nuestras vidas por azar. De haber seguido en Córdoba, ninguno de nosotros estaría vivo. Nuestro teléfono estaba en las agendas de todos. Susana viajaba una vez por mes de Buenos Aires a Córdoba a llevar dinero para las mujeres de los dirigentes del Sitrac que estaban presos. Esos hombres, ahora, hoy, son hombres olvidados, viejos, cansados."
Durante los años de la dictadura, instalado en Buenos Aires, Andrés fue Pablo Fontán, su otro alter ego narrativo y con el que firmaba sus notas para El Cronista Comercial, diario en que trabajó desde el 74 hasta el 81. Conocía el ambiente de las redacciones desde muy joven; solía incluso definirse como periodista antes que como escritor.
Entre sus colegas de El Cronista hay nombres estelares: su amigo Roberto "Tito" Cossa, editor de Cultura, Carlos Somigliana, José María Pasquini Durán y Osvaldo Soriano, con quien no se llevaba nada bien. Ningún libro aparece en esta época, hasta Una lectura de la historia, volumen de cuentos publicado en 1982.
Los años de plomo en la escena de Córdoba dejan su signo en "La seño" (en Estaqueados), relato del secuestro de una directora de escuela por un grupo de tareas, ante la actitud impasible de sus colegas y vecinos. De extensión breve, está narrado a dos voces: la del empleado municipal, entonces niño y testigo del evento, y la de la amiga de la joven, quien la sucedió en el cargo. Confluyen aquí el procedimiento de la evocación, propio de la narrativa de Rivera y parte de sus obsesiones: la traición y la cobardía civil frente a los poderosos de turno.
Otro rastro: en la nouvelle Traslasierra, la hija de un refugiado nazi en la Patagonia se casa con un hombre que tiene conexiones con el general Menéndez. Continuidades, memorias y la síntesis que desgrana en las páginas iniciales de Punto final (2006):
"Córdoba, ciudad de iglesias y conventos. De generales asesinos, de explosiones obreras y universitarias olvidadas con oportuna dedicación.".
El cordobés que peleó todas las batallas
Ese manco Paz (2003), según Rivera su novela más lograda, se integra el ciclo de los próceres. La escena del siglo 19 tiene nombres propios. Se llaman Castelli, Rosas y José María Paz, el general cordobés que peleó todas las batallas, un arquetipo moral para el autor. "No había otra cabeza para la guerra como la de él", admite el Restaurador. Entre ellos, la "sombra terrible" de Sarmiento, a quien Rivera admira y recela. Un personaje inabarcable, al que sólo puede contar oblicuamente. En El farmer como en El amigo de Baudelaire y en la novela sobre Paz, la presencia fantasmal del sanjuanino se hace sentir.
Figura y contrafigura, Rosas y Paz encarnan modelos distintos y opuestos de país; el de La estancia y el de la República. Así es como Rivera titula los capítulos que se alternan y dan estructura al libro, dando voz a uno y otro. "Soy el nombre de siempre, el nombre de hoy, el nombre de ayer", hace decir a Rosas. "¿Por cuál revolución empuñaron bayonetas mis hombres, a los que no lloré cuando murieron?" pregunta y nos pregunta ese "manco" Paz, desde la prisión en la que estuvo confinado ocho años. Y el eco de esa pregunta, que no será respondida, nos trae a Castelli: "¿Qué revolución compensará las penas de los hombres?". Resonancias.
El punto final de Reedson
La Córdoba de los 90 y los dos miles, entre uno de los relatos de Cría de asesinos, y las novelas breves Esto por ahora y Punto final, se explaya como continuación de la saga de Arturo Reedson, que envejece y recuerda, de cara al limonero en el patio de su casa de Bella Vista. Susana Fiorito es Natalia Duval, la mujer que sostiene, que no se agota, que insiste.
"Natalia camina, todas las noches de todas las semanas del año, sola y frágil, las calles cercanas al refugio que dirige con las certezas de una socialista positivista, y de humor british." (Esto por ahora).
Reedson habla con su madre, y vuelve a escuchar el relato de la huida de una Proskurov asediada por las huestes de Petliura. Y espera el destino que la ficción ha tramado para él: morir a manos de jóvenes delincuentes, hijos de un policía represor, estragados por la violencia y la degradación social de "un país que no cesa de mirar para otro lado".
Marcos Ribak Schatz murió el 23 de diciembre de 2016, a los 88 años, en Córdoba, la tierra elegida donde, como Andrés Rivera, dio vida a muchas de sus obras memorables.
Escritora y artista visual. Es licenciada en Letras por la Universidad Nacional de Córdoba. Ejerció el periodismo cultural y la crítica e investigación literarias. Fue coeditora del suplemento cultural de La Voz del Interior. Integró la redacción de la revista Tramas, para leer la literatura argentina y el proyecto grupal de narrativa Decamerón Cordobés. Publicó El árbol de los muertos (novela), Libro de ojos y Odiseas menores (poesía e imágenes), editados por Alción. Textos suyos se difundieron en diversas antologías e intervenciones colectivas. Como artista, ilustró publicaciones gráficas y digitales, participó de la muestra grupal Pasajes y expuso en forma individual sus Poéticas híbridas, en la Galería de Letras de la Facultad de Filosofía y Humanidades (UNC).
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- Luis Eliseo Altamira: Me encantó, escribe bien Andrea Guiu
- Alicia Ovando: Gracias por la nota, Andrea. Me preguntaba donde estaría la Biblioteca de Andres Rivera...ahora lo sé. Cariños.
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