Ana Falú
Muchas vidas, todas ellas feministas
Gabriel Abalos
Ana Falú es académica y activista feminista. Esta arquitecta argentina -más precisamente tucumana- mantiene un reconocido compromiso con los derechos humanos y con los derechos de las mujeres. Lleva más de cuatro décadas produciendo conocimiento, enseñando y promoviendo los derechos de las mujeres a la ciudad, a la vivienda y al hábitat. Su historia registra y prolonga su actividad como fundadora y directora de CISCSA (Centro de Intercambio y Servicios Para el Cono Sur Argentina) y directora de la Maestría de Gestión y Desarrollo Habitacional de la Facultad de Arquitectura, Urbanismo y Diseño de la Universidad Nacional de Córdoba. Es Asesora de ONU Mujeres y miembro del grupo asesor de género de Naciones Unidas Hábitat. Ha sido Directora Regional de UNIFEM (hoy parte de ONU Mujeres) para la Región Andina (2002-04) y para Brasil y Países del Cono Sur (2004-2009).
En 2019 fue candidata a Vicerrectora de la UNC por el espacio Vamos por una universidad inclusiva y Feminista, junto al Dr. Gustavo Chiabrando. Recibió el Premio Trayectoria 2022 otorgado por la BIAU, Bienal Iberoamericana de Arquitectura y Urbanismo.
Según el favor del viento de la historia
Para introducir sus reflexiones le pedimos, ante todo, a Ana Falú un repaso a una historia personal de su vida y de su trayectoria. De antemano, advierte: "No es fácil resumir mi vida. Creo que he tenido muchas". Entonces aquí va, en sus propias palabras, el relato breve de sus vidas sucesivas, marcadas por las condiciones políticas de tiempos y lugares de los que le tocó ser contemporánea.
"Nací en San Miguel de Tucumán, en una familia cuidadora y amorosa, de intelectuales comprometidos en la política, que me formó desde pequeña en la curiosidad, el compromiso y el amor. Estudié en la escuela Sarmiento, la escuela universitaria pública, gratuita, de excelencia. Escuela en la que fui feliz, tuve los mejores profesores y profesoras a quienes recuerdo por sus nombres. Desde entonces, chiquita, fui militante en la escuela secundaria desde que tuve mis primeras posiciones políticas. Al terminar la escuela me fui con una beca a Estados Unidos por un año. Siempre agradezco esa experiencia y la audacia e impronta para salir de mi pequeña aldea al mundo. La experiencia de USA fue significante para mi vida, conocí a chicos y chicas de todo el mundo. La distancia y la extrañeza resultaron centrales para poner en valor todo aquello que tenía en mi casa, en el barrio, de ese Tucumán de fines de los sesenta.
Al volver ingresé a la Universidad pública, a estudiar Arquitectura. Soy de la generación de la utopía, muy comprometida y convencida de que podíamos transformar el mundo. La vida universitaria estuvo marcada por el compromiso político, el cual nunca implicó menor compromiso con lo profesional, siempre busqué equilibrar eso en mi vida y creo que lo fui logrando. Fui docente como alumna, y apenas obtuve mi título también fui docente de grado.
Todo eso lo perdí cuando vino el momento trágico del golpe cívico militar genocida en el año 76 y tuve que irme de Tucumán y luego del país. Me fui con marido y dos hijitos, uno recién nacido, éramos demasiado jóvenes, en esa época los hijos nacían cuando uno era muy joven. Nos fuimos primero a Buenos Aires. Y de allí tuvimos que irnos cuando fue secuestrado mi hermano Luis Eduardo Falú, Lucho, estudiante de Historia, de apenas 24 años. Secuestrado desaparecido, torturado y asesinado por el propio (Antonio Domingo) Bussi.
Podría decirte que he vivido muchas vidas, cada una con sus énfasis según ciclos y contextos políticos que nos tocaron. La pérdida de Lucho fue la gran marca en mi vida, y lo sigue siendo. No hay tiempo que la aminore.
Entonces nos fuimos a Brasil, donde intentamos quedarnos, logré ingresar a una maestría de la fundación Getulio Vargas, muy prestigiada. Conseguimos trabajos, nos instalamos con el cobijo de todo el conjunto de brasileños que habían salido a su vez al exilio. Brasil se hizo mi patria. Nos cobijó y nos dio contención. Me hice feminista en Brasil, y debo decir que el feminismo le dio un sentido político profundo a mi vida.
Esa etapa del exilio fue dura, difícil y dolorosa. Brasil duró poco, a pesar de las ganas de quedarnos y sentirnos ahí tan cercanos, tan latinoamericanos; el Plan Cóndor irrumpió en nuestras vidas y definió los destinos. De allí nos fuimos a Holanda, lo que significó llegar a la protección del estado de bienestar. Fue un país que me abrió posibilidades para la formación de Posgrado, para conocer el mundo de la universidad del desarrollo. Un país que nos acogió, pero no nos integró. Tal vez sería muy difícil integrarnos.
Después de casi seis años, de haber estudiado y con formación de posgrado, con los hijos creciendo, decidimos volvernos a América Latina. Conseguí así una posición como técnica de cooperación holandesa en el Ecuador. La experiencia ecuatoriana fue maravillosa, me formó en un trabajo en territorio junto a las comunidades indígenas, de colonos/as y comencé a desarrollar la intersección de Mujeres y Hábitat, en contacto con las mujeres de las organizaciones territoriales.
El retorno de la democracia, con el doctor Alfonsín en la presidencia, me trajeron de vuelta al país. Me vine a bailar la democracia. Era difícil volver a Tucumán con Bussi como gobernador, en esa contradicción horrorosa que los pueblos desarrollan, un genocida gobernando en Tucumán. Así fue que llegué a Córdoba de la mano de mi segundo marido, Fernando Chaves. Yo quería vivir en Buenos Aires, donde tenía muchos vínculos y familia, pero él era un porteño renegado y Córdoba parecía un lugar promisorio. Llegamos aquí, la familia del exilio, con muy contados conocidos. Volvíamos del exilio, pero también estaba el exilio interno, que quedaba, y recién lo pude revertir en mi propia casa en todos estos años desde que volví a Córdoba.
Al poco tiempo gané un concurso en una catedra de Arquitectura y trabajé muy bien durante varias décadas con el arquitecto Mario Forné. Era la adjunta y pronto entré al CONICET como investigadora científica.
Siempre combiné la academia con el activismo político. Y ese activismo me llevó a coordinar el proceso hacia la Cuarta Conferencia Mundial de la Mujer en Pekín 1995, proceso que me hizo conocer profundamente América Latina y también el Caribe, y relacionarme con múltiples organizaciones, gobiernos, universidades. Las mujeres del movimiento feminista ignorábamos las prácticas y procedimientos internacionales, y de la ONU, y los tuvimos que aprender. Lo cual derivó en que me llamaran de ONU para concursar una posición regional. Fue un concurso competitivo que gané, y así inicié el periodo que se extendió hasta el 2009 como funcionaria ONU. Otra de mis vidas, riquísima en experiencias y de mucho compromiso laboral. El resto es historia conocida, es el hoy."
En los cuerpos y en los barrios
¿Nos harías un panorama de tu campo de trabajo y especialización, para ver cómo se articulan la arquitectura, la problemática del hábitat y la situación de las mujeres?
La arquitectura es la materialidad donde desarrollamos la vida, así como el urbanismo es la planificación de las ciudades y barrios donde habitamos. La evidencia empírica, la que podemos observar y apreciar en la vida de las ciudades, es que la misma no es igual para varones y mujeres, o para los cuerpos de la diversidad sexual. No es igual ir con cuerpo de mujeres por las ciudades o los barrios, y también habrá diferencias para esos cuerpos según qué barrios transiten, según cómo se haya pensado la arquitectura. Las mujeres viven en la ciudad y en los territorios y habitan las viviendas y los barrios, y es por el rol asignado de cuidadoras (por excelencia) y responsables de las tareas que garantizan la vida de las personas, así como por pautas culturales, tradiciones construidas desde la cultura patriarcal, que ellas van a usar la ciudad y los barrios, sus servicios, de manera muy diferente a los varones. No solo transitan los barrios y viven la ciudad de manera muy distinta que los hombres: la recorren de manera distinta, la usan diferente y tienen percepciones que distan mucho entre sí. En general los hombres van: punto. Y las mujeres hacen recorridos poligonales para resolver las distintas demandas inherentes a sostener la vida cotidiana.
Las mujeres, además, lejos de cualquier concepción binaria estamos transversalizadas por diferencia sociales, económicas, de educación, de identidades sexuales, de condición de discapacidad, de condición de migrantes, raciales, étnicas, para nombrar las más evidentes.
¿Las ciudades son más hostiles para las mujeres?
Por supuesto. La planificación de las ciudades es un acto político, nuestras ciudades son territorios de disputas económicas, de desigualdades, y si a las desigualdades le sumamos la cultura patriarcal arraigada en nuestras sociedades, o el pensamiento de la modernidad que asignó roles a mujeres distintos de los varones, las ciudades son claramente más hostiles para las mujeres. Así como las ciudades se vienen definiendo desde una posición androcéntrica, es decir, pensadas en un sujeto varón como el universal, y no sólo, sino un hombre blanco, joven, productivo y heterosexual, lo que deja a muchos varones por fuera y a casi todas las mujeres, la arquitectura es parte del problema. ¿Cómo planificamos? El planeamiento, el urbanismo que busca ser inclusivo, debe interrogar la neutralidad del abordaje "naturalizado" como tal, que lejos de ser neutral, omite, invisibiliza y diluye sujetos sociales en conceptos tales como familia, personas, población. Homogeneizando, como si eso fuera posible. Desconociendo las diferencias multiculturales en la forma de habitar los territorios. Y también es preciso decir que no existe "la mujer", sino las mujeres, atravesadas por diferencias de todo tipo, económicas, educativas, raciales, étnicas, etarias.
Un mundo de sujetos invisibles
¿Cómo se formulan las preguntas pertinentes para desarrollar una mirada crítica sobre esa situación?
Los interrogantes son aquellos que interpelan una mirada androcéntrica sobre cualquier profesión, pero en nuestro caso, sobre la arquitectura, el urbanismo, el diseño, que han naturalizado el dar respuesta a un sujeto universal masculino joven productivo heterosexual, lo que deja a muchos varones por fuera y casi a todas las mujeres.
En mi disciplina se hace necesario interpelar ese abordaje "natural" que se hace en función de sujetos pensados como neutrales, tales como las familias, las personas mismas, que no distinguen diferencias y que, en realidad, lejos de ser neutrales omiten a sujetos sociales como las mujeres, nada menos. ¡Lo increíble es que somos más del 50% de la población!
Las feministas nos preguntamos ¿Cuánto y cómo se relacionan los roles asignados a varones y mujeres, o sea la división sexual del trabajo, con la planificación urbana? ¿Cuáles son las condiciones de los territorios en donde habitan las mujeres diversas y cómo se planifican las políticas públicas y el cuidado comunitario? Al mismo tiempo nos interrogamos sobre ¿Cómo se distribuyen geográficamente los servicios e infraestructuras de cuidados y quiénes los brindan? ¿Son públicos, privados o comunitarios?
Estas preguntas, dado que las mujeres y los varones usamos de manera distinta la ciudad, importan para la arquitectura, para la planificación y condiciones del hábitat, dónde y cómo se distribuyen los servicios, las infraestructuras, los equipamientos. Cuánto tiempo y costo les demanda el cuidado a las mujeres, en particular a las que trabajan sea en el mercado informal o formal. Y digo las mujeres, porque persiste la responsabilidad sobre ellas.
Por eso el llamado urbanismo feminista propone incorporar la dimensión de género y diversidades (plural y multicultural), las desigualdades de varones y mujeres en la definición de las agendas y las políticas. Reconocer el valor de la proximidad de los servicios, de abastecimiento, de transporte, de cuidados, en fin. Reconocer el valor del tiempo y el espacio, dos vectores decisivos. Politizar la vida cotidiana, reconocer e Incorporar, las demandas y necesidades cotidianas de las mujeres.
Una cultura del cuidado y la empatía
Aunque ya hay elementos de respuesta en lo que enunciaste, ¿podrías ampliar cómo esa mirada a la realidad se conecta con la cultura? Además de la proximidad teórica de tu trabajo con aspectos culturales, me refiero a tu experiencia en particular, a través de tus viajes y lo que has recogido acerca de las formas de resolver la vida cotidiana de las mujeres y sus familias.
Las realidades son muy diversas y multiculturales. Sin embargo, aparece una constante en la situación que observamos de las mujeres: es en general de subordinación, y se hace necesario iluminar sobre las discriminaciones. Las múltiples discriminaciones, y las que sufren las mujeres por la omisión androcéntrica, la invisibilización de las mismas en sus plurales intersecciones. Hay una construcción patriarcal y androcéntrica, que excluye no sólo a las mujeres, sino a las culturas. Que consolida la idea de un otro que, al ser diferente, es amenazante; se pone en valor lo igual negando la diversidad, como si esto fuera posible. Así, invisibiliza a sujetos sociales, a migrantes, generando xenofobias, o las homofobias, y a las mujeres las diluye en el concepto de familia. Esta es una construcción cultural, pertenece al mundo simbólico, el más difícil de transformar. Y, es así como se piensa la planificación y la misma arquitectura desde una supuesta neutralidad que no es tal, sino omisión. Se ha asignado roles a mujeres y varones, pensando además en una sociedad binaria, ubicando a las mujeres como las cuidadoras y responsables de la reproducción de la sociedad; y a los hombres como productores. Las primeras, devaluadas y no valoradas en su contribución social del cuidado y la reproducción. Si a una persona enferma es cuidada por una enfermera o enfermero, tiene valor y un costo monetario; en cambio, si la cuidan en la familia, lo que hacen en su mayoría las mujeres de estos hogares, se devalúa su trabajo que es una contribución a la sociedad. Según el INDEC es de arriba del 15% del PBI. Claro que esto cambia según la sociedad. Hay muchas culturas que ponen el valor en lo comunitario, y entonces lo colectivo prima sobre lo individual, se cuida entre todas las personas de una comunidad, en los barrios de la pobreza, también se atan nudos de solidaridad, esto pasó en la pandemia del COVID: a menos recursos, mayor solidaridad, a más carencias más cuidado colectivo. Un buen ejemplo son los comedores o roperos comunitarios, el cuidado infantil, de las personas mayores con dependencias, 94% de quienes asumen esta tarea colectiva son mujeres, en un 47% atienden estas necesidades en sus propias casas, las que en un 97% presentan deficiencias edilicias o espaciales.
Es una situación muy compleja, las tradiciones inscritas, lo colectivo, y a la vez una realidad de cada día que golpea, qué desborda...
A las mujeres no les hace falta tener hijos para cuidar, en general -no a todas, ¡rechazamos cualquier fundamentalismo!-, pero en general hemos desarrollado la empatía que ojalá pudieran disfrutarla los varones. Algunos la vienen desarrollando.
En Europa, el fenómeno es que han bajado los índices de la reproducción, las mujeres jóvenes no quieren tener hijos si no hay un nuevo pacto entre mujeres y varones avalado por la sociedad y el estado. En España e Italia, los índices de reproducción son los más bajos, las que tienen hijos son las mujeres migrantes, las que, al mismo tiempo, son las cuidadoras de las personas mayores. Es complejo… y esto tiene un fuerte impacto en las formas de vivir, en las condiciones diferentes de varones y mujeres. Te diría que hay diferencias, y sin embargo, los temas de desigualdades y omisiones son comunes.
Tu contacto permanente con tantas otras mujeres que trabajan en la promoción de las mujeres en el mundo, debe constituir un acopio de conocimiento sobre la realidad concreta de las mujeres hoy. ¿Qué podrías decirnos sobre esto?
Decirte, en primer lugar, que hay una injusticia social que persiste para las mujeres, sean estas africanas, asiáticas, europeas o latinoamericanas. Lo que nos diferenciará será la calidad del soporte de las políticas públicas del Estado, o la calidad de los recursos comunitarios que generan el soporte para la vida cotidiana. La gran diferencia será la línea de pobreza. A más pobreza -que no sólo es económica, es de recursos, de servicios, es decir sin centros de salud, sin educación, sin seguridad o sin transporte seguro y pagable- hay mayor carencia de derechos ciudadanos. En nuestra región que es urbana, el 82% de la población de América Latina vive en ciudades, en Argentina es el 92%, esto es clave para la calidad de vida. Si cruzás la situación en la que habitan las mujeres, la mayoría en la pobreza, con ingresos que perciben por ser la mayoría en el trabajo informal, flexible, y en carencias económicas, con el más del 30% de hogares a cargo único de mujeres responsables de sus dependientes, esta es una realidad que te golpea, que parece no verse en las políticas ni en la sociedad. Esto sucede en todo el mundo, más o menos, las mujeres están en condiciones de desigualdad y lo que tenemos que saber es que no mejoraremos las condiciones de desarrollo si no incorporamos a más del 50% de la población que somos las mujeres.
Habitar las injusticias y las incertidumbres
El avance de la ultraderecha en el mundo y ahora en el propio patio de casa, tiene un fuerte componente de reacción contra las conquistas de derecho de las mujeres. ¿Cómo ves proyectarse el futuro respecto a este deterioro de valores?
Tristemente es así, el retroceso es feroz, la ideología de género se viene instalando desde mediados de los 90 del siglo pasado, no es novedad. Lo que es novedad es el auge de gobiernos de ultra derecha que desconocen los derechos ganados. Un ejemplo son las desopilantes declaraciones del Ministro de Justicia, ¡justamente!, Ministro de Justicia quien no respeta la Constitución y las Leyes vigentes. Desconoce los derechos ganados y los consensos internacionales de los cuales es parte nuestro país. Sabíamos que "las puertas siempre están abiertas para los retrocesos", pero los que vivimos hoy en el propio país, así como en Holanda o Suecia, países que fueron adalides de los derechos de igualdad ciudadanas Aquí desmantelaron el Ministerio de las Mujeres, Genero y Diversidades, lo cual es un feroz retroceso, y nos demonizan, es curioso que hasta desconocen las violencias de género con argumentos falsos, no científicos. Hemos argumentado consistentemente, los institutos de estadísticas han producido información fehaciente, pero hoy simplemente se la niega, es muy doloroso ver como se patologiza a los cuerpos feminizados a la población LGTBIQ+. Retrocesos de mano de la tradición, las supuestas culturas, y también de las religiones. Nuevamente no desde un pensamiento fundamentalista, hay de todo en todas partes. Lo importante es defender lo ganado, situarnos en el marco de los DDHH. Hay muchas resistencias, valientes resistencias y ese es el camino. Argumentar, convencer, defender lo ganado.
¿Cuál es la realidad, desde tu especialidad y con las diferencias según sus condiciones, de las mujeres y sus familias que habitan en la ciudad de Córdoba?
Sin duda no somos todas iguales. Estoy convencida que todas somos merecedoras de igualdad, de derechos y de atención de las políticas públicas, sin embargo, hay algunas que lo son más. Me refiero a las mujeres de ese más del 54% de personas en situación de pobreza. Esas mujeres deben ser prioridad de las políticas, las mujeres -la mayoría- de quienes atienden y cuidan en las comunidades y los barrios, las de los comedores comunitarios, las que entregan casi 5 horas por día a atender a las personas en situación de hambre. Aquí, y en todas partes, deben ser la prioridad. Es necesario avanzar en políticas de equiparación, que reconozcan estas condiciones y atiendan a las mismas. La planificación de las ciudades debe priorizar los barrios donde habitan estas mujeres, que tienen más del doble de hijos que las mujeres ricas. En estos fragmentos de las ciudades, que son los más extensos, la vulnerabilidad de los territorios se suma a las condiciones de estas mujeres. El riesgo, y las desventajas se suman y potencian las posibilidades de entrar en condiciones críticas, que pueden consolidarse. Es importante decirte que en estudios desarrollados en CISCSA (Centro de intercambios y servicios, del cual soy su directora) hemos comprobado que las zonas de más alta vulnerabilidad de la ciudad son las más extensas y ocupan una superficie ocho veces mayor que las de baja vulnerabilidad; (esto afecta al cambio climático, al gasto energético en la ciudad extensa), 6 de cada 10 mujeres viven en estas áreas de la ciudad olvidada. Allí se impone planificar espacios públicos de calidad, con equipamientos adecuados a la diversidad de géneros, a las edades. De alguna manera se comenzó a hacer en nuestra ciudad y cuando hay calidad y mantenimiento, la gente en los barrios inunda las plazas, en particular las mujeres, infancia y adolescencias. Espacios de encuentro, veredas cuidadas, con bancos para que los viejos y las viejas se animen con sus andadores y bastones, y encuentren un lugar para descansar en sus necesarias caminatas. Iluminación para sentirse más seguros, además de promover la participación ciudadana. Y podría seguir enumerando lo que la materialidad de los barrios en particular, demanda de la arquitectura y la planificación del territorio.
La pobreza es nuestro mayor desafío. También en otra punta, la conectividad. Durante la pandemia según CEPAL había casi 5 millones de hogares sin conectividad. Esto agudiza las desigualdades. Además de otras dimensiones que afectan a las condiciones de vida de las mujeres, en particular las más jóvenes, con la violencia que se instala en los medios y las redes.
¿Vislumbrás posibilidades de contraofensiva democrática y progresista en el mundo y de reconstrucción de la situación y condición de vida de las mujeres?
Soy optimista, a pesar del momento que nos toca vivir, siempre que llovió escampó. El problema será el alto costo social de este diluvio. Creo en las fuerzas colectivas y sin duda las jóvenes muchachas que ganaron las calles, las de la marea verde, las del M8, ellas son el mejor reaseguro para defender nuestros derechos.
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