Alfiler de gancho
Marta García

Se había mudado al barrio de grandes familias nucleares, una familia diminuta compuesta solo por dos átomos: madre e hija. A la madre al principio solo le conocíamos la espalda porque siempre estaba encorvada sobre la máquina de coser. Cosía para adentro hasta que se hizo conocida en el barrio y empezó también a coser para afuera. No era una espalda como la de las madres nucleares a las que no se les escapaba nada de lo que hacíamos detrás de ellas. Esta era una espalda pequeña, subatómica, detenida en las costuras que tenía por delante. Allí estaba la comida del día. Ya no tenía alcance para cubrir a su hija por detrás.
La hija se llamaba Otilia y andaba siempre con una foto de ella misma prendida en el pecho con un alfiler de gancho. Esperamos la hora de la siesta cuando las espaldas nucleares desactivaban la maternidad y fuimos a preguntarle cosas a Otilia.
-Por qué tenés una foto tuya pegada ahí…
-Es mi hermana gemela… hace cuatro años que se perdió.
-Aaah… y ya tenía tu cara de once años de ahora…
-La foto es mía… si pongo una foto de ella de hace cuatro años no la van a reconocer.
Era como buscarse a sí misma. Nos pareció fascinante que una sola niña contuviera a dos. Y decidimos ayudarla con lo único productivo que sabíamos hacer. Le propusimos hacer un volante y repartirlo así no tenía que andar por todo el barrio. Teníamos el equipo para hacerlo. Para que no lo molestáramos en el taller, el papá imprentero de la Negra nos enseñó a usar un mimeógrafo, el que si hubiera podido hablar nos habría contado por qué se vinieron de Uruguay en 1973 y con otros nombres. Le imprimíamos a los estudiantes de una pensión unos volantes para repartir en las asambleas estudiantiles. Todos pringosos y llenos de nuestras huellas digitales, detalles sin importancia en épocas tan explosivas. Como nos pagaban con una botella de vino de peña con sabor a molotov, nadie protestaba por la calidad de nada.
El volante de Otilia era una causa para nosotras. No íbamos por el vino. Con el papel y las emulsiones que le sacamos al papá imprentero, pudimos hacerlo ad honorem:
Texto:
"Se busca a Amelia, hermana de Otilia, pero como su mamá le enseñó a no hablar con desconocidos capaz que no te responde. Si la encontrás no la llevés a la comisaria porque le asustan los policías. Y se come las eses porque es santafesina. Por consultas, preguntar en el barrio a la hora de la siesta por las chicas del mimeógrafo. También podés llevarla directamente al club donde siempre hay gente perdiendo el tiempo".
El papá de la Negra nos sugirió que lo sintetizáramos y viendo que nuestro entusiasmo mezclaba las emulsiones como batiendo huevos en un taller gráfico en el que se podía pasar la lengua por el piso, se ofreció a hacerlo él en una impresora de nombre Heidelberg que era como la torre Eiffel con bracitos automáticos. Nos alentó a mejor seguir imprimiendo con el mimeógrafo a los estudiantes.
Repartimos por todos lados, sagrados o no. En el confesionario de la capilla del barrio, en la canastita que pasaba el cura en las misas para cobrarnos las ostias, entre los coliflores de la verdulería, en los cucuruchos de la heladería, en los rayos de la bicicleta del afilador, en las botellas vacías de la despensa. Pero no hubo forma de convencer a Otilia de que se sacara del pecho la foto de su hermana. Ya era parte de su organismo.
Hasta que un día escuchamos un grito que sacudió al barrio como un mantel lleno de migas:
-PARECE QUE LA ENCONTRAROOOOON
Nos apelotonamos en el club y allí estaba Otilia.
-Avísenle a Otilia y a la mamá….
-Sí… sí… es igualita a la de la foto
-Pero ella es Otilia…no es su hermana
Por un instante, en medio de la confusión, esa nenita se dejó engañar a sí misma encontrándose con su hermana. Y la que busca y la buscada fueron una sola en una ceremonia íntima que nadie se atrevió a interrumpir con una verdad innecesaria.
Finalmente, la madre pudo sacar la vista de las costuras y nos contó por qué Otilia hacía esas cosas y por qué la dejaba. Cuatro años atrás, Amelia, su hermana, fue a pescar surubíes con unos tíos al rio Colastiné. Algo lo hizo enojar al río porque se la tragó sin piedad. Y nunca la devolvió. Como Otilia no la vio muerta desde entonces la busca viva. Y "cada una sostiene la pérdida como puede". Así lo hicimos. La madre, con una Singer que cosía para adentro y para afuera. Nosotras con un mimeógrafo que sobrevivió a un par de dictaduras.
Y Otilia, con un alfiler de gancho.
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